Diario de Valladolid

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Nada de agua pasada. La moción de censura sigue trayendo cola en vísperas de Semana Santa. Según algunos, ha sido un monumental desbarajuste que deberíamos olvidar del todo, pues se trata de agua que ya no mueve molino. ¿Seguro? Según otros, ha tenido su pequeña catarsis política, pues podría ocurrir como con esa agua de marzo que asegura el pan de todo un año. Los escépticos, siempre por la tangente, piensan que bueno, que algo tendrá el agua de esta moción cuando los primeros y los segundos la bendicen y la maldicen con igual entusiasmo.

Como no soy ingeniero hidráulico, mis dudas aumentan cada día. En esto sigo a pies juntillas el parecer de mi nieto Marquitos que, con cinco años, tiene un gran sentido común. Me explico. El miércoles le impusieron la medalla de la Cofradía de las Angustias, y estaba el crío más feliz que una perdiz. Ahí mismo me hizo esta interesante reflexión: oye Lalo, no entiendo bien cómo las campanas de Santoña por la mañana tocan las horas como a difunto y por la tarde sólo repican a gloria, algo no encaja. Pues no, hijo, algo no encaja, le dije para salir del paso.

Mis dudas se agrandan cuando veo en el grupo de los algunos, o el de los primeros –o sea, en los de Sánchez y su Gobierno Frankenstein en pleno–, que el repique de las contenturas y las campanadas de los cabreos van perdiendo fuelle conforme avanzan los días. Efectivamente, algo no encaja. Las contenturas sólo es exteriorizaron cuando después de la votación, la moción había decaído con 201 votos en contra, 53 a favor, y 91 abstenciones. Todo dentro de lo previsto en un equipo de hooligans para demostrar que no hay nadie tan astuto e inteligente como ellos. Algo que ya sabíamos todos por adelantado.

Lo imprevisto para ellos, y para el resto, fue que un candidato con 90 años como Ramón Tamames, sin estridencias ni concesiones, les tomara el pelo desde el primer momento, y que, además, les diera un soberano repaso de lo que es una democracia y cómo funciona. Para ellos –que tenían preparada la unidad ambulatoria de evacuación con primeros auxilios, que incluía, incluso, un capellán con los santos óleos de la extremaunción–, algo sigue sin encajar.

Un verdadero chasco. Sin querer queriendo, Tamames les llamó de todo: adictos al tocho, que no respondían ni a una sola de las preguntan que el orador formulaba; infantiles del rodrigón, que siembran un nabo allí donde no hay tierra; soberbios de las matemáticas, ignorando que un matemático puro puede ser un puro asno como ya se decía en la Edad Media –«purus matemáticus, purus ásinus»–; histriónicos de partido, que entonaban con los esclavos del Himne Ibéric de Maragall con tal inquina, que el anciano orador tuvo que recomendarles, por favor, «cafinitrina» para la prevención de infartos. Como final, don Ramón remató su alegato con una andanada que la soberbia rumbosa del sanchismo no soporta sin una previa apostasía: tienen ustedes un plus de «autocracia absorbente» que es insoportable.

Mis dudas metódicas también se agrandan con los otros, o con los segundos –o sea con los del PP de Feijóo que mean brillantina en una alquitara finísima–, pues al oírles en el Congreso haciendo cucadas con la oratoria de la moción de censura, me han dejado de piedra. Me han recordado a Quintiliano cuando en su Institutione oratoria decía, sin despeinarse, «nascuntur poetae, fiunt oratores». Traducido: que algunos nacen poetas y después se hacen oradores. Y claro, así pasa lo que pasa: que cuando peroran como oradores confunden la suave cadencia de las hojas otoñales con el renacimiento de la primavera.

Hombre, por Dios, eso de atizarle a Sánchez a la remanguillé hasta que sangre el carnet de identidad –yo duro y vos duro, ¿quién llevará lo maduro?, que decía el castizo–, y luego abstenerse con un Dios te ampare, no tiene lógica posible. Ni Marquitos lo concibe con las campanas de su pueblo: algo no encaja. Y no encaja porque de estos artilugios retóricos se cachondeó el mismísimo Fray Gerundio de Campazas, alias zote. El día de San José hizo el famoso predicador una célebre moción de censura con esta salida de banco: como san José era carpintero, y lo más probable es que hiciera confesionarios, pues hoy hablemos de la confesión. Hasta Sánchez celebró esta ocurrencia tan josefina de Feijóo.

¿Y los escépticos? Hemos gozado de lo lindo con una moción de censura que, al parecer, no esperábamos tan sonora, pues creíamos que estaba tan estructurada de arriba abajo por los supervisores de la continuidad frankensteiniana, y tan amarrada por la aritmética de Sánchez, que todo sería el baño placentero de las estadísticas en el que caen todas las moscas. Pues no. Tamames, desde el primer momento, y como un viejo zorro, se salió del guión que todo el mundo le había marcado –incluidos los medios de comunicación que llegaron a publicarle un discurso apócrifo– con una frivolidad pasmosa. Como única salvación, el político de la Transición se limitó a señalar lo mismo que dice Cicerón en sus célebres disputaciones: «la patria está allí donde quiera que se esté bien».

Qué incomodidad, por tanto, para los enemigos de la patria hispana que acoge el sanchismo con singular delectación. A esa misma retórica ciceroniana se ciñó también el discurso de Vox para remitirnos al punto de partida del sanchismo más corrupto previo a la moción de censura: con el Tito Berni en calzoncillos, con la Directora General de la Guardia Civil dimitiendo por indicios de corrupción, y con Txapote disfrutando en un hotel de cinco estrellas. Algo no encaja en el paraíso de Sánchez cuando las campanas se están volviendo locas.

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