Diario de Valladolid

DE FIESTA EN FIESTA

El guindo en Renedo de Esgueva

Renedo de Esgueva es una localidad de la provincia de Valladolid, a ocho kilómetros de la ciudad. Un núcleo suburbano donde han permanecido la mayoría de los habitantes que trabajan en la capital. Por eso, conserva con orgullo su historia y tradiciones. Paralelamente, se han construido algunas urbanizaciones siguiendo un proyecto que permite mantener la esencia de la historia e identidad rural incluyendo a todos los que quieran participar de los valores de buena vecindad y redes sociales densas propios de este tipo de lugares. Por eso, conserva aún un casco antiguo de notable belleza, donde se pueden apreciar las características de la arquitectura tradicional del Vallesgueva, comarca natural a la que pertenece y de la que se considera centro.

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Redacción de Valladolid
Valladolid

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La trama urbana original se teje sobre dos amplias calles que son los antiguos caminos reales de Valladolid hacia Tórtoles de Esgueva y el que, desde Tudela de Duero, se dirigía por Santovenia hacia el norte. Longitudinalmente, siguiendo el curso de La Esgueva, el espacio está simbólicamente acotado por un crucero, a la entrada desde Valladolid, donde estuvo la ermita del Cristo de la Vera Cruz, conocido popularmente como ‘El Cristo del Racimo’, y un cerro, denominado el castillo, que domina la población y donde están excavadas las bodegas. Tanto la advocación del Cristo, como el cerro, nos hablan de la riqueza que significó el vino en estas tierras, y la importancia del viñedo, en cuyas lindes crecían los guindos y cerezos protagonistas de la fiesta. La iglesia, dedicada a La Inmaculada, es una de las joyas de la arquitectura barroca de la Provincia. Se levantó con la buena voluntad de los vecinos y el dinero de un obispo franciscano, hijo del pueblo, que pagó las obras. Sin embargo, lo que más llama la atención para los estudiosos de las tradiciones populares, es la fiesta que se celebra el día dos de julio, en honor a Santa Isabel, conocida popularmente como El Guindo.

Las fiestas de Renedo tomadas en su conjunto pueden ser una más de las que se disfrutan en Castilla y León, con las peñas como protagonistas de las actividades lúdicas, buenas orquestas y mejores encierros de vaquillas. Con su parte de bailes y música tradicional, porque la localidad tiene un grupo de danzas de primerísima calidad, que lleva el nombre del pueblo por toda Europa. Sin embargo, tiene unas peculiaridades que no se encuentran en ninguna otra, por las que podrían ser declaradas Patrimonio Cultural Inmaterial. Conozco la función y la he seguido desde hace casi treinta años y la he estudiado ampliamente en un monográfico publicado en la Revista Etnicex de Estudios Etnográficos. Por eso, puedo hablar con conocimiento de causa de la hospitalidad y acogida que las familias y las peñas brindaban a los forasteros. Entonces, cuando Renedo no pasaba de los ochocientos habitantes, el pueblo se sentía más como una unidad con fuertes señas de identidad en relación con los otros pueblos de Vallesgueva que como una villa con más de tres mil habitantes, dinámica y con grandes perspectivas de futuro como se ve ahora.

La esencia de la celebración tradicional se basa en los rituales alrededor del Guindo. Un protocolo sobremanera llamativo, por tratarse de un resto de cultos dendrolátricos que se encuentran muy alejados del norte y noroeste peninsular, que es donde se han conservado estas tradiciones.

La fiesta, declarada de Interés Turístico Provincial, tiene como elemento central la procesión en la que aparecen la rama de un árbol junto con la imagen de la Inmaculada, símbolo religioso oficial de la parroquia. El árbol es un guindo adornado profusamente con cintas de colores y cargado de frutos rojos que destaca por lo llamativo de su porte. Lo lleva un joven, antiguamente era cometido de los quintos, ayudado, o escoltado, por otros dos. Son los denominados guinderos. Detrás, los dulzaineros desgranan jotas tradicionales de la provincia o de la región, que bailan algunos procesionantes. La Inmaculada es portada a hombros por cuatro muchachas llamadas guinderas. El desfile recorre un itinerario marcado por la costumbre, el mismo que siguen el resto de las procesiones a lo largo del año litúrgico. Hace un alto en la Plaza, donde se unen al grupo de bailarines muchas personas que no han querido danzar durante el recorrido. Estos bailes están presididos por el árbol y la Virgen desde un lugar privilegiado, y el corro de jotas danza teniendo presente a los dos protagonistas. A una señal de la autoridad, el cortejo se pone en marcha hacia la iglesia. La Imagen entra en el templo a los acordes del Himno Nacional, pero el guindo se queda fuera, apoyado en la fachada del templo. Así finaliza el tiempo lúdico-religioso del día principal.

Las fiestas de Renedo, aunque tienen sus prolegómenos el domingo anterior, y se alarga hasta más allá del domingo siguiente, desde el punto de vista de lo que llamaríamos el núcleo festivo comienzan la víspera de santa Isabel. Después de comer, los mozos y mozas que quieran, antes sólo podían asistir los quintos y las quintas, van hasta un lugar donde previamente se ha elegido un buen ejemplar del árbol protagonista, meriendan a su sombra, cortan la rama más apropiada, la cargan en un remolque y vuelven al pueblo. A la entrada, les esperan los dulzaineros y el resto de la juventud. La música de los pasacalles y los cohetes acompañan el recorrido festivo. El árbol da una vuelta por el exterior del pueblo, procurando envolver simbólicamente a todas las nuevas construcciones, incluidos los vecinos de las urbanizaciones. Es un rito de aceptación comunal que los “ranetenses” antiguos tenían perfectamente interiorizado. La ocupación del espacio es diferente al de la procesión del día siguiente, de origen estrictamente religioso. La música y el sonido de los cohetes convocan cada vez a más juventud y peñistas que participan en la fiesta detrás del árbol, mientras las personas mayores observan desde la puerta de sus casas los cambios producidos y recuperan en su memoria las fiestas de su juventud, en las que, lógicamente, este evento tenía unas connotaciones vivenciales más profundas por la propia estructura de la sociedad agrícola en la que se desarrollaba. Al finalizar el recorrido, el árbol se introduce en la iglesia, donde las guinderas lo compondrán para que luzca bello con las cintas y papeles de colores, y ubérrimo en frutos de guindas y cerezas, en la procesión.

El día dos de julio, los vecinos se despiertan con el estallido de los cohetes y las charangas que recorren el pueblo anunciando los encierros. Pasadas las doce del mediodía, a una hora convenida, cuando incluso los trasnochadores más resistentes andan durmiendo el cansancio y expulsando los efluvios del alcohol acumulados durante casi veinticuatro horas, los guinderos van a buscar al alcalde para acompañarle a la misa. En el templo los guinderos y guinderas ocupan sitios principales junto a las autoridades. Al finalizar la misa se organiza la procesión como hemos dicho, abandonando el árbol, al final, sobre la fachada de la iglesia, donde los chavales lo despojan de los adornos y se reparten las guindas o cerezas con las que lo habían adornado. Tradicionalmente se denominaba a este acto “matar al guindo”, y cerraba el círculo ritual de la función.

La fiesta tiene una densidad antropológica que cada vez se nos escapa más, porque hoy día se están desestructurando los elementos que la conformaban. Debe entenderse dentro del esquema de la cultura tradicional, en la que los grupos de edad tenían una función importante en la estructura social y cultural de los pueblos. En Renedo de Esgueva no hay reina de las fiestas ni damas; presiden los actos cuatro muchachas elegidas entre las que quieran presentarse, tanto del pueblo como de las urbanizaciones. Hoy se las denomina guinderas, en alusión al nombre de la fiesta, pero antes se conocían como “niñas de la Virgen”, porque eran las encargadas de adornar y llevar la imagen de la Inmaculada. Sin embargo, este nombre tampoco es el original; fue puesto por un sacerdote para cambiar el significado de la figura de las quintas, de las chicas que eran elegidas por los quintos, como representación femenina de la fiesta. Los festejos de Renedo, en lo que se refiere a la pervivencia de estas tradiciones, pueden ser un ejemplo de lo que han sido las celebraciones en el mundo rural, de los cambios que han sufrido, y de la profundidad patrimonial que tienen como ejemplo de manifestaciones de adaptación cultural al entorno.

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