La calle de los cachis y los baberos de Valladolid

Ahora es una calle vallisoletana de día, aunque antes despuntó por la noche, por los cachis, la música y los chupitos. Paulina Harriet vive una nueva vida, la tercera o cuarta desde que hace ya varios años dejara la fiesta atrás y después que más recientemente viera cerrar varios negocios. Pero en todas las épocas, también en la actualidad, ha mantenido un faro en forma de patio para alumbrar la calle y mantenerla con pulso: el colegio Lourdes con su más de un millar de alumnos.

Troceada en tres y cortada por las calles Juan de Juni y Gregorio Fernández, esta arteria de la ciudad de Valladolid dedicada a una dama francesa está íntimamente ligada al colegio que alberga desde hace 141 años esta paralela al paseo de Zorrilla.

Los famosos baberos

La francesa Paulina Harriet (Alzón, Francia, 1811) fue clave para la fundación del Lourdes. Casada con un industrial que instaló su fábrica de curtidos en Tenerías, ella quiso alfabetizar a los hijos de los empleados y de los obreros de la parroquia de San Ildefonso y recurrió a los hermanos de La Salle, que en 1884 emprendieron la nueva escuela impulsada por Harriet. A esa congregación religiosa, la de los hermanos de La Salle, se les conocía como ‘los baberos’ por su indumentaria: sobresale del uniforme una pieza blanca y rectangular que emula a un babero. Allí llevan ya 141 años.

Cuentan algunos de los que pasaron por él que se desarrolla un sentimiento de pertenencia a este colegio en el que estudió uno de los vallisoletanos más ilustres: Miguel Delibes, que da nombre a la biblioteca del centro. «Lo llamamos sentimiento Lourdes, dejé el colegio hace siete años y como muchos ex alumnos sigo vinculado a él», relata Raúl, uno de los vallisoletanos graduados del Lourdes.

La plaza frente al colegio, la de San Juan Bautista de la Salle, es otro punto de bullicio en una vía que se ha transformado con el paso de los años. «El colegio da mucho ambiente y la placita siempre está muy animada con niños jugando. En verano se les echa de menos», indica Nerea, de la peluquería Yolanda Fidalgo y María Gracia Marín, que hace esquina con la plaza y se sitúa frente al centro de música Castilla 2.

Los vallisoletanos de la llamada generación milenial (nacidos en los 80 y 90) y de la boomer (de décadas anteriores) mantienen esta calle en su memoria ligada a interminables noches de jueves, viernes y sábado. «Esta calle era la más divertida, a la que íbamos al principio de salir, antes de terminar en Charlot, Carcasone o Ascot», comenta Leticia, vecina y una asidua al Cuadro durante su juventud.

Era la antesala del Cuadro. La calle a rebosar de los primeros cachis y chupitos en los días de fiesta. Local tras local, del famoso BB+ a La Zona, ahí de dispensaban en cadena aquellos cachis de 43 vainilla, ponche lima cola, agua de Valencia, JB cola... entre otras mezclas que se servían en vaso colectivo.

Para disfrute más personal, quedaban los chupitos, del semáforo al de piruleta o al cerebrito, y si se quería doblar la apuesta ahí estaban los absentas de La Zona para los más atrevidos y con más aguante.

De aquello quedan recuerdos y alguna fotografía de papel. «Cuando murió el Cuadro estos bares de copas también lo hicieron», comenta José Luis Martín, uno de los empresarios más veteranos del lugar.

José Luis regenta desde hace 30 años la tienda de reparación de calzado El artesano, en el número 5 (en el lado opuesto a la plaza). Los ocho anteriores trabajó a unos metros, en el interior de unas galerías comerciales reconvertidas en garaje.

«Los fines de semana había mucho ambiente de tarde. En su día, el Cuadro fue de lo más famoso de copas Valladolid, por no decir lo más. Pero también ha cambiado lo demás, cerraron una tienda de ultramarinos, panadería, de marisco fresco, pollería y el bar El Pinchito, que a mí me daba vidilla porque lo tenía enfrente y más gente iba y venía», indica José Luis, que señala que otros bares también echaron la persiana y no la han vuelto a levantar.

Testimonio de esta tendencia es el cartel que reza: ‘Eclipse, cerveza y tapas’ y lo único que hay debajo de él es una cristalera con picos de carteles despegados y un anuncio de ‘se vende’ que no parece precisamente recién puesto. Pese al cambio de piel, José Luis se siente a gusto en Paulina Harriet. «Tengo clientela de toda la vida, hay bastantes viviendas y estamos cerca del centro. Si pudiera pedir, diría que volviera alguna tienda de alimentación para que hubiera más trajín».

Muy cerca, tras pasar por uno de los frecuentes negocios relacionados con la salud instalados en esta vía, se encuentra Vanesa Pérez, que regenta la peluquería unisex que lleva su nombre. «En los 16 años que llevo aquí ha habido muchos cambios. Se han actualizados negocios y dejó de ser la zona de ocio que fue antaño, pero se transformó más para el día y somos como una gran familia entre negocios y vecinos», cuenta esta peluquera.

Otro veterano de la zona es Curtidos Lobejón, ubicado en esta vía desde hace tres décadas. Tras el mostrador, Javier apunta un toque nostálgico y habla de cuando «esto se llenaba más que Cantarranas y que Coca, y daba gusto». Celebra la cercanía con el ‘meollo’ de la ciudad a pocos minutos caminando y recuerda otros tiempos cuando a su lado funcionaban una tienda que arreglaba televisiones, Samsung, y una de Olivetti, de máquinas de escribir». Por delante de esos locales renombrados perdura una constante: los escolares que pasan a diario.