Diario de Valladolid

BARRIO Y ABARRIO | CALLES Y PLAZAS

La plaza de los mirones de Valladolid

Este pequeño rincón en el barrio de San Nicolás, donde se asentó la segunda judería de la ciudad, rezuma tranquilidad. Sobre su nombre hay una leyenda que cuenta que un padre prohibía a su hija salir a la calle por la insistencia de pretendientes, pero cuatro de ellos se colaron en el jardín y al ver su belleza deslumbrados y ciegos quedaron

Obras de pavimentación en la calle Isidro Polo que da a la Plaza de los Ciegos de Valladolid. ARCHIVO MUNICIPAL

Obras de pavimentación en la calle Isidro Polo de Valladolid que da a la Plaza de los Ciegos. ARCHIVO MUNICIPAL DE VALLADOLID

Publicado por
Alicia Calvo
Valladolid

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Apenas hay ajetreo en la Plaza de los Ciegos a diario. Salvo momentos puntuales, como a la salida del cercano colegio Isabel La Católica . Del kiosco de Nardo que durante varias décadas fue uno de sus distintivos ya queda solo la marca rectangular en el empedrado del suelo. Este es uno de esos lugares de la ciudad, en la zona de San Nicolás , que pasa desapercibido para muchos vallisoletanos, pero que encandila a otros. «Tiene algo que le hace especial», comenta un paseante. «Encanto», sostiene Maribel , una de las pocas vecinas de este recogido rincón. Es de dimensiones infinitamente más reducidas que las grandes plazas, pero pese a su tamaño guarda una curiosa (y oscura, según se mire) historia detrás. O más que historia, leyenda. 

Es una placita en el corazón de la antigua judería de Valladolid , en el barrio más antiguo de la capital, San Nicolás, donde se encontraba la segunda judería de la ciudad instalada en el barrio desde el 2 de enero de 1412 hasta su definitiva expulsión de España en 1492. Se cuenta, ya saben, eso del boca a boca, que la plaza debe su nombre (‘de los ciegos’) a una curiosa historia que el propio ayuntamiento recoge en su página web de turismo y cultura. En la versión resumida es algo así como que un acaudalado hombre, que tenía una hija muy guapa, le prohibía salir con el rostro descubierto y la ocultaba en su lujosa casa. ¿Ven por qué lo de ‘oscura’? Hasta que cuatro hombres se colaron por el jardín para observarla. Y tras hacerlo, su belleza y sus ojos «de color violeta» les habría deslumbrado hasta dejarlos ‘ciegos’ . Eso cuentan... 

«Cuenta la tradición oral que aquí se encontraba la casa de un acaudalado judío, Salomón, conocido, además de por sus negocios, por la belleza de su hija Susana», indican en el portal del consistorio vallisoletano. «Tantos fueron los pretendientes que atosigaban a Salomón [...] que, ante el acoso al que se vio sometido por la fama de la joven, la ordenó que no abandonara la casa sin cubrirse» . Eso sólo habría provocado el efecto contrario: más curiosidad. «Cuatro judíos, conocedores de que Salomón había dejado parte de su cuidado jardín a la vista se las idearon para espiar a la joven a través de sus rejas. Susana salió al patio con la intención de bañarse. Cuando se desnudó, quizá por la intensidad de su belleza, quizá por castigo divino, se dice que los cuatro jóvenes quedaron ciegos», reza la explicación municipal. 

Aunque  esta es la leyenda más extendida, no es la única. Maribel, como buena vecina del lugar en el que habita desde hace 30 años, explica que «se oyen desde siempre dos versiones». «La más característica es la de los mirones, pero hay otra que dice que como era una zona en la que vivían muchos judíos los consideraban ciegos a la fe de la religión cristiana. Pero la otra es la más extendida», comenta esta mujer de 72 años al salir del portal del número 2 con su nieto Nicolás , «de ocho años y medio», al que le gusta jugar en la plaza aunque con «mil ojos». «Uy si juegan... Muchísimo, pero hay que estar pendiente del balón para que no den a ninguna cristalera», afirma Maribel mientras el pequeño apunta que su abuela vive en un lugar «muy bonito».

Esta vecina relata que «tampoco ha cambiado demasiado» con el paso del tiempo la plaza, aunque alguna variación sí se ha producido. «Lo más, que ya no hay kiosco que ha estado tantos años, y que casi todos los locales están cerrados. También se volvió más tranquila cuando peatonalizaron la calle Isidro Polo aunque lo malo es que algunos coches siguen pasando», opina. Sea cual fuera la leyenda, hoy la Plaza de los Ciegos es un lugar que invita a la contemplación. Un rincón ajeno a los grandes trasiegos de tráfico que conducen a la salida (o entrada) dirección Burgos, Palencia o León. 

Acoge nueve hogares distribuidos en dos portales pero una sola comunidad. En cuatro balcones asoma una guirnalda y luces navideñas que dan un toque de color a la plaza. En la planta de locales comerciales aún permanece el rótulo de la peluquería de señoras Olloqui , que ya cerró. Al lado, carteles de ‘se alquila’ de otro establecimiento vacío que en su día «fue guardería, editorial, empresa de paquetería rápida, de idiomas ...».  En todo caso, los negocios que atrae la plaza siempre tienen una aire de tranquilidad vecinal o de invitación a conversar: frutería, herbolarios, librerías de libros independiente…

Casi tocan a un banco por casa. Seis bancos por nueve hogares y cinco árboles que decoran el lugar y le confieren abrigo. Y en el centro, una fuente de piedra de la que apenas emana un pequeño chorro intermitente. A su lado, esta mañana de un día de diario de la primera semana del 2024 se encuentran Ángel (75 años) y Pedro , a punto de cumplir los 87. «Paso todos los días por aquí un par de veces para llevar a los nietos al colegio, al Isabel La Católica que está ahí al lado. A la ida no hay nadie, pero a la vuelta siempre se ve a niños por aquí. Es un rincón pequeñito y muy bonito », subraya recibiendo el asentimiento de su contertulio, Pedro: «Está espléndida y desde que han puesto los bancos, mucho mejor». «Estamos bien surtidos de plazas por esta zona porque tenemos la de la Trinidad y la de Carranza », indican. Sobre a qué responde el nombre ninguno de estos dos paseantes había oído hablar de las leyendas que la envuelven.

Junto a los árboles, un puñado de mesas y sillas. Y es que la terraza de siete mesas del Bar Woody se despliega por el centro de ese cuadrilátero en verano desde que se peatonalizó la calle Isidro Polo, que pasa por uno de los lados de la plaza también flanqueada por la calle Imperial, esta repleta de actividad y negocios.  Javier Pascual , propietario de ese negocio hostelero familiar desde hace 40 años, comenta que la zona no ha cambiado demasiado. Aunque su bar no se encuentra estrictamente en la plaza, pues pertenece a la calle Isidro Polo, su fachada sí da a uno de los lados sin edificar por lo que sirve de tercera pared imaginaria. « En cuatro años ha cambiado porque ponemos la terraza  y da vidilla. En la plaza no queda antiguo más que la fachada porque el interior está rehabilitado. Vive gente muy tranquila, es una zona muy agradable», asegura este hostelero que también se crió por la zona. «Antaño esto eran casa molineras salvo la plaza que más o menos era como ahora y con los árboles está preciosa», apunta.

Allí se encuentra hoy  Juan paseando a su perro ‘Churri’, de la raza pomerania. Pasea por ella asiduamente. «Es recogidita y agradable, lo bueno que tiene son los bancos», describe sobre uno de los escenarios de recreo de su pequeño can. En este lapso de tiempo, Nicolás cruza con su abuela hacia la calle Imperial. Hasta el próximo día en el que vuelva a utilizar la plaza para jugar con otros niños de la zona. « Es un sitio estupendo », destaca su Maribel sobre la plaza que ve cada día al abrir el balcón de su casa. Para contemplar un lugar al que Salomón pareció haber encantado y obligado a esconderse para a traer la curiosidad del resto de la ciudad.

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