Un 127 blanco, clave para resolver la desaparición de las niñas de Aguilar hace 29 años
La Justicia reabre el caso después de que una mujer del municipio palentino relate a la Guardia Civil que la intentaron secuestrar en un Seat 127 idéntico con matrícula de Valladolid, al conocer la historia en el programa ‘Viva la vida’
Un hilo de esperanza 29 años después. La reapertura del caso de la desaparición de Virginia Guerrero Espejo y Manuela Torres Bougeffa en Aguilar de Campoo en 1992 tras un testimonio de una mujer que sitúa sobre la mesa un relato casi exacto un año antes del suceso abre una puerta de confianza e ilusión para cerrar el trágico capítulo que arrastran en sus vidas los familiares y amigos de las jóvenes de 13 y 14 años que continúan en paradero desconocido tras casi tres décadas de dolor ante un caso nunca resuelto. Y la clave para resolverlo está en el coche que conducía el individuo, un Seat 127 blanco con matrícula de Valladolid.
El criminólogo que representa a la familia, Ramón Chippirrás, y el hermano de Virginia, Emilio Guerrero Espejo, hablan con este periódico y relatan un escenario actual de «sentimientos encontrados». Miedo y esperanza, a partes iguales. El criminólogo relata que, por el momento, el Juzgado está realizando las pesquisas necesarias para comprobar la viabilidad del caso, ya en manos de la Guardia Civil. «Existen innumerables coincidencias con lo que les sucedió a Virginia y Manuela», confiesa. Tras el programa de ‘Viva la vida’, la mujer contó su historia; después, fue puesta en conocimiento de la Guardia Civil, que ahora centra todas las miradas en la identificación del vehículo, el Seat 127 blanco, el cual recogió a esta mujer igual que a Virginia y Manuela, con la diferencia de que, esa primera vez, fue un rapto frustrado.
La nueva línea de investigación supone la «última esperanza» para encontrar a las niñas, para salvar a las dos, una alegría para las familias y a la vez un lamento que pueda dejar una pista falsa más, después de los trágicos capítulos que han sufrido en el transcurso de los años y que no han servido para esclarecer lo que sucedió aquella noche del 92. «Tenemos que ir con pies de plomo, no podemos aventurarnos a nada», reconoce el hermano de Virginia, apoyado por el criminólogo, que confiesa su labor de mantener la esperanza en las familias sabiendo que puede llevar a ninguna parte el nuevo testimonio.
La historia de dos amigas íntimas, que vivían en la localidad palentina de Aguilar de Campoo y desaparecieron en extrañas circunstancias la noche del 23 al 24 de abril de 1992, se extiende hasta nuestros días tras una nueva línea de investigación que reabre el caso, cerrado desde hace unos años. Aquella fatídica noche comenzó un infierno para las familias, que, a día de hoy, no pierden la esperanza de encontrar a Manuela y Virginia o, al menos, de que se esclarezca lo sucedido.
Virginia Guerrero, natural de Aguilar de Campoo y con tres hermanos, conoció a la joven Manuela Torres, nacida en Aix-en-Provence, en Francia, de madre parisina de origen argelino, Karima Bougeffa, y José Torres, malagueño de ascendencia gitana. Ella y su madre se habían mudado recientemente a España, a Aguilar de Campoo, donde vivían algunos familiares maternos, después de que sus padres se separaron. Y ambas niñas forjaron una amistad que resultó fatal.
Las jóvenes de 13 y 14 años, cuando tenían ocasión, se desplazaban a la localidad cántabra de Reinosa, sin el conocimiento de sus familias. La tarde del jueves 23 de abril de 1992, Virginia y Manuela se fueron a Reinosa sin permiso, como tantas otras veces. Al parecer, vieron a las jóvenes sobre las siete de la tarde en los alrededores del Parque de Cupido del municipio cántabro. Estuvieron con unos amigos, y a las nueve de la noche decidieron regresar a su pueblo.
El plan incluía volver haciendo autostop desde Reinosa hasta la localidad palentina. En este punto, un Seat 127 con matrícula de Valladolid, según una vecina que presenció los hechos, recogió a Manuela y Virginia al inicio de la carretera que llegaba a Aguilar de Campoo, de escasos 30 kilómetros. Y hasta hoy.
Desde entonces, no se las ha vuelto a ver. Años y años de pesquisas y pistas falsas que sólo alimentaron la esperanza de dos familias destrozadas. Sin embargo, la nueva línea de investigación podría ser definitiva para descubrir el final de una historia espeluznante que mantuvo en vilo al país hasta que fue sepultado por el caso Álcasser, de características similares.
Pasó el tiempo, sin descanso las familias buscaban como hacer soportables sus vidas tras el trágico suceso, pero el infierno que sólo ellos conocen acababa de empezar.
Las pistas falsas lo único que provocaron fue más dolor. En 1994 aparecieron dos cráneos en las inmediaciones del pantano de Requejada. Sin embargo, resultaron ser de la época de la Guerra Civil. En el 97, una joven aseguró haber visto a Virginia y Manuela en el ambiente okupa madrileño. Se movilizó medio país y se llegó a realizar un retrato robot. De nuevo, mismo resultado. Ya en 2018, se registró la pista que albergaba mayores coincidencias. En la localidad cántabra de La Población de Yuso, junto a Reinosa, la sequía dejó al descubierto una mandíbula aparentemente humana. El informe del anatómico forense indicaba que correspondía a una mujer adolescente, de entre 13 y 16 años y fallecida hace unos 25 años. Sin embargo, el cotejo del ADN no reflejó ninguna coincidencia con los datos de las familias. Otro palo más. Y la última esperanza nace con la reapertura del caso gracias al testimonio de una mujer que sufrió un escenario idéntico un año antes que las jóvenes.
EL NUEVO TESTIMONIO
El Juzgado de Cervera de Pisuerga reabrió la investigación sobre la desaparición de Manuela y Virginia. Se ordena volver a abrir las diligencias gracias al testimonio de una mujer, que relató una situación exacta a la que vivieron las jóvenes. Tras un programa de televisión, ‘Viva la vida’, en Telecinco, una mujer llamó relatando una historia similar, el detonante de la reapertura. Un año antes de que las niñas de Aguilar desaparecieran, esta joven y una amiga también volvían de Reinosa haciendo autostop, un coche paró, también un Seat 127 blanco, recogió a ambas chicas y pegó un volantazo para tomar la dirección opuesta. La única diferencia entre estas jóvenes y Manuela y Virginia es que las primeras consiguieron escapar tras un forcejeo con el agresor que provocó que el vehículo se saliera de la carretera, momento en que aprovecharon para salir y huir.
Chippirrás relata que la Guardia Civil está estudiando el caso e insiste en todas las coincidencias: el lugar, el coche, las jóvenes. En esta línea, el representante de las familias también relata que una de las pistas que lleva a reabrir el caso es que la mujer delatora explicó en esa llamada que fue capaz de reconocer unos años después a la persona que había sido autor de la agresión, aunque sin embargo, nunca llegó a denunciar al individuo.
Ante esto, las autoridades están comprobando la veracidad del testimonio que, como primer paso, ha servido para reabrir la herida, a pesar de generar una nueva esperanza para dos familias destrozadas desde hace casi tres décadas.
Tanto Emilio, el hermano de Virginia, como el criminólogo representante de las familias, reconocen que las probabilidades a día de hoy «son escasas». Sin embargo, no esconden esa ilusión al asegurar que existen miles de escenarios anteriores en los que se ha conseguido resolver el caso años y décadas después. Lo único que esperan, después de tanto tiempo, es una respuesta, saber qué ocurrió aquella funesta noche de abril del 92. Con pocas esperanzas de volver a ver a las niñas, sin querer aventurarse antes de obtener noticias, en representación de la familia, Ramón Chippirrás, pausado y sensato, reconoce que su trabajo es calmar a los familiares para evitar esas falsas ilusiones.
Eso sí, recalcan su alegría, la que sostienen ambas familias ante la nueva línea de investigación, pero también el miedo que arrastran durante tanto tiempo. Sentimientos encontrados. Porque son conscientes de que esta puede ser la última esperanza para salvar las vidas de Virginia Guerrero y Manuela Torres, las niñas de Aguilar de Campoo.