Diario de Valladolid

Barrio A Barrio

El barrio comercial de Valladolid que esconde calaveras y pasó del extrarradio al centro

Como barrio de artesanos en el pasado y una galería comercial callejera actual, esta zona pasó de ser el extrarradio a casi el centro. Acogió cines, como el Capitol o Lafuente y vivió una evolución marcada por el ferrocarril, la peatonalización de vías como Mantería o la transformación de la plaza España o Labradores / Bajo la Iglesia de San Andrés hay un cementerio que antaño asustaba a algunos niños

Plaza España en el barrio San Andrés-Caño Argales en 1964.- ARCHIVO MUNICIPAL VALLADOLID

Plaza España en el barrio San Andrés-Caño Argales en 1964.- ARCHIVO MUNICIPAL VALLADOLID

Publicado por
Alicia Calvo
Valladolid

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« ¡Son los muertos! » El corazón se aceleraba, contenían la respiración y cruzaban ese pequeño trecho del final de Valladolid a toda velocidad. Sabían que pisaban encima de antiguas tumbas y la imaginación hacía el resto. «De niños todos los días pasábamos por ‘el callejón de las calaveras’, así lo llamábamos, junto a la iglesia de San Andrés. Íbamos corriendo, oíamos susurros y decíamos que eran los muertos porque sabíamos que habían enterrado a mucha gente ahí... De mayores descubrimos que se trataba del ruido que hacían las palomas, había muchísimas», cuenta entre risas una vecina de las de toda la vida. Nacida en el barrio San Andrés-Caño Argales , Carmen González suma 77 años y es una de las fundadoras de la asociación vecinal.

Su memoria conserva varias fotografías de una zona que, pese a la evidente evolución, mantiene intacta una cuestión indiscutible: el barrio está formado por emblemas fundamentales de la ciudad , rincones reconocibles por cualquier vallisoletano, principales en el desarrollo de la capital, como las plazas de España, la Cruz Verde o las que dan nombre al barrio, la de Argales y San Andrés.  

El barrio en el que nació Carmen no tiene muchas similitudes con en el que vive. Y eso que no ha cambiado de casa. Como tampoco ha variado su devoción por una zona «con encanto propio» y recovecos singulares. Antes eran «el extrarradio»; ahora, centro . Y a partir de esa disparidad, todas las demás.

Se trata de un barrio «histórico» que surgió como «un arrabal adosado a la última muralla medieval de la ciudad y entre dos de sus puertas más populares: la de Teresa Gil y San Esteban, que se fue forjando en los últimos siglos de la Edad Media». Así lo recoge un libro de la Universidad de Valladolid, publicado en 1971 por Eloísa Fernández de Diego, sobre esta parte de la capital, cuyo desarrollo decisivo se produjo a mediados del s. XVI, como un barrio «esencialmente artesano», aunque la llegada del ferrocarril en 1856 marcaría su posterior transformación que derivaría en el sector servicios. Un par de años antes de la llegada del tren, se instaló la Fábrica de Gas entre las calles Estación y Recondo; poco después se estableció enfrente la fábrica de lienzos de algodón La Vallisoletana, que tuvo más de 400 trabajadores, fue visitada por la Reina Isabel II en su paso por la ciudad, pero cerró en 1892.

Cuando Carmen apenas levantaba unos palmos del suelo, por los 50 del siglo pasado, por la calle Mantería , una de las avenidas comerciales por excelencia de la ciudad, circulaban autobuses -«nos teníamos que arrimar a veces a los escaparates si pasaban muy pegados»- «y muchísimos coches»; la plaza España acogía un inmenso mercado de estructura metalizada parecido al actual del Val; «la plaza Madrid no existía»; en Dos de Mayo «se ponía el mercado de los hortelanos de los pueblos», y si bien el Caño Argales hoy todavía es paso de abundante tráfico rodado, en los recuerdos de Carmen «no había quien caminara» por allí. 

Pero hay más. El barrio de San Andrés lo poblaron una amalgama de gremios , algunos herederos de esos oficios permanecen hoy como reductos de aquellos comerciantes y artesanos, «de ebanistas, sastres, panaderos…», de ferroviarios que se trasladaron a la zona de la calle Estación y sus aledañas por los talleres de Renfe instalados en 1861. Varios han evolucionado hacia la modernidad y otros fueron dispersándose. 

Antes, bastante antes, la actual calle Mantería la forjaban comercios y empresas de colchones, sombreros y mantas. Se conocía como la calle de los manteros . «Panaderos, obviamente, se llama así por las panaderías que albergó, y Labradores por quienes trabajaban los huertos» que allí se ubicaban. La nomenclatura de la Estación, fácil, por la proximidad a este nudo de comunicaciones. Cerca, en la calle Hostieros, ¿Adivinen? «Se hacían hostias, también obleas y barquillos», recuerda la veterana Carmen. Hostias que luego el párroco repartía en misa en la iglesia de San Andrés, levantada como ermita allá por el siglo XII, sobre la que orbitó el crecimiento del barrio y en la que fue enterrado el Condestable de Castilla Álvaro de Luna.

El templo guarda bajo sus cimientos un cementerio ocupado en buena parte por huesos de ajusticiados, como lo fue el propio Álvaro. Un cementerio que despertaba los miedos de algunos niños, tal y como le sucedía a Carmen. Ese que provoca que algunos pasos en el interior de la iglesia resuenen a hueco y que propició que cuando se pavimentó la plaza décadas atrás «las obras se paralizaran temporalmente porque salieron huesos». «Hasta que hicieron el Cementerio del Carmen se enterraba a ras de las iglesias» , explican varias vecinas sobre una práctica común en toda la ciudad. No es extraño el sobrecogimiento. Teniendo en cuenta que por debajo del barrio aún corren los ramales del Esgueva, una se imagina a los ajusticiados pagando el óbolo a Caronte, para que los pasara a la otra orilla, esta vez al Cementerio del Carmen. 

En San Andrés, del ocio se hizo negocio. Contó con varios cines, como aquellas salas que programaban sesión doble del Capitol, del Goya o del Cinema Lafuente , inaugurado en 1933, que ofrecía una oferta singular: descuento para ellas. «La llamábamos sesión de féminas porque las niñas teníamos descuento y pagábamos 4 pesetas en vez de 6 o 7», explica Carmen González. Lafuente, la primera en proyectar películas consideradas S (eróticas en tiempos de la Transición), fue reconvertido en 1993 en el Mantería, al que llegaban autobuses repletos de público aparcados en la plaza de San Andrés. Pero la crisis de los cines a pie de calle lo fundió a negro definitivamente a principios de 2012. 

Desde la asociación vecinal precisan que hoy se trata de «un barrio obrero» . La definición es pertinente en cuanto al valor del trabajo día a día que ha marcado el barrio desde que fue frontera entre Las Delicias y la zona centro. Una galería comercial callejera, viva y emocionante, más allá de las cuentas de resultados de cada establecimiento, que ha sobrevivido surtiendo a todos los bolsillos con una variedad de productos que van desde el tradicional buen paño hasta la reparación asequible de móviles. Con una constante: el marketing del boca a boca.

Quienes llevan décadas habitando este lugar extrañan un sentimiento que ya no detectan tan extendido. « Antes había una sensación de barrio, un sentimiento de comunidad , que sí hay en otros como Rondilla o Belén, pero ha pasado el tiempo y se va perdiendo», expone la actual presidenta de la asociación vecinal, Teresa García.

Un ejemplo de esa unión vecinal de antaño lo encuentran en aquella mítica lucha de los años 60 entre los chavales de San Andrés y los de San Juan por quién conseguía una hoguera más espectacular en la noche de San Juan. Los de San Andrés «se pasaban un mes yendo casa por casa recopilando un taburete viejo, un palo de escoba, lo que fuera para prender en el medio de Argales... Y luego estaban tan contentos si ganaban», evoca Carmen.

«Ahora estamos en el centro. Mucha gente viene a trabajar aquí, pero no se queda, en la parte de Mantería, por ejemplo. Por otro lado, las calles cercanas a la estación funcionan un poco como dormitorio. Es un barrio de paso hacia Circular o Delicias. Parece que tenemos todo a mano, pero nos faltan muchas cosas . No hay casi zonas verdes ni piscinas (tenemos que ir a la de Pajarillos). Hay pocas oficinas. Muchos jóvenes se van, los precios de la vivienda aquí son altos», apunta la presidenta vecinal, que agrega que espera que la obra de Panaderos «aporte nuevas zonas aprovechables compartidas con Delicias», y sueña con que «en los terrenos de los talleres algún día haya una gran zona verde o una piscina».

Como en tantos lugares, la pirámide poblacional se invierte . «Es un barrio cada vez más envejecido, por eso nuestra petición histórica es un centro de mayores y un centro cívico con una biblioteca de adultos». El más próximo está en San Juan. En campaña electoral han escuchado alguna propuesta al respecto, pero hasta que no crucen su puerta, seguirán peleando por «una necesidad primordial» y por «medidas para rejuvenecer el barrio, como viviendas con alquiler social para que más jóvenes accedan».

Pese a la añoranza de parte del vecindario por un sentimiento de pertenencia al barrio, sí hay reminiscencias que lo despiertan, como la triste pérdida hace dos meses del párroco Domicio Cuadrado , tan querido en la zona que una vía lleva su nombre, o las colas en el Mercado del Campillo, donde parroquianos habituales coinciden; los vermús en bares como El Colmao de San Andrés; los clásicos ‘caprichos de Valladolid’ de la pastelería Zorita, que endulza el barrio desde hace más de un siglo; los corrillos junto a los colegios García Quintana y Cardenal Mendoza, o los paseos por la renovada Caño Argales.

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