ENTREVISTA
Nerea Barros: "Me encanta que Hidalgo sea una jabata en un mundo dominado por tíos"
La actriz gallega, que obtuvo un Goya por 'La isla mínima', interpreta a una espía en la serie de Tele 5 'El Príncipe'
A la actriz gallega Nerea Barros (Santiago de Compostela, 1981) le sonríen los astros. Su carrera se ha disparado desde que interpretara a Beatriz Oliveira, la secretaria que se sumaba a la causa de Sira Quiroga (Adriana Ugarte), en 'El tiempo entre costuras' (A-3). Ahí están 'La isla mínima' (con el caramelo del Goya a la mejor actriz revelación) y 'El Príncipe' (Tele 5), donde borda a la espía Hidalgo. Barros derrocha humildad y sentido común cuando habla de su trayectoria.
--'El tiempo entre costuras', 'La isla mínima', 'El Príncipe'… Las cosas no le van nada mal últimamente.
--No puedo pedir más. Solo puedo dar las gracias por los proyectos que me van cayendo en las manos. Es maravilloso. Todos los personajes son diferentes y con cada uno de ellos me lo he pasado muy bien.
--Es como si hubiera pisado...
--¡Una mierda! [ríe]. ¡A ver si hay otra, que también la quiero pisar!
--Usted y Hiba Abouk (interpreta a Fátima, en 'El Príncipe') deben de ser dos de las mujeres más envidiadas por media España.
--He pensado que en algún momento voy a ir por la calle, me van a venir varias personas y me van a matar. Hiba todavía se libra, porque es la protagonista y la mujer de la que está enamorada Morey (Álex González), pero Hidalgo ha llegado un poco a tocar las narices.
--¿Qué ha sido lo más complicado del rodaje de la serie?
--No ha sido un rodaje fácil, porque las escenas de acción son complicadas, pero al mismo tiempo es maravilloso que no sea fácil. Lo fácil no te lleva a ningún sitio. Lo que más me costó fue el hecho de entrar en un equipazo que lleva un mogollón de tiempo junto. Están muy rodados. Necesitas estar al cien por cien, como ellos, y entender muchas cosas. Viéndoles, me decía: "Joder, Nerea, espabila, porque si no estás donde tienes que estar, no harás bien tu trabajo".
--Pero le debieron de hacer la vida muy fácil…
--Siempre. Es una pasada. Esto que le explico es una cosa mía como actriz y lo veo claramente en 'El Príncipe'. Todos tienen su personaje más que trillado, saben por dónde tienen que ir y son muy buenos en lo que hacen. Tú llegas de estranjis y ellos te abren la puerta de todo. Por eso mismo, te sientes superresponsable y tienes la necesidad de estar a la altura. Te están poniendo una alfombra roja para que pases, y tú te tienes que dejar la piel.
--Han grabado a temperaturas muy altas. ¿Difícil también?
--Hemos estado a 40 y pico grados. Y en el pantano de San Juan, en Madrid, con el coche que saltