Diario de Valladolid

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La política española ha tenido dos parejas notables en las que había un reparto similar de papeles. Por una lado, el socialista Felipe González contó con un Alfonso Guerra lenguaraz y siempre dispuesto a la mayor dureza verbal con el adversario. Un rol similar jugó Francisco Álvarez Cascos durante la Presidencia de José María Aznar. Ese reparto de tareas, liberando al máximo representante del Gobierno del cuerpo a cuerpo en las peleas políticas en las que se bordea la pérdida de la educación, donde se roza lo rastrero en el discurso contra el adversario, funciona. En Castilla y León, durante los últimos años también ha habido un caso similar, con un Juan Vicente Herrera que en su papel de estadista rehuía bajar al barro personalmente en algunos asuntos y contaba con un José Antonio de Santiago-Juárez que se encargaba con placer y destreza de lanzar mamporros dialécticos. El personaje se denominó dóberman durante la etapa de Álvarez Cascos, aunque luego el PSOE utilizó la figura para estigmatizar a la derecha en las elecciones, sin resultado positivo en las urnas. Guerra era el dóberman de González y Cascos el de Aznar. Hoy, en la Junta de Castilla y León, se ha formado una pareja similar aunque de forma espontánea y con cierto descontrol. El presidente Alfonso Fernández Mañueco ha encontrado en Francisco Igea un portavoz de la Junta que ejerce de dóberman, aunque los mordiscos los lance a diestro y siniestro y lo mismo le cae a un adversario que a uno de la familia. Que se lo pregunten a Luis Fuentes, que en teoría es de casa y se ha llevado más de una dentellada. Mañueco tiene que estar encantado, porque gracias a Igea está mejorando su perfil de hombre moderado, conciliador y razonable y además se coloca en las disputas políticas en un nivel más elevado, sin que le salpique el barro. Si las otras parejas que surgían de la misma formación política acabaron mal, con el dóberman abandonado en la misma casa o fuera de ella, habrá que ver que pasa con esta de la Junta que surge como consecuencia de un pacto de partidos. Lo que sí parece claro es que Mañueco tiene que ver con satisfacción cómo el dóberman, sin ser de su responsabilidad, porque no está a su nombre sino al de Ciudadanos, se va metiendo en todos los jardines.

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