Diario de Valladolid

La petenera del sordo

La crónica sentimental de España (1971), de Manuel Vázquez Montalbán, es uno de los libros que marcan, con el cambio de década, una mirada diferente hacia la el imaginario colectivo y la vida cotidiana de los españoles, buceando en la apariencia y los reclamos de su folclore más tópico y reiterado. Antes de encuadernarse como libro, la serie de Montalbán había visto la luz en Triunfo durante 1969, enhebrando los anhelos de una generación castigada por secuelas de una guerra que no llegó a vivir y que tejió sus sueños entre canciones y guiños, radionovelas domésticas y hazañas deportivas de medio pelo. Umbral, siempre muy conectado a la actualidad, atizó la corriente con su Lola Flores. Sociología de la petenera (1971)

-E. M.

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Redacción de Valladolid
Valladolid

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UNA CULTURA PORTÁTIL

El libro floreado de Umbral irrumpe en la colección Nuestros contemporáneos de Dopesa, junto sendas biografías del Cordobés y de Raphael, escritas por sus amigos Eduardo García Rico y Manuel Ángel Leguineche. Son libros amables y alabanciosos que tratan de respaldar y apoyarse en la popularidad de los españoles más conocidos. Una serie de títulos profusamente ilustrados, de 17 x 20 cm y cien páginas, que editó en días de pujanza Sebastián Auger (1937-2002) con el sello de Dopesa, antes de plegar diarios y editorial para acabar preso por apropiación de las cuotas de la Seguridad Social de sus empresas. Vendrán, a continuación, un Santana de Candau, un Miró de Meliá, un Severo Ochoa del médico leonés Enrique Salgado, Sara Montiel de Alfaya y sucesivas aproximaciones sin atribuir a Ibáñez Serrador, a la duquesa de Alba, a Girón, Gil Robles, Ruiz Jiménez y Manolo Escobar. El baratillo revuelto de un tiempo de expectativa al que alcanzan saldos muy diversos.

Llamativamente, la biografía de Lola por Umbral se adorna con versos de Pemán (1897-1981) y teorías sobre el torbellino móvil, capaz de quebrar esquemas con sus lorquianos muslos de cobre, haciendo el recorrido artístico desde sus temporadas en el norte a duro la canción, para un público de tratantes y metalúrgicos, al triunfo madrileño cantando su Lerele para gente que trasnocha de etiqueta.

Aborda los trasteos con Caracol y Cesáreo González, que la firma para el cine por seis millones en el museo de bebidas de Chicote, sus alardes televisivos como planchadora de camisas almidonadas, que son las difíciles, y el pedido de un marquesado a Franco cuando se entera de que la reina de Inglaterra ha concedido honores a los Beatles. Después de sus tiempos de furia, aliviados con el lazo de Isabel la Católica que le impone el sonriente Solís Ruiz y su casamiento con el Pescaílla, repica la Zarzamora: «Ella que siempre reía / y presumía / de que partía / los corazones»…

Pero Umbral nos escabulle en esta biografía para Auger (todavía vinculado al Opus desde 1961 y hasta 1973), la aventura más escandalosa de la Petenera con el futbolista vallisoletano Gerardo Coque (1928-2006): «Gracias, Petenera mía: /en tus ojos me he perdido. / Era lo que yo quería». En realidad, lo que quería ella, cuando echa mano de un Coque recién llegado a Madrid desde Pucela, es dar celos a Gustavo Biosca (1928-2014), el central azulgrana de ojos verdes, que la acaba de dejar para volver con su novia. Coque también había dejado prometida a la suya junto al Pisuerga, pero cuando Paco Rabal los presentó en el farandulero Riscal madrileño, no se lo pensó dos veces, después de oír cómo le cantaban: «Quien te puso Salvadora, / qué poco te conocía. /El que de ti se enamora, / se pierde pá tó la vía». Coque tenía 25 años y acababa de fichar para el Atlético de Madrid del estadio Metropolitano por un quilo de billetes verdes, que es lo que pesaba un millón de pesetas entonces. Dejaba atrás dos ascensos encadenados con el Pucela, de tercera a primera, y una final de Copa perdida con el Athletic bilbaíno en la prórroga, además de la novia comprometida, pero aquel torbellino con muslos de cobre lo arrasa todo, cada vez que decide ponerse en marcha.

