Diario de Valladolid

DESAPARECIDOS / EL DRAMA FAMILIAR

La ausencia al otro lado de la puerta

Desapareció un viernes de hace once años y en casa del joven José Luis Morante, en Béjar, cada día se preguntan ‘por qué no está’. La falta de respuestas, el bloqueo de la investigación y el silencio mediático complican el duelo. «Esto no se supera. No hay nada peor que no saber». La familia se rebela contra el olvido para algún día conseguir «descansar»

La familia de José Luis Morante permanece unida y comparte la tristeza por desconocer qué le sucedió al benjamín de la familia.-ENRIQUE CARRASCAL

La familia de José Luis Morante permanece unida y comparte la tristeza por desconocer qué le sucedió al benjamín de la familia.-ENRIQUE CARRASCAL

Publicado por
Alicia Calvo
Valladolid

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Caminaba entre rostros conocidos y otros que no le resultaban familiares. Daba pasos hacia delante, casi por inercia. Todos buscaban. Pilar, miraba, «seguía andando». No sabía muy bien «qué hacía allí». Tampoco le dio tiempo a pensar. Se sumó a la batida porque era lo siguiente para intentar encontrar a José Luis. «Era una pardilla y no tenía conciencia real de qué pasaba». Hasta que vio a los Geos en el pantano. «Desperté y me di cuenta de que ahí no estaban buscando a mi hermano vivo».

Después de pinchar música en un bar de Béjar, José Luis Morante no regresó a casa la noche del 13 de julio de 2007. Tenía entonces 26 años y residía con su madre, Martina. Una mujer que no ha vuelto a cruzar el umbral de la habitación de Jose, como le llama la familia.

Vivir con un miembro de la familia desparecido provoca una dramática paradoja. Es un vacío que ocupa espacio en la casa y en el interior de sus seres queridos. Así, el cuarto del benjamín de cuatro hermanos permanece «intacto». Martina no abre la puerta. Las nuevas generaciones, los seis nietos de la matriarca, saben que ahí no se entra. Que pone triste a la abuela.

De vez en cuando, Martina le pide a Casti, su hija mayor, que limpie el polvo acumulado. La persiana permanece a dos rejillas de la oscuridad total. La cama, hecha. Sobre la mesa de madera, una figura de Bart Simpson y un equipo de música con dos altavoces de gran tamaño recuerdan las aficiones de Jose. «Le encantaba la música. Pinchar le gustaba mucho, sobre todo pop y disco», recuerdan Casti, César y Pilar, que desde hace once años conviven con su ausencia.

José Luis es una de las 129 personas de Castilla y León que, tal y como reflejan los últimos datos del Ministerio del Interior, permanecen desaparecidas.

Su desaparición marca todavía hoy a cada miembro de esta familia. La vida de Martina se detuvo esa noche de insomnio. «Se paralizó», detalla Pilar, ante las palabras que afirma que a su madre le faltan por la emoción que le provoca hablar sobre «la pena» que arrastra.

Tanta, que prefiere no ver imágenes sobre su pequeño. Alguna vez pronuncia un ‘¿Te acuerdas cuando Jose...?’. Pocas referencias en voz alta más a una pérdida que al producirse rodeada de tantos interrogantes «no se supera», según atestiguan en ese salón con vistas a una antigua fábrica textil bejarana.

No hay cierre del duelo, ni sueño profundo. «Sólo queremos descansar», exponen tres hermanos que afrontan de distinta forma el suceso.

Pilar se casó veinte días antes de ese viernes. Su viaje de novios fue sobrecogedor. Los días posteriores, en los que los tres hermanos se turnaban para dormir en el sofá y acompañar a su madre, recorrió junto a su marido las zonas próximas de la comarca donde algunos vecinos aseguraban que lo habían visto.

Cuenta que tiene muy presente a su hermano todos los días. Que es el primer pensamiento de la mañana.

«No sé por qué me viene a la mente al despertarme. Pienso en él. Luego ya me pongo en pie y me voy a trabajar». A sus hijos, que son pequeños y no conocieron a su tío, Pilar no les ha contado aún nada sobre el joven.

Ella es la única de los tres que oscila entre la esperanza y la desolación. «Va a ratos. Antes sí creía que un día me llamarían y me dirían que apareció. Últimamente, no. Ya me decanto por pensar que a quien sea se le fue de las manos».

César mantiene viva la «improbable» ilusión de que algún día aparezca bien. «Nunca la pierdes, aunque sé que es muy difícil», indica. Pero Casti fue más tajante desde el principio. Cree que le sucedió algo y clama por que al menos encuentren su cuerpo. «Para poder pasar página. Para que mi madre, el día de mañana, el que tenga que marcharse, no lo haga sin saber qué le pasó a su hijo».

A todos les afecta esta situación abierta, pero a Martina, más. «Un hijo es un hijo. Y no saber dónde está, ni por qué razón no ha vuelto es durísimo», exponen y agregan que se trata «de una de las peores cosas» que se puede sufrir. Por lo inesperado, por lo que duele desconocer qué ha sido de Jose y por lo complejo de admitir que existe la posibilidad de no hallar respuestas nunca.

La familia aprendió de primer mano otra paradoja, la de cuánto dolor puede contener la esperanza.

El rastro de José Luis se perdió en el municipio cercano de Hervás, a los dos días de no volver a dormir por primera vez. La familia está convencida de que «nunca» se marcharía voluntariamente. «Por sí solo no se ha ido. Sin documentación. Le ha pasado algo, pero no ha aparecido», apunta Casti, que detalla que tenía un pequeña discapacidad intelectual «que no le impedía llevar una vida normal». Quizá por ello, «estaba muy apegado» a su madre y «era especial y querido» en la zona.

Cuentan también que llevaba «500 euros» en la cartera por su trabajo como pinchadiscos en el momento de desaparecer.

Recibieron muchas llamadas. «Todo el mundo lo veía. En el bus, en un bar, en la calle... Pero, en realidad, nadie lo veía».

Las falsas alarmas hicieron mella. En una ocasión hasta los agentes de la Benemérita les llamaron porque creían haber dado con él en un bar. La alegría duró apenas unas horas.

Las investigaciones sí arrojaron pistas que, sin embargo, no desembocaron en un relato de los hechos que pudiera sostenerse con pruebas de cargo, ni en el descubrimiento de su paradero.

Tres personas del cacereño Hervás fueron detenidas. Una de ellas acumulaba antecedentes penales por violación y agresión y pasó cuatro meses en prisión por la desaparición de José Luis. En su declaración, repetía que el joven bejarano «estaba en Madrid». Salió en libertad sin cargos.

Durante todo el proceso, sobre todo en las primeras semanas, la comarca salmantina se volcó en encontrar a su vecino desaparecido. Se efectuaron batidas en las que participaron multitud de lugareños en Béjar y en municipios próximos, como Hervás, Baños de Montemayor y Montehermoso.

Y otra paradoja más. Las desapariciones, algo que por definición debería ocupar el más amplio radio de atención posible, muchas veces no trascienden más allá del ámbito local.

Pese al abrigo cercano, la familia de José Luis extrañó un mayor respaldo más allá de tierras castellanas y leonesas. «No se le dio nada de bombo mediático», arrancan César, Casti y Pilar un alegato contra un olvido frente al que se rebelan.

«Todos somos de Dios y unos salen y otros no», protesta César por el eco y la repercusión de otros casos de personas desaparecidas que trascendieron a nivel nacional y movilizaron a la ciudadanía, frente al silencio que reciben otros, como el suyo. «Hemos estado muy arropados por los vecinos, pero también nos hemos sentido un poco abandonados por las autoridades, los cuerpos de seguridad y los medios», agregan Pilar y Casti, que opinan que el auge de las redes sociales y el desarrollo de la tecnología actual, si llega a darse entonces, «hubieran ayudado».

Para muestra, los hábitos referentes al móvil. «Todavía no estábamos todo el día con el WhatsApp, como ahora. Aunque Jose no prestaba mucha atención a su teléfono, sería distinto y más fácil que pudiéramos habernos comunicado o llegar a más gente por si alguien supiera algo», aventuran.

También suponen que después de escuchar sobre tantos casos, quizá hubieran reaccionado con más armas. «No piensas que te va a pasar una cosa de esas y no sabes nada. Al oír más historias y ver en televisión más gente a la que le ha sucedido sería distinto. O a lo mejor no», reflexiona Casti.

Todo el afán de los tres se centra en que la historia de su hermano «no se olvide» y se continúe investigando. Sobre todo, encontrar algún día respuestas para obtener la «paz» arrebatada aquel 13 de julio. Que Martina, que ya no es la misma y «le falta el brillo» de antes, deje de preguntarse «¿Por qué Jose no está aquí?». Es lo único que no ha cambiado. La pregunta que se hizo hace once años y que repite cada día.

MÁS DE UN CENTENAR DE FAMILIAS AÚN EN VILO

Denuncias. La base de datos del Centro Nacional de Desaparecidos, dependiente del Ministerio del Interior, refleja que en Castilla y León existen 129 denuncias activas, once de ellas con riesgo alto y, el resto, limitado. En España, la cifra alcanza las 6.053. De ellas, 216 presentan un riesgo elevado.

Provincias. El detalle estadístico provincial revela que, en la Comunidad, Valladolid es la que más acumula, con 27 activas (el 21% del total). Cuatro de ellas son de alto riesgo. Salamanca y Burgos aparecen en siguiente lugar, con 23 y 22 denuncias, respectivamente. Los casos abiertos en Segovia ascienden a 13, mientras que en León suman 14. Palencia acumula 11 y la provincia abulense mantiene abierta una decena de expedientes. En Soria y Zamora las denuncias descienden hasta las seis y tres, respectivamente.

Menores. De las 129 denuncias totales, 35 corresponden a menores desaparecidos. Ocho se presentaron en Burgos y otras tantas, en Valladolid. El riesgo es limitado en todos los casos. En varios de ellos son jóvenes que se escapan de centros de menores.

Perfil. El perfil más frecuente de las personas que desaparecen es el de un hombre de nacionalidad española con una edad comprendida entre los 36 y 50 años.

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