Diario de Valladolid

La generación nacida en la ‘era del coronavirus’

1.999 bebés nacieron en Castilla y León en marzo bajo un protocolo que impide visitas para preservar su seguridad y la de la madre, e impone una ‘cuarentena’ que les aleja de los rayos del sol

Laura da de mamar a su bebé Mario nacido en el Clínico de Valladolid. E. M.

Laura da de mamar a su bebé Mario nacido en el Clínico de Valladolid. E. M.

Publicado por
Mar Peláez

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No tienen los besos de sus abuelos, de sus tíos, ni de sus primos. No han recibido visitas en sus primeros días de vida. Solo conocen a sus padres, y algunos a sus hermanos. Ni siquiera han estrenado su carrito con un paseo al calor del sol. Son Mario, Teo, Yadira y las gemelas Naia y Leyre : una muestra de los 485 ‘hijos del coronavirus’ nacidos en Valladolid en marzo –1.999 en toda Castilla y León– bajo las ‘balas’ de un virus invisible que mantiene a España en estado de alarma y, como el resto de la población, ellos también #sequedanencasa.

Ajeno a la ‘tormenta’ abrió Mario los ojos en el Clínico de Valladolid el pasado 24 de marzo . Su mamá, Laura, se puso de parto un día antes de la cesárea que tenía programada y, al llegar al hospital, descubrió que «todo sería diferente» al parto de Enzo hace ahora justo tres años.

«Me impresionó ver las tiendas de campaña que recibe a los pacientes que llegan, todos con mascarillas y guantes guardando el perímetro de seguridad y los profesionales con buzos», rememora esta psicóloga, que asegura haber vivido el término de su embarazo «sin estrés», si no fuera por el ocasionado por el cierre de su consulta y la preparación de plataformas digitales para mantener el contacto con los pacientes.

Y de allí a la cuarta planta, la de ginecología, un oasis «aislado», de «relativa normalidad», que contrastaba con un escenario, el del resto del hospital, que por momentos «parecía Chernóbil». Eso sí, el protocolo allí también había cambiado. Solo acertó a ver los ojos de los profesionales, cuyos rostros escondían bajo obligadas mascarillas, antes de emprender camino al quirófano para someterse a una cesárea.

Ya en planta conoció las nuevas normas en la ‘era del coronavirus’: «sin visitas familiares, más allá de la de un acompañante, sin paseos por los pasillos, con las puertas cerradas» a cal y canto, y con fugaces incursiones de unos profesionales que «transmitían en todo momento seguridad y tranquilidad». 

«Estaban en la habitación el mínimo tiempo posible, para evitar contagios, pero se desvivían; todos fueron especialmente amables y simpáticos pese a las circunstancias que estaban viviendo», agradecen al unísono Laura y Pablo, que no se separó de su mujer y de su recién nacido, cámara en mano, durante los escasos dos días que permanecieron en el clínico antes de que les dieran el alta.

«Había que presentar al bebé a sus abuelos, y no había otra manera de hacerlo que por videollamada».

Explica que no poder compartir ese momento de felicidad plena con su gente «es lo más duro», pero resulta «entendible». «Todos tratamos de minimizar el riesgo de contagio». Y, como prueba de ello es que en el propio hospital les recomendaron sacar al bebé «en el grupo cero y cubierto con una sábana».

A cuatro kilómetros justos, en el Hospital Rio Hortega, nacía tres días más tarde Teo , el primer bebé de la pareja formada por Aroa y Pablo. Y sus vivencias guardan un gran parecido, salvo que a Aroa su parto le vino adelantado en tres semanas.

Llegó sola, como le habían indicado, a una visita programada y, tras fallar la maniobra para que el pequeño se girara, fue directa a quirófano. Todo «salió perfecto», pero no pudo ver a su hijo hasta el día siguiente. Estaba en neonatos, por haber nacido algo precipitado, y fue su pareja el único que ese día pudo ver su cara. 

Mientras, Aroa permanecía en su habitación individual, recibiendo, como asegura, «una atención exquisita, muy cariñosa y personalizada» por parte de unos profesionales de los que «solo reconocía sus ojos». «El trato fue de diez, excepcional» comenta, mientras añade que, «pese a la dureza de la situación, todos transmitían tranquilidad y trataban de convertirse en esa parte de la familia que no nos podía acompañar». Había nacido el único bisnieto, el único nieto, el único sobrino, de una familia que hoy «solo lo conocen a través de una pantalla».

Aroa y Teo estuvieron tres días en el Río Hortega . Por poco no coincidieron con María y sus gemelas Naia y Leyre, que nacieron el día 19 y allí permanecieron siete días mientras «ganaban peso». Solo su marido Carlos, de día, y su madre, de noche, pudieron acompañarles. Ellos, y como dice María, un «círculo muy cerrado» de «excepcionales profesionales», que tratan por todos los medios de que el virus no se cuele en esa zona. «Por un lado da mucha pena no poder compartirlo con la familia, pero por otra, el hecho de restringir las visitas te aporta tranquilidad», apunta María. 

«Sin temor ni ansiedad» fue María al hospital, de la misma forma que otra María, en esta ocasión la mamá de Yadira , se trasladó con contracciones desde Cuéllar hasta el Hospital Campo Grande el pasado 22 de marzo. «Normalidad absoluta» vivió, excepto por tener que extremar las medidas de higiene en las manos y mantener la distancia. «Me dejaron ingresada por precaución para que no tuviera que volver a Cuéllar; si hubiera vivido en Valladolid podría haberme ido a casa». Aun así ese mismo día nacía su pequeña tras una cesárea de urgencia y tres días más tarde ya estaban en casa.

Relata el mismo protocolo que sus compañeras de aventura en los hospitales públicos de Valladolid: un acompañante por paciente (en este caso su marido Jose), sin más visitas, sin paseos por el pasillo, con puertas cerradas... y con constantes presentaciones virtuales a los miembros de su familia y a amigos.

Ahora ve crecer a su bebé desde una «cuarentena aislada» en la ‘burbuja’ en la que se han convertido los hogares españoles . Su familia, al menos, tiene un pequeño patio en su casa desde el que Yadira y su hermano, 25 meses mayor, ven el cielo y respiran aire fresco. «Es un respiro», reconoce María. «Nos da la vida», añade Laura, también una privilegiada en tiempos de confinamiento, aunque echa de menos poder salir con el carrito y su bebé Mario.

No tiene esa suerte Aroa en su casa próxima a la plaza San Juan. Por no tener, no tiene «ni una cuna; solo una mini cuna prestada», se ríe, «ni un cojín de lactancia, ni un sacaleche, ni pañales, ni siquiera un peine para el bebé». El adelanto en la llegada de Teo pilló a la pareja sin haber completado las compras y «solos ante el peligro». Ahora buscan en internet lo mínimo necesario hasta que escampe la tormenta.

Y, mientras, todas ellas y sus bebés siguen sus controles post parto de rigor en sus respectivos centros de salud, con la novedad de que matronas y pediatras han conjugado sus agendas para citar el mismo día a las madres y a sus hijos, y así evitar salidas innecesarias de casa. O, en otros casos, han programado visitas espaciadas en el tiempo para que en la sala de espera no coincidan.

En lo que sí coinciden todas ellas –salvo María de Cuéllar– es en la dificultad que se han encontrado a la hora de inscribir a sus hijos en el registro civil, desbordados estos días, como reconocen fuentes del Ministerio de Justicia. Ninguna lo pudo hacer en sus respectivos hospitales.

Aroa sí lo ha conseguido en el registro. Para ello la pareja, «por aquello de estar solteros», tuvo que personarse por separado y guardando «un gran espacio de seguridad con la funcionaria». «Nos han dicho que los trámites van a tardar muchísimo, y no he podido tramitar mi baja ni inscribir a Teo en la Seguridad Social», lamenta.

La madre de las gemelas llevaba días llamando al teléfono del registro «sin éxito». Una vez que logró contactar, le enviaron los certificados que debe devolver escaneados y hasta que no lo tenga no podrá «pedir el permiso de maternidad». Laura, en cambio, no se ha acercado ni al registro civil porque le dijeron que «estaba cerrado», pero sí ha podido tramitar su baja maternal por internet. «La inscripción en la Seguridad Social me la ha tramitado mi propio centro de salud».

En Cuéllar, «todo han sido facilidades. Me llamaron del juzgado y me dijeron que me acercara el martes pasado», expone María.

Tardarán más o menos en figurar en el libro de familia, pero los cinco bebés podrán decir cuando sean mayores que ellos pertenecen a la ‘generación nacida en pleno coronavirus’. De efemérides sabe bien Aroa. Ella misma nació un 11 de septiembre; su madre un 23 de febrero, y ahora su hijo en una época que «nunca se olvidará».

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