De la preidiotez a la posverdad
ENTRE la posverdad y la preidiotez se está cociendo el asunto. O quizá habría que decir entre la preidiotez y la posverdad, no caigamos en una inicial contradicción en lo cronológico. Si tunear la realidad a toro pasado es deleite de muchos, no es menos cierto que el estado de cómoda y gozosa ignorancia, tantas veces voluntaria, de un número no menor de individuos, permite, cuando no incita, a tan indecorosa afición.
Dos ejemplos claros de estado de preidiotez son los casos de los bienes del Monasterio de Sijena, en Aragón, y de los documentos del Archivo de la Guerra Civil, en Salamanca, rebautizado como Centro de la Memoria Histórica. Nombre éste último que denota cómo existen políticos, y entre ellos (ex)presidentes del Gobierno de España, que creen que el pueblo está para engañarlo con un simplón manejo de las palabras.
Una muestra evidente de preidiotez es cuando quienes dicen Londres y Marsella, en vez de London y Marseille, pronuncian Lleida. Qué graciosos. Si se encuentran con alguno pregúntenle cómo debe llamarse a los que allí nacen. Leridanos, verdad… ¿entonces?
La preidiotez parte de un cierto sentimiento de inferioridad, estado este al que la ignorancia (con o sin título académico) rinde profundo y sentido homenaje. También es cierto que el estado de preidiotez existe en su versión sobrevenida, es decir, por efectos prácticos. Así, lograr votos para no perder el sueldo público.
Leo que todos los directores de museos oficiales catalanes han suscrito un panfleto en contra de que vuelva a Aragón lo que previamente habían robado. Al parecer alegan los motivos opuestos por los que la Generalidad logró desmembrar al Archivo de Salamanca. Es lo que tiene sentirse superiores.
Temerosos y débiles, la mayoría de nuestros políticos e intelectuales siempre han metido la cabeza debajo del ala ante asuntos espinosos nacionales. Con el fotoshop de la posverdad esperan salir en la foto con el gesto enhiesto de Gutiérrez Mellado.