Diario de Valladolid

PRIMERO DE MAYO EN VALLADOLID

Una manifestación sin conflictos

La ausencia de tensiones laborales concretas ‘relaja’ la marcha central de la Comunidad en la capital vallisoletana a la que asistieron alrededor de 4.000 personas

Una manifestante sostiene una pancarta contra Sáez.-PABLO REQUEJO (PHOTOGENIC)

Una manifestante sostiene una pancarta contra Sáez.-PABLO REQUEJO (PHOTOGENIC)

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Aitor Ferrero

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Al terminar los discursos de Faustino Temprano y Ángel Hernández, una vez levantados los puños al son de la Internacional, los altavoces empezaron a emitir una canción alegre con letra fácil mientras dos operarios retiraban de la tarima el atril y comenzaban a desmontar el escenario. Fue un final apropiado para una manifestación que, alejada de las grandes movilizaciones de hace años, congregó, según las fuentes consultadas por este periódico, a unas cuatro mil personas en un ambiente más festivo y relajado que reivindicativo, aunque ambos representantes sindicales incidiesen en el cariz de protesta del día de ayer.

La marcha, que salió a las doce y media de la Plaza de Colón de Valladolid –de forma paralela se desarrolló otra integrada por sindicatos y asociaciones de ideología anarquista–, estaba plagada de banderolas sindicales repartidas antes de que la comitiva partiese. Las siglas de Comisiones Obreras y la Unión General de Trabajadores inundaban el campo visual como es propio del Primero de Mayo, pero la particularidad este año estaba en que apenas había pancartas sobre conflictos concretos más allá de reclamaciones contra el consejero de Sanidad, Antonio Sáez Aguado, o de lemas sobre el sistema de pensiones o la corrupción en el PP.

Y es que, cerrada la fábrica de Lauki tras una serie de intentos infructuosos por parte de los trabajadores, las instituciones y los agentes sociales por conservar el trabajo en Valladolid, vendida la planta de Dulciora a un grupo valenciano con el mantenimiento de la mitad de la plantilla y cesada la actividad en la planta con la que el grupo Sada contaba en la capital castellana y leonesa, no quedaba ni rastro de conflictos entre trabajadores y patronal más allá de eslóganes genéricos y peticiones generales contra la austeridad y el empleo precario.

Con esta tónica, la marcha, animada por una batucada que imponía el ritmo de los tambores a los pasos de los manifestantes, se desarrolló con calma. Salvo proclamas puntuales lanzadas al aire y repetidas por pocas voces, la mayor parte de las conversaciones versaban sobre temas ajenos al laboralismo y el sindicalismo, y eran pocos los participantes que, al menos en apariencia, participaban con la convicción de estar defendiendo unos derechos y no pasando una mañana festiva.

«Me habría gustado subir ahí y poder hablar», señaló Tomás Gómez –97 años, boina negra para protegerse del sol del primer día de mayo, mirada nostálgica y sonrisa triste–. Desde uno de los laterales del escenario, Gómez siguió las intervenciones de los representantes sindicales apoyado sobre un bastón. «Nunca he estado afiliado a un partido ni a un sindicato, pero he sido demócrata desde que nací», declaró a este diario el anciano, que abogó porque las fuerzas de izquierda en el Parlamento dejasen a un lado sus diferencias para «luchar contra el capital».

Antes de marcharse a paso lento, Gómez canturreó una vieja rima marxista muy distinta de la melodía que, mientras, brotaba por los altavoces. Un recuerdo de integridad, un vestigio de principios en una jornada de apariencia.

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