Hasta entonces, las artistas de la copla habían mostrado una querencia prioritaria por enlazar con toreros, como hiciera la Argentinita (1898-1945) con Ignacio Sánchez Mejías (1891-1934), cuya muerte inmortalizó Federico García Lorca en un poema memorable que aprenden y recitan los escolares. Ignacio estaba casado con la hermana de Joselito (1895-1920), el diestro que alimentó la pasión juvenil del luego académico vallisoletano de los toros José María Cossío (1892-1977), y fue también presidente del Betis.

De nuevo, al abordar la biografía de la Faraona, repite Umbral sus estrategias biográficas precedentes con escritores distantes o cercanos: usar su personalidad para retratarse él mismo. Con Lola Flores, respecto a la que evidentemente hay menos similitudes, evocando su pelea para hacerse sitio en un Madrid triplicado por los ecos de la copla, donde «los edificios de la Gran Vía abruman, convertidos en una Quinta Avenida del fracaso para el novel, con su primera puerta en las narices. Lo sabemos todos por experiencia».

Luego evoca cómo «los prodigios de España tienen su primera gestación oscura y confusa en provincias, para luego triunfar en Madrid. Desde las Cortes de Cádiz al Lerele de Lola Flores». Una Lola audaz, «que mete su Lerele del maestro Monreal en la Cabalgata de Quintero, León y Quiroga y lo hace porque sí, y por eso triunfa». Para seguir: «Es la movilidad, la heterodoxia, la improvisación, la filosofía española del Lerele…la mujer de los plantes y desplantes, la mujer fuerte en un país de hombres fuertes… el mito de la Petenera». Antes de salir a «españolear, a dejar al desgaire por ahí pétalos de España, semillas sembradas a voleo y a ver qué pasa». También en este punto Umbral aprovecha el resquicio para defender el estilo personal de quien no sigue la corriente: el Lerele de Lola y su literatura personal siempre repetida.

Lola «no ha hecho otra cosa que repetir siempre su Lerele en todo lo que ha realizado, del mismo modo que hay escritores que escriben siempre el mismo libro. Eso es un síntoma de genialidad, de personalidad. La raza del Lerele, la raza de los Lerele es una raza muy española».

Y luego se explaya: «¿No hizo don Miguel de Unamuno una filosofía Lerele, frente a la gran filosofía europea de Kant y Hegel?... ¿No ha hecho Picasso una pintura Lerele frente a la pintura académica de los italianos y los flamencos?». Saltándose las aventuras con futbolistas, cuyo anecdotario hubiera hecho saltar entonces el misterio del mito condecorado, avanza en su vida hacia el encuentro con Antonio González, guitarrista de su compañía, y la boda en El Escorial, de madrugada y sin azahar, sólo con los íntimos. «Un matrimonio que ha ido muy bien», concluye Umbral.

Se salta, por supuesto, las visitas al hotel de la selección española, a compartir noche con Biosca, hasta que le confiesa que la deja para casarse con su novia. Entonces Lola, que ya presentía la espantada, se retira al baño y aparece al rato desnuda y con un lazo negro prendido del pubis, en señal de luto por aquel amor que se esfumaba.

Lola, que ya tenía al jugador del Real Madrid Isidro Sánchez (1936-2013) casado con su hermana pequeña Carmen, pica en la casa de enfrente para dar respuesta al catalán Gustavo Biosca. Ahí entra en juego Gerardo Coque, recién llegado a Madrid como fichaje estrella de aquel verano. Los prolongados pendoneos nocturnos, intoxicados de alcohol y humo, por Riscal, Morocco y otros cabarets ocasionan los primeros retrasos al llegar a los entrenamientos de Coque, cuyo rendimiento futbolístico cada vez tiene menos que ver con la pujanza de su eclosión pucelana. Una gira americana de Lola, cuando todavía sigue prendida de su amor por Biosca, le proporciona el encuentro con un novio panameño, que la acompaña de vuelta. Aprovechando la pausa, Coque recapacita y se casa en Valladolid con su novia de siempre.

Pero al comenzar la temporada 1954-55, Lola despide al panameño y vuelve a buscar a Coque, cuya mujer regresa a Valladolid, tornando el vendaval a su torbellino. El 26 de diciembre de 1954, con un Atlético al borde del descenso, el equipo del Metropolitano empata en casa con Las Palmas, después de ir ganando por 2-0 en el descanso. Como ya en Madrid todo el mundo conoce las andanzas de Coque con Lola Flores, el público se ensaña recriminando el agotamiento de Coque en la segunda parte. A partir de ahí, desaparece durante semanas de los entrenamientos, hasta que llega de América la noticia de que se ha fugado con Lola Flores como productor del espectáculo de cante y baile de su gira.

La respuesta de Lola es de las que marcan época, pues transfiere cincuenta mil pesetas desde América al Atlético de Madrid como pago de la ficha temporal de Coque, que se ha llevado a jugar con ella. Un Atlético dirigido por militares reacciona al desplante con un expediente, del que Coque ya no logrará resarcirse. Al volver de América, Lola viene enamorada del Pescaílla, que toca la guitarra como nadie, y Coque suplica a la jerarquía aérea de su Atlético que le dejen entrenar al menos con el Rayo Vallecano, para no perderlo todo cuando sólo tiene 29 años. En aquella temporada 1957-58, para la segunda vuelta pos navideña, juega cedido en el Granada, donde da muestras del desgaste que acumula después de meses de mala vida trasnochadora.

La temporada 1958-59 Coque vuelve a casa, fichando por un Real Valladolid en segunda, retorno que también le supone rehacer su vida familiar. Y de Valladolid, en la temporada 1960-61, sube a Santander, para fichar por el Racing, de donde pasa en la temporada 1961-62 a una Cultural y Deportiva leonesa que milita en segunda división, ostentando el farolillo rojo de la clasificación, que supone su descenso. Lola flores siempre mostró su arrepentimiento por haber malogrado la carrera de Coque, quien finalmente terminó entrenando al Europa Delicias (filial blanquivioleta) y al Real Valladolid entre 1969 y 1971. En las bodas de platino del Real Valladolid Coque recibió la insignia de oro y brillantes del club.

La relación de Umbral con un personaje como Lola Flores coincide con la firma de libros sobre otras celebridades de la música popular de entonces por parte de escritores de la misma generación. Fue el caso de Jesús Torbado (1943-2018), quien en 1973 dirige La gran enciclopedia de la música pop (1900-1973), editada por Akal, en cuyos centenares de páginas colaboran estudiosos de la música popular, como Joaquín Díaz (1947), Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003), Eduardo Chamorro (1946-2009), José Manuel Caballero Bonald (1926) Héctor Vázquez Azpiri (1931), Joaquín Luqui (1948-2005) o Carlos Tena (1943-2004). Muchos de ellos firmarán libros de la colección Los Juglares de Júcar sobre músicos del momento. Por ejemplo, Héctor Vázquez Azpiri su Víctor Manuel (1975). Caballero Bonald, por su parte, sucesivos ensayos sobre el flamenco canónico, y alguna curiosidad menos conocida.

Así, la autobiografía Camilo (1985), vendida como memorias del alcoyano Camilo Blanes (Camilo Sesto en la farándula), ocultando su autoría, que correspondió al novelista Jesús Torbado.

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