Las guerras de nuestros antepasados (1975) es una de las grandes novelas de Delibes, aunque siga siendo de las menos leídas. Y esto se debe, en primer lugar, a la ofuscada ceguera de los estudiosos y comentaristas, especialmente los académicos, para quienes acaba prevaleciendo una novelita insustancial, como El disputado voto del señor Cayo (1978). Porque Las guerras… combina la audacia formal de una estructura narrativa que tensa los esquemas del canon decimonónico para dar curso y albergue a señales y atisbos propios del realismo mágico. Las guerras… fue finalista en 1976 del premio de la Crítica obtenido por Mendoza con su primera novela, por mínimo margen y después de tres votaciones. Esa dimensión mágica fluye jugosa con un lenguaje coloquial fresco y simbólico, que emparenta los escenarios rurales del Rudrón y del Ebro con exóticos atavismos americanos. Escrita cuatro años antes, antecede también en cuatro meses al discurso de toma de posesión de Delibes en la Academia de la Lengua, donde se refiere al equilibrio del miedo, al progreso contra el hombre y a la naturaleza como chivo expiatorio. De ningún modo puede considerarse casual semejante coincidencia.