Diario de Valladolid

Así vivió un bombero el infierno de Goya 32: "Era el caos absoluto"

El bombero Juan Carlos Rodríguez define la tragedia como «otra marca que se queda ahí grabada» / Una mujer le pidió «cerrar las ventanas para que no entrara agua»

Bomberos calle Goya Valladolid

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Marta Gamazo | Valladolid
Valladolid

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Nada más llegar al  lugar donde ocurrió la tragedia, el primer pensamiento que se le vino a la cabeza fue que tenía que bajar sus pulsaciones. Era vital. Él y todos sus compañeros debían intentar actuar con serenidad y controlar su mente para concentrarse en llevar a cabo su labor de la mejor manera posible. Así empieza el relato de su descenso al infierno de Juan Carlos Rodríguez.  No era la primera vez que el bombero  se enfrentaba a una situación similar. También estuvo presente en el año 1998 en  una situación de características  similares en la calle Cardenal Cisneros. En aquella explosión, una de las peores que han ocurrido en Valladolid, fallecieron dos personas. 

La situación era crítica cuando el cuerpo de bomberos llegó a la calle Goya debido a la explosión de gas. De ello ya eran conscientes todos los efectivos convocados en cuanto recibieron una llamada telefónica informando de lo sucedido a las 22:53 horas del día 1 de agosto. Rodríguez llegó al bloque de viviendas de Goya 32 con algunas imágenes de la tragedia ya en su retina, puesto que acudió al lugar como refuerzo de la misma manera que otros que estaban en sus domicilios en el momento de la catástrofe. Reconoce que aunque iba un poco más preparado porque había visto alguna fotografía antes de llegar «fue muy impactante verlo en persona».

Todo fue rápido e inesperado y el caos se originó de un momento a otro. Él siguió las dos primeras  órdenes que le decía su instinto: «evacuar a la gente y reducir al máximo el fuego» . A pesar de que el terror y la incertidumbre eran claramente palpables en el ambiente, Rodríguez dice con firmeza que no tuvo miedo y solo tiene palabras de agradecimiento a los profesionales que preparan psicológicamente al cuerpo de bomberos para enfrentar este tipo de situaciones. Aún así, la vivencia dejará huella en su memoria. Define el sentimiento como «otra marca que se queda ahí grabada» y apunta que «aunque es parte de nuestro oficio, es inevitable que quede en el recuerdo para siempre». Cuando se encontró rodeado por el fuego en el interior del edificio, que ha quedado gravemente dañado, la mayor de sus preocupaciones era principalmente «la inestabilidad que tenía la estructura del edificio y la inseguridad a la que estábamos expuestos».

Ver un edificio que acaba en esas condiciones sin que nadie lo pueda predecir es impactante, aunque lo realmente doloroso para él fue « ver la desesperanza de la gente en los ojos. El saber cómo toda su vida está allí dentro, en sus casas, y no pueden regresar a ellas. Ser consciente de que lo han perdido todo ». 

Durante la narración de lo sucedido en  el edificio, Juan Carlos destaca unas palabras representativas  que escuchó a una de las inquilinas de Goya 32: «Pidió por favor que cerraran las ventanas de su vivienda para que no entrara agua dentro. Debido al shock, no era consciente realmente de lo que estaba sucediendo» . Aunque, dentro de la gravedad  de lo sucedido, supo encontrar algo ‘gratificante’ del momento: ayudar a los vecinos afectados en todo lo posible.

En el momento de la búsqueda de la única víctima mortal del suceso, Teresa B. de 53 años, recuerda haber experimentado un «doble sentimiento» y explica que «por un lado, estás feliz porque has localizado a quien estabas buscando. Pero por otro lado, no deja de haber  fallecido una persona y eso siempre es complicado a la hora de gestionarlo emocionalmente, sobre todo el hecho  de comunicárselo a la familia». Pese a todo lo que presenció durante y tras el accidente en el edificio, Juan Carlos  no duda en que todo lo que ha visto le ha hecho recordar  una nueva  e importante enseñanza que aplicará para el resto de sus días:  «Es imposible no llevártelo a casa, pero para mí lo principal es que hay que saber acompañarlo. Viene bien para aprender, aunque suene mal, que no estamos indemnes de nada».

 

 

 

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