Diario de Valladolid

Luz de bronce para iluminar la tradición

El escultor Óscar Alvariño presenta su obra en homenaje a todos los cofrades que han escrito la historia de la Semana Santa

Operarios ultiman la colocación de la escultura ‘Luz’, del escultor Óscar Alvariño. P. REQUEJO/ PHOTOGENIC

Operarios ultiman la colocación de la escultura ‘Luz’, del escultor Óscar Alvariño. P. REQUEJO/ PHOTOGENIC

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Guillermo Sanz

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Los pasos de los cofrades por las calles de Valladolid han dejado una huella perenne sobre el asfalto de una ciudad que ha tallado durante seis siglos una festividad cuya llamada despierta el interés de miles de personas, atraídas cada año por una de las Semanas Santas más admiradas de España. El arte y la devoción pasean juntas de la mano durante unos días por todos los rincones de una ciudad orgullosa que desde ayer puede disfrutar de ‘Luz’, una escultura con la que el artista Óscar Alvariño firma con letras de bronce un sentido homenaje a todos los cofrades que, generación a generación, han escrito la historia de esta tradición. 

Escoltada por la Antigua y la Catedral , esta obra escultórica presenta a un cofrade que prende su hacha de luz con la llama que le brinda una pequeña niña; una luz que permite que la tradición de la Semana Santa permanezca siempre encendida gracias a las nuevas hornadas de cofrades, como explica su propio autor. «La niña le da la luz porque el hachón se ha apagado, esto representa que las nuevas generaciones vuelven a completar el ciclo, dándole continuidad», analiza el madrileño, que se sumergió en su taller durante tres exhaustos meses de trabajo para dar forma a esta escultura. 

Óscar Alvariño aceptó el reto -después de resultar ganador del concurso público- de sintetizar la Semana Santa y todo lo que representa en una escultura de bronce fundido de 800 kilos, como la que luce desde ayer en el céntrico paisaje vallisoletano. «La Semana Santa de Valladolid tiene muchas peculiaridades. Aquí tiene mucho más peso, es fundamental a todos los niveles», entiende el artista, que la disfrutó por primera vez con 25 años, momento en el que quedó impresionado con lo que presenció: unas procesiones «más serias, más ordenadas y más ceremoniosas» que en cualquier otro lugar y con unas esculturas «fantásticas que me impresionaron aún más», confiesa. 

Fiel amante del Museo Nacional de Escultura, Óscar Alvariño ha mirado de reojo a Berruguete para dar movimiento a la capa del cofrade . El artista ha sido capaz de impregnar de vida el bronce en una escultura en la que se deja notar el viento, habitual compañero de viaje en las procesiones vallisoletanas. Después de sumergirse en fotografías y «ahondar en esos pequeños cortos que te quedan en el recuerdo», el madrileño se preguntó «¿Cuál es la constante? El viento», una puerta abierta al talento del escultor gracias al tratamiento del ropaje, que permite apreciar los distintos ritmos que confluyen dentro de la composición.  

El prolífico artista -autor de obras como la escultura monumental de Santa Teresa de Jesús en Ávila, el Monumento al Caballero templario en Ponferrada o del Medallón de piedra de Unamuno en la plaza Mayor de Salamanca-, presentó así en Valladolid su tercera creación centrada en esta festividad religiosa. Palencia, con ‘La llamada de hermanos cofrades y el toque del Taradú’ y la escultura de dos cofrades para el Ayuntamiento de Guadalajara, fueron las anteriores. Alvariño destaca las peculiaridades que emanan de ‘Luz’ respecto a sus ‘hermanas’: «El movimiento del viento con la capa, todos los ritmos que tiene la composición... es más viva que las otras. La llamada y el Taradú de Palencia, por ejemplo, tiene una quietud más rota, en ésta funciona la composición más viva», explica. 

Una composición en la que estudió minuciosamente los hábitos de 20 cofradías vallisoletanas para dar cuerpo a un ‘cofrade anónimo’ que represente a toda la comunidad cofrade. «Quería representar a todos, que nadie se sienta excluido. Es un cofrade muy genérico. Es imposible hacer un puzle para que todos vean representados una parte de su indumentaria» , asegura. 

Alvariño va más allá en esta escultura. Puede pasar inadvertido a primera vista, pero destaca su decisión de descalzar al cofrade. «Descalzo es más puro, más auténtico. El zapato te da una connotación temporal, te marca un estilo. Descalzo es más atemporal », explica el artista, que admite que «la escultura refleja una metáfora de la realidad», en el que la presencia de una niña tampoco es casual. «Quiero dar cabida a la base humana de toda sociedad. Me refiero a la mujer en la sociedad y dentro de las cofradías, la cual quiero reflejar en una joven que auxilia a mantener encendida la llama de la tradición, que pasa de padres a hijas, de abuelas a nietos...», desgrana el escultor en la carta de presentación de una obra que ya forma parte del patrimonio artístico de la ciudad.     

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