TIENE TELA
Trampa mortal
ESPECTÁCULO delirante. Rodeado de corrupción por todas partes, de un sectarismo plenipotenciario hasta la extenuación del optimista, haciendo ostentación de todos los recursos propagandísticos que tiene un Presidente en una democracia que pierde enteros en cada opa hostil que lanza contra la convivencia constitucional, y convirtiendo en objetivo las trampas infinitas que guarda en la recamara un súper ego para caer siempre de pie, Pedro Sánchez convocó el jueves pasado a todos los líderes políticos del arco parlamentario.
Primero, una puntuación. Esta cumbre de la niebla magnética –un efecto ensoñador que suaviza los fenómenos atmosféricos– se hizo, en apariencia, para determinar las partidas astronómicas del gasto militar, y tuvo lugar en la propia casa de Pedro Sánchez. Es decir, en el Palacio de la Moncloa, donde el poder ejecutivo hace su labor de zapa, tiende sus magistrales trampas ratoneras, proyecta los decretos leyes que sustentan su política, sus consejos de ministros, y no en la sede del poder legislativo, que es el Congreso de los Diputados, y en donde se dilucidan, discuten y aprueban los dineros públicos.
Segundo, hagamos una rectificación obligada: no invitó a todos los líderes del arco parlamentario. Vox, la tercera formación más votada por los españoles, quedó excluida por sectarismo iconoclasta, por bollería industrializada. Lo que sonó a capricho racista de tecnogaitas: son la extrema derecha que huele a tardo franquismo, a putinismo de pan reciente, a neonazismo con pestañas mega volumen que son las más atrevidas en el mercado de la sofisticación en rulos, y a cuya estética –a pesar de los ursulinos von der leyanos con pamela aviar– se han abonado no pocas naciones de la Europa de los mercaderes.
Cuestión esta muy espinosa para las águilas ratoneras que son ultra exquisitas con el condumio. Por tres razones de peso evitó Sánchez el roce con Abascal. No quería oír, y menos en su propia casa, lo que al fin de cuentas le dijo el voxero fuera de ella el sábado por la mañana. 1, que el confinamiento de los ciudadanos terminó con el secuestro del Parlamento, que declaró ilegal el Tribunal Constitucional. 2, que aprovechó el ominoso silencio de los corderos «para su propia corrupción» mientras «engordaban sus cuentas». 3, que para blanquear a la extrema izquierda de ETA le sobraban a Sánchez manos.
Así que viendo la reincidencia en los antecedentes, el delicado encaje de servilletería en los preparativos, el ceremonial del besamanos –30 minutos a cada uno y a freír espárragos–, las prevenciones, y las suspicacias de todos ellos ante la cumbre de las vanidades, la incertidumbre fue generalizada: no había plan ni orden del día, sólo un folio en blanco. Al final quedó clarísima una evidencia de ringorrango: que los cafés de Pedro Sánchez en Moncloa son una ratonera, la antesala del manicomio al que todos entran con cierto regolaje –con buen temple quiero decir–, pero que salen destemplados y con la chaveta semi vacía o vacía del todo.
Observando los caretos de las entradas y de las salidas de estos convidados de piedra, uno tenía la sensación de asistir en vivo a la representación de la célebre comedia de Plauto, titulada Truculentus –traducido como el truculento, el grosero, o el salvaje–, que no deja títere con cabeza, pues retrata sin piedad en el año 190 antes de Cristo los latrocinios y el puterío más rastrero de una sociedad degradada y corrompida. Ante la trampa mortal que Sánchez tendió el jueves a sus interlocutores, hay aquí un verso magistral del comediógrafo que da respuesta eficaz a esa truculenta situación: «el ratón jamás confía su existencia a un solo agujero».
Feijóo, el Rajoy II de la oposición galleguista a tope, entró por el agujero de la sorpresa, pero salió por el hondón del consenso, porque así es él: tiene la idea fija de la hormiga que sólo piensa en llevar el grano a su despensa. Dijo al tirano con respeto que no puede prescindir del Congreso para justificar los dinerales en defensa, pero ni le contestó. Y entonces –pensando que ya llegará el Houston de Ayuso corrigiendo los errores del despegue y aterrizaje– dijo que para «las cuestiones de Estado, siempre estará el PP». El ratón, una vez más, ha vuelto a caer en la trampa por ese extraño atractivo que sienten los roedores aseados por la pecina.
El resto de invitados –paso de enumerarlos pues son los mismos que sostienen a este Frankenstein insaciable y recalcitrante– entraron por el portón del no frente al supuesto incremento del gasto militar, pero salieron por la huronera de John Steinbeck en su novela De ratones y hombres cuando describe el limbo del colaboracionismo triunfal: «una pregunta es una trampa, y una respuesta pone el pie en ella». Ya lo arreglaremos más adelante. Los bilduetarras, felicísimos, no disimularon su tronera de entrada y de salida: quien hace la trampa nunca cae en ella.
Enviboreándolo todo como las lluvias torrenciales de marzo, los ladrones sostenidos de Europa dicen ahora que no hay que esperar a la reunión de la OTAN en Junio para acoquinar pasta. Así, como si esto fuera un problema para el ratón hispano de Sánchez que entró por el agujero con la morcilla del juez de Prada para limpiar la corrupción, y se quedó como el único heredero de todas las trampas y corrupciones con el Congreso o sin él, con Begoña y con su hermano, con el Fiscal General y Conde Pumpido, con pandemia o sin ella, con Putin o sin Trump, con TVE o con la inteligencia artificial. «¿No es cierto, ángel de amor, que en esta apartada orilla más pura la luna brilla» y te robo y lo gasto más y mejor? Todos los ratones con trompa de elefante contestaron: Sí, bwana.