Diario de Valladolid

Barrio a Barrio

El barrio 'Tetris' de Valladolid

En este barrio obrero forjado por ferroviarios conviven construcciones variopintas creando una inusitada uniformidad, casas molineras, bloques de pisos y adosados en una zona marcada por el antiguo matadero -ahora el LAVA- el paso del tren y la tranquilidad de estar a un paso de todo, pero apartado

IMAGEN DEL PASEO ZORRILLA, A LA ALTURA DEL ANTIGUO MATADERO, CON TRÁFICO DE COCHES Y BICICLETAS

IMAGEN DEL PASEO ZORRILLA, A LA ALTURA DEL ANTIGUO MATADERO, CON TRÁFICO DE COCHES Y BICICLETAS

Publicado por
Alicia Calvo
Valladolid

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No aparece en las postales de Valladolid, ni es el más nombrado, fotografiado ni visitado. Pero, sin pretenderlo, sí es uno de los barrios más vistos por los viajeros , por quienes se aproximan a la ciudad en tren desde Madrid. Incluso sin que lo sepan. Cuando un usuario del AVE escucha ‘próxima parada Valladolid-Campo Grande’  y se asoma al tendido férreo al otro lado del cristal aparece la tapia y tras ella una especie de Tetris arquitectónico: La Farola. Una colección singular de edificios que parecen sacados de varias épocas y estilos, agitados al azar y puestos juntos según caigan. Un grupo de bloques altos, los de Martín Baró, pequeñas casas molineras, algunas con lustrosos patios, salteadas con adosados y unifamiliares. Tras el grafiteado muro del tren reposa uno de los barrios vallisoletanos con más solera. Uno de esos enclaves de toda la vida en el que sus variadas piezas, cual partida exitosa de Tetris, terminan encajando y dibujan una armonía mantenida en el tiempo.

Un núcleo vecinal que se han forjado al paso del ferrocarril desde que este a finales del siglo XIX redibujara la ciudad. Y es que el tren no es un elemento más de la zona, sino que fue el germen fundamental que propició el desarrollo de este barrio obrero poblado inicialmente sobre todo por ferroviarios que levantaron modestas casas molineras –varias aún conservadas– y que tiene «forma de triángulo». 

Sus vértices son «el antiguo matadero municipal, un alto edificio amarillo del paseo Zorrilla y la pasarela reciente al final del Camino de la Esperanza para salvar la barrera ferroviaria», según explica Carmen Lozano , presidenta desde hace varias décadas de la asociación de la Zona Sur ‘Reina Juana’ , que se ocupa de este vecindario y que destaca «el lujo de tener casas con patios en plena ciudad» y «la tranquilidad» que se respira entre estas vías que han cambiado, aunque no demasiado, en los últimos tiempos. Cada uno de estos tres estandartes han marcado el devenir de La Farola.  En distinta medida: antiguo matadero, tren y el gran paseo que conecta el sur con el centro de la ciudad. 

Este barrio es uno de los que desde antaño más pendiente ha estado de la promesa del soterramiento que se fue diluyendo y ahora ha vuelto a la actualidad política. Los vecinos de hoy no dan con una explicación uniforme de a qué debe su nombre. Se habla de que era una señal de paso para los trenes o que responde a la procesión de linternas de carburo... Lo único tomado por seguro por todos es que tiene su origen en el ferrocarril que discurre por uno de sus laterales.

La Farola ha sufrido un cambio principal que, sin embargo, no tiene que ver con esta infraestructura de comunicaciones. Una de las grandes transformaciones responde a la desaparición del matadero municipal, frontera con su vecino La Rubia. El bloque del matadero se ha cambiado por un prisma y un cubo que acogen el laboratorio de las artes escénicas de Valladolid, el LAVA. Ese espacio histórico congregaba a ganaderos, carniceros, matarifes y veterinarios en sus alrededores y se ha logrado transformar positivamente en un reclamo para la cultura. Apenas quedan unas ruinas como testimonio de lo que fue ese sitio en el que desollaba y mataba al ganado destinado al abasto público, y unos cuantos recuerdos en quienes pintan canas en la Farola. «Cuando íbamos al colegio veíamos a lo matarifes con los delantales llenos de sangre y nos llamaba la atención, pero era tan común que ni nos inmutábamos», comenta Carmen.

El bar-churrería al aire libre  del matadero también atraía a  gremios dispares. A Miguel Ángel lo llevaba su padre Satur, que era tendero, porque se reunía allí con un amigo, y aún recuerda los churros, lo lleno que estaba de obreros y cómo lo veía como el principal elemento identificativo del barrio para los foráneos. Carmen añade que a  las seis de la mañana reunía a los propios trabajadores del matadero, a los ferroviarios que cruzaban el paso a nivel de la Esperanza (la arteria principal del barrio) para trabajar en los talleres y a los empleados de la azucarera del otro lado de la vía, y unas horas después a los de la fábrica Schweppes. «Un orujo, unos churros y a trabajar», apunta Lozano.

Por lo demás, La Farola ha seguido en sus límites tal y como estaban antaño, pero renovando el caserío y despidiendo comercios y negocios. «La apertura tan cerca de El Corte Inglés hizo que algunas tiendas de toda la vida echaran el cierre», indica la presidenta vecinal. Basta asomarse a la calle Luna para descubrir varias persianas de negocios bajadas.

Ese otro vértice del que habla la asociación, la pasarela , se hizo para salvar las vías del tren y sustituir el peligroso paso a nivel cuando llegó la alta velocidad y separa al barrio del parque de las Norias. Su diseño tanto por la estética como por la utilidad no ha caído demasiado bien entre algunos residentes. «Es eterna, caminas, caminas y parece que no avanzas. Además de horrorosa », sentencia Lozano, que también rememora cómo de niña iba con amigas a las vías a jugar a poner en los raíles tapones de refrescos y tras pasar el tren los recogían planos. «Eran otros tiempos, los juegos de entonces, teníamos cuidado y corríamos muy rápido», señala con nostalgia. 

La pasarela está al final del Camino de la Esperanza , la vía principal del barrio, y recorrer esta calle es como tirar del hilo histórico del lugar. Si lo tomas desde el Paseo Zorrilla entre los primeros comercios que te encuentras está el cartel de Cocinas Satur , que lleva 40 años a pie de calle, pero renovando vecindario, cerca tiene una casa de apuestas. No es la única que hay en la misma vía. Enfrente, un letrero recuerda que antes de trasteros estaban las galerías Los Sótanos, que desembocaban a Zorrilla. La taberna Nachete, los talleres Marqués , la ferretería... Y entre tanto van ramificando callecillas, como la de Eslava, donde los contrastes en las construcciones resultan evidentes. ‘Viajes. Bus playeros’ , edificios que por dentro son laberínticos, la calle Goya con casas antiguas, talleres y adosados. La confitería Bravo , el templo del arroz con bogavante desde 1968, el bar Manolín ... Pasada la desembocadura de la calle Luna se ve una parcela con inmenso patio donde la naturaleza, que aborrece el vacío, se ha adueñado de lo que era la casa. Sale la calle Sol y unos soportales que cobijan una clínica veterinaria y recuerda el imán que fue el matadero para estos profesionales. 

Callejeando entre los tentáculos del Camino de la Esperanza aparecen pocos parques. Alguno, como el de la plaza Salvador Dalí , con apenas un par de columpios. Pero salvo el grande de la plaza del Ejército -que está junto a los edificios donde vivían los militares hace décadas- dispone de pocas zonas verdes. «Es una demanda que arrastramos, que haya más zonas verdes, pero no hay espacio para ellas. Antes pedimos aparcamientos para residentes y lo conseguimos, pero esto parece más complicado», lamentan los representantes de la asociación.

En la calle Aurora todavía permanecen abiertas las galerías de alimentación con el mismo nombre donde Carlos despacha golosinas y ve cómo en los últimos años la mayor parte de los negocios han ido cerrando. También en esa vía estaba uno de los lugares de referencia a mediados del siglo pasado para la zona: el sanatorio del doctor Quemada. Era la seguridad social del a zona cuando esta no existía (no se estableció este modelo sanitario hasta 1963). «Cobraba poco. Nos caíamos y allá que íbamos», comenta una vecina. Otro paseante recuerda que su esposa llevaba las cuentas y que había quien «pagaba con gallinas o frutas de los patios porque la gente de aquí era muy honrada y le necesitaba. El doctor a lo mejor decía ‘no, mujer, no se moleste’, pero le respondían ‘le traigo estos higos...’». «Siempre ha sido zona de buena gente, residencial, tranquila, cerca de todo, pero apartados. A los de aquí nos gusta ser de aquí », defienden varias mujeres que llevan más de medio siglo entre esas calles variopintas que con su disparidad atraen la mirada del viajero y se hacen sentir por quien está de paso, que encuentra en el nombre de La Farola la luz cálida y sencilla de un barrio con su propia personalidad al lado del urbanísticamente todo poderoso Paseo Zorrilla.

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