Diario de Valladolid
Una joven vendimiadora muestra un racimo de uvas durante la vendimia pasada en El Bierzo.-

Una joven vendimiadora muestra un racimo de uvas durante la vendimia pasada en El Bierzo.-

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Redacción de Valladolid
Valladolid

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Esta añada que entra marcará una nueva etapa en el mundo del vino sobre el escenario vitivinícola en Castilla y León. Se inicia otro periodo en el que deberemos familiarizarnos con algunos términos que definirán otras tipologías de vinos. Habrá que apuntarse en nuestro cuaderno vínico de bitácora las expresiones: vino «de pueblo», «de villa» y «de paraje». Ya no bastará con diferenciar trozos de mapa y zonas geográficas. Ni conocer al dedillo las Denominaciones de Origen y las Indicaciones Geográficas Protegidas, algo sobre lo que el consumidor de a pie anda bastante despistado todavía. Por ejemplo, Cebreros, Valtiendas, Valles de Benavente y León sí tienen DO. Algo que costó mucho asimilar y discernir son las clasificaciones de los reglamentos de los Consejos Reguladores en materia de joven, roble, crianza, reserva y gran reserva. Pero fue el propio sector el que sembró nuevas dudas cuando salieron las bodegas con etiqueta de añada y cosecha, quitándose la soga del cuello de sus botellas en busca de libertad entre los corsés impuestos por los meses en barrica y botella. Tampoco será suficiente con aprenderse el potencial diferencial de nuestras uvas autóctonas y sus peculiaridades organolépticas en la copa, algo que no se ha conseguido ˗incomprensiblemente˗, a pesar de tanta portavocía sensorial.

¿Cuáles son los rasgos sensoriales claros de cada varietal? Seguimos haciendo agua en esta parte del vino. Curiosamente, cuando en este campo de las cepas y sus uvas ya casi lo habíamos conseguido, surgieron nuevos frentes que trastocaron la parte primaria introduciendo nuevas técnicas en fermentación y crianza sin contar tratamientos legales, levaduras universales y socorridos y rentables chips. Todo perfectamente legal y necesario. Pero al menos, debemos reconocer que sí sabemos los nombres de la primera división del equipo ampelográfico regional, encabezado por la tempranillo y seguido de verdejo, godello, albillo, mencía, prieto picudo, garnacha, Juan García, tinta de Toro, rufete… que, entre otros, son los astros que reinan en la cata y a los que cada día le salen satélites prometedores como la bruñal, la puesta en cruz, la syhra y una tanda de suplentes internacionales que ahí están ocupando líneo, más o menos visuales y dando evidentes matices y diferenciación en la copa a más de un vino tinto y blanco. Pero hay más, todavía no hemos rematado la jugada en cuanto a las definiciones legales que actualmente avala la normativa.

Me refiero al Vino de Pago, que se aireó tanto que a algunos enólogos y bodegueros se les iba la vida en ello. Era el no va más para diferenciarse de las bodegas millonarias en litros y lograr un vino exclusivo. Al final, en Castilla y León, a las puertas de los vinos de pueblo y paraje, seguimos sin rematar la primera mención de un Vino de Pago que cumpla con factores climáticos, culturales y edafológicos que hagan que ese vino, ese viñedo y esa bodega sea única y exclusiva. Así de sencillo y claro. Pues ni uno hasta la fecha. En fin, toda esta nomenclatura y galimatías clasificatorio embadurnado de normativas comunitarias que vienen ya desde el glorioso INDO (Instituto de Denominaciones de Origen) se lo salta el prescriptor ˗que es el que marca la moda˗ a la torera. Y ahí empieza el problema en la comprensión y fiabilidad de las normativas más allá de los bodegueros piratas, que los hay, como en todos los mares alimentarios. Los famosos prescriptores y líderes de opinión vínica, que están a miles de kilómetros del supuesto terroir y con un sola visita o dos en su vida, deciden la concentración, el color, la fragancia, la frutosidad o la elegancia, la carne o la untuosidad…, eso sin entrar en tiempos, añadas, cepajes, técnicas y clasificaciones. Pero eso sí, a etiqueta abierta. Y aquí está una buena parte de la torre de Babel que seguirá imperando. De lo que no hay duda, es de que esta añada será la de las certificadoras y la que hará trabajar duro al brazo armado de la Junta en materia de figuras de calidad que es el Itacyl que, por otro lado, ya ha encontrado solución viable a la subsistencia de las pequeñas DO con serias dificultades para gestionarse. Bienvenido 2019, el vino que viene.

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