Diario de Valladolid

Atalaya vuelve a Valladolid con Valle-Inclán para reflexionar sobre una sociedad «narcotizada»

La aclamada y veterana compañía andaluza, Premio Nacional de Teatro, presenta este fin de semana en el Teatro Calderón su nueva versión de ‘Divinas palabras’

Una imagen de 'Divinas palabras'.

Una imagen de 'Divinas palabras'.CURRO CASILLAS

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La compañía sevillana Atalaya Teatro, Premio Nacional de Teatro, regresa este fin de semana al Calderón –lo que es como jugar en casa, dice su director Ricardo Iniesta, pues es en Madrid y en Valladolid donde más han actuado, una vez que salen de su tierra– para presentar su nueva aproximación a Divinas palabras, obra magna de Valle-Inclán que ya llevaron a escena en 1998 y llegaron a mostrar en Pekín, con sobretítulos en chino mandarín.

Hay quien vio en ella, en la historia que se desata con la explotación y muerte de un ser indefenso, en la avaricia, crueldad y miseria moral de sus protagonistas, el retrato de la España aldeana finisecular. Hay quien fue más allá y vio en Juana la Reina, Pedro Gailo y Séptimo Miau la esperpentización de Alfonso XII, Cánovas y Sagasta, y en Laureano, el idiota hidrocefálico explotado por las gentes sin escrúpulos, a todo un pueblo. ¿Dónde pone el foco Atalaya Teatro?

«Para mí, Luces de bohemia ha envejecido peor y tiene menor proyección en el tiempo y en el espacio que Divinas palabras que, me atrevo a decir, del siglo XX, en lengua castellana, es la obra que más se ha hecho fuera de España. Y eso tiene que ver con la temática, que es universal, porque trata de las grandes pasiones humanas que no han cambiado nada en los últimos 6.000 años: de la avaricia, de la lujuria, de la envidia... Eso es aplicable a los políticos, a la religión, a la vida cotidiana», sentencia el máximo responsable de la compañía, fundada en 1983.

Una imagen del espectáculo.

Una imagen del espectáculo.CURRO CASILLAS

Atalaya, explica un Iniesta interesado en «lo rural» y en lo «mágico» del texto, ha querido sin embargo escapar del «casticismo» de la obra, darle «un punto más contemporáneo», hacerle justicia a un Valle-Inclán que defendía que sus obras eran ‘sinfonías de colores’.

«Estamos viendo cómo las mentes de hoy en día son narcotizadas, conducidas en bloque, sea por la religión, sea por las redes sociales con Elon Musk a la cabeza. Con eso, al final, los poderosos son los que ganan», abunda Iniesta, que reconoce que esas divinas palabras ininteligibles que consiguen apaciguar a la masa al final de la obra –bien podría ser, en lugar del latinajo con que salva Pedro Gailo a su mujer, esa retórica confusa del político de turno– hoy nos llegan desde un mayor número de altavoces. «Son voces que nos engañan. Esa idea es la que subyace en el montaje», abunda.

No es la primera vez que Atalaya regresa a un texto previamente estrenado. Ya lo hizo con Lorca, con Así que pasen cinco años (1986, 1994 y 2016) y los clásicos, con Elektra (1996 y 2020). Volver a Valle-Inclán era algo anhelado desde «hacía años», recuerda Iniesta, que llegó a presentar una propuesta al Centro Dramático Nacional para llevar a escena al autor de Comedias bárbaras. «Está olvidando a los grandes autores universales, tanto españoles como extranjeros. Soy muy crítico con la programación del CDN. Le ofrecimos la posibilidad de hacer El embrujado, que no lo habíamos hecho. No aceptaron y decidimos volver a Divinas palabras», explica el director y fundador de Atalaya.

Una imagen del espectáculo.

Una imagen del espectáculo.CURRO CASILLAS

Iniesta sentía que «tenía una deuda» con el gallego. Sin su lenguaje, admite, sin su influencia, «Atalaya no sería la misma». «Nos ha influenciado muchísimo. Él pedía energía en escena para llevar sus textos, con un sentido expresionista. Eso se acopla con nuestra forma de entender el teatro, como también nos puede ocurrir con el surrealismo de Lorca, con la tragedia griega o Shakespeare, que son otros apoyos».

En estos más de 25 años entre una y otra versión de Divinas palabras –estrenada la segunda en 2024–, Atalaya ha levantado 15 espectáculos. «Hemos crecido mucho. Esos 27 años son dos terceras partes de nuestra existencia. Hemos llevado a escena al Shakespeare más sanguinario, el del Rey Lear y el de Ricardo III, y a Fernando de Rojas, dos autores que marcaron a Valle-Inclán. Diría que hasta hemos aprendido de él haciendo La Celestina», apunta Iniesta.

Del montaje de 1998 se mantienen, por ejemplo, Ricardo Iniesta y una Silvia Garzón que entonces hizo de Simoniña y ahora de su madre Mari-Gaila. ¿Queda algo más de aquella primera versión? «Difiere mucho. Hay diferencias en el trabajo de texto, por todo lo aprendido estos años, también por los maestros que han pasado por el Laboratorio de nuestro Centro TNT. Antes prestábamos más atención a la acción física, pero ahora, sin renunciar a eso, la palabra es clave para Atalaya y hacemos un trabajo con ella concienzudo. Una palabra dicha con energía, no en plan naturalista, sino como lo hacen actores ingleses como Ian McKellen o Jeremy Irons, manteniendo la verdad. Luego, el trabajo físico es mucho más rico, contamos con un trabajo coreográfico de Juana Casado que no teníamos entonces. Y tenemos una composición musical mucho más compleja, en el buen sentido. Y luego, por supuesto, está el espacio escénico, donde pasamos de unos carretes que gustaron mucho a unos grandes conos que se iluminan, a los que se suben unos actores que también se meten dentro. Y un diseño de luz nuevo... Todo el aprendizaje de estas dos décadas está puesto al servicio de Valle- Inclán», resume Ricardo Iniesta.

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