Diario de Valladolid

El aliado digital de las huellas borradas

La Asociación Cultural Pintia acaba de finalizar la recreación de las 263 piezas halladas en 22 sepulturas de la necrópolis de Padilla de Duero durante las excavaciones de 2008. Los restos estaban pendientes de interpretar, junto a los de las dos siguientes campañas, «extraordinarias» y «complejas». Del yacimiento vacceo se han recuperado ya 30.000 objetos datados entre finales del siglo V a.C. y el inicio del II d.C.

Carlos Sanz Mínguez muestra una recreación de los hallazgos de cerámica vaccea encontradas en tumbas.-J.M. LOSTAU

Carlos Sanz Mínguez muestra una recreación de los hallazgos de cerámica vaccea encontradas en tumbas.-J.M. LOSTAU

Publicado por
Laura G. Estrada
Valladolid

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El polvo ya no ensucia la ropa de trabajo del equipo arqueológico que participó en las excavaciones estivales del yacimiento vacceo de Pintia. Las palas, pinceles, guantes y el resto de material empleado para desenterrar la historia ya no están a la vista, mientras las carretillas, atadas con una cadena, aguardan el comienzo de la próxima campaña. Hasta el entonces, el trasiego característico de los meses de verano en Padilla de Duero –localidad dependiente de Peñafiel– parece haber dejado paso a la inactividad. Pero tras la puerta del Centro de Estudios Vacceos Federico Wattenberg, la investigación continúa. A otro ritmo, eso sí.

Los sectores abiertos en la necrópolis de Las Ruedas –datada entre el final del siglo V a.C. y el inicio del II d.C– vuelven a estar cubiertos de tierra y grava, y el trabajo se ha trasladado del campo a los despachos. Ahora toca catalogar y estudiar los tesoros de estos antepasados milenarios y, para ayudar en su interpretación y divulgación, la tecnología se convierte en imprescindible aliado ya que, gracias a los procesos digitales, se pueden recrear las piezas al detalle.

La reconstrucción comienza con el minucioso sellado de los fragmentos hallados en las tumbas en el caso de los objetos fracturados, como si se tratara de puzzles que, en algunos casos están incompletos. En otras ocasiones, aunque se hayan preservado en su integridad y estén prácticamente intactos, el paso del tiempo ha borrado o difuminado la decoración.

Por eso las tareas de dibujo técnico resultan tan necesarias, pues permiten dar cuenta del perímetro o la altura, determinar volúmenes o reproducir los acabados de cada hallazgo. «Hay piezas que si no se dibujan, no se entienden para su estudio», explicó el director de Pintia, Carlos Sanz Mínguez, para enmarcar la importancia de los trabajos sobre el papel y la pantalla.

La última digitalización acaba de finalizar después de casi cinco meses de trabajo y corresponde a la excavación realizada en 2008, una campaña que Sanz califica –junto a las de los dos siguientes años–, de prolija y, por ende, de «compleja». «Se excavaron muchos metros cuadrados y se descubrieron numerosos materiales que aportan mucha información, por eso el dibujo es parte fundamental en su interpretación», añade este profesor de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Valladolid (UVA) que lleva vinculado al yacimiento desde 1979 y que dirige desde hace más de tres décadas.

Con las recreaciones, por ejemplo, se puede diferenciar si te trata de una pieza elaborada a mano o fabricada en torno –es decir, artesanal o pseudo industrial– analizar su evolución en el tiempo y, en definitiva, facilitar su divulgación para que traspase la barrera de los especialistas en la materia y llegue a todo el público.

La de 2008 era una ‘asignatura pendiente’. Como la de 2009 o la de 2010, que aún están en ‘lista de espera’ para la digitalización por falta de fondos. De 2011 en adelante, dice el director, está más actualizado. Una década, por tanto, con un buen puñado de enseres pendientes de recreación hasta que el pasado mes de mayo la Consejería de Cultura aprobó una partida de 6.000 euros en beneficio de la Asociación Cultural Pintia para llevar a cabo el dibujo técnico de las 263 piezas halladas en las 22 sepulturas perforadas ese año y que incluyen objetos de muy diversa índole, todos ellos relacionados con los rituales funerarios.

Tintinábulas para ahuyentar los males espíritus, ungüentarios para el cuerpo, sonajeros, jarras y copas para el vino.., repasa Sanz. Todo un compendio de ajuares destinados a «preparar al viaje al más allá».

Aquellos «extraordinarios hallazgos», por cantidad y por su buen estado de conservación, se alejan de los resultados obtenidos en las excavaciones realizadas este año. A pesar de que se seleccionaron sectores próximos a un cuadrante donde hacía algunos años habían desenterrado objetos de guerra, esta última campaña el resultado no ha sido el esperado.

«Seleccionamos la zona porque era muy rica, pero el cementerio se abandonó en el siglo II d.C. y comenzaron los expolios romanos en busca de metales para fundir o fabricar nuevas piezas, por eso lo único que hemos encontrado son 12 kilos de huesos humanos muy fragmentados y desperdigados», explica Sanz, quien calcula que corresponden a 48 individuos mientras muestra las bolsas herméticas donde conservan lo que parecen astillas. «Era una zona tan buena, que se nos han adelantado», bromea. Y enseña el trozo de un objeto que, por el desgaste en uno de los bordes, se debió de utilizar como ‘pala’ para escarbar el terreno.

El último material arqueológico encontrado ha pasado ya por el taller del Centro de Estudios de Padilla de Duero, como sucede con todos los hallazgos desenterrados en el yacimiento. Allí se someten a labores de lavado, secado, procesamiento y catalogación, antes de pasar al almacén del edificio, donde aguardan su turno para ser analizados al detalle. Una vez completado el estudio, las piezas viajan al Museo Provincial Fabio Nelli de Valladolid.

La última partida enviada fue el año pasado, con piezas de 16 tumbas correspondientes a la campaña de 2007 y la próxima entrega se hará a finales de este año o principios del siguiente.

En total, la base de datos del yacimiento de Pincia cuenta con 5.600 piezas catalogadas, cada una de ellas con un número de referencia único –como si se tratase de un DNI– y una pequeña descripción donde queda constancia del sector de procedencia o la posición en la que fue encontrada.

Así se facilita el trabajo posterior de consulta a la hora de saber dónde se almacena un objeto en concreto. La cifra, sin embargo, es todavía exigua, teniendo en cuenta que en las campañas de excavación se han recuperado en torno a 30.000 piezas, calcula el director, por lo que resta mucho trabajo de ‘oficina’. Y es que son ya 3.200 metros cuadrados excavados en la necrópolis, con alrededor de 340 tumbas (los hoyos son menos, pero algunos enterramientos son dobles).

Para compensar el ‘desequilibrio’ y avanzar en el procesamiento de datos, se ha disminuido el ritmo en las labores de campo, ya que no cuentan con el personal ni los recursos económicos necesarios, lamenta el responsable, quien calculó que hace una década recibían alrededor de 150.000 euros por campaña y, en la actualidad, apenas llegan a la mitad gracias, sobre todo, al apoyo de patrocinadores privados.

«Hemos estado una década sin financiación pública, en concreto desde el año 2007 y, aunque hemos impulsando campañas de crowdfunding, no es suficiente», lamenta Sanz Mínguez, quien considera que sería necesario un compromiso mayor de las administraciones para formar un «equipo estable de trabajo», con arqueólogos profesionales y no sólo con estudiantes y becados, para dar el impulso definitivo que permita sacar a la luz los restos históricos y convertirlos en enclave de referencia.

Y es que, en total, la zona arqueológica ocupa una superficie de 125 hectáreas, pero la visibilidad es todavía «muy limitada». Baste significar que la necrópolis de Las Ruedas, donde en la actualidad se trabaja en las campañas de verano, ocupa en torno a 6 hectáreas y únicamente se ha excavado un 5% del terreno. Pero hay muchas más áreas funcionales, como el crematorio de Los Cenizales o el barrio artesanal de Carralaceña, al otro lado del río, con su propia zona residencial y su cementerio, además de la ciudad de Las Quintanas.

La historia de este asentamiento, declarado Bien de Interés Cultural en 1993, está todavía pendiente de muchos capítulos para completar el relato de los antepasados.

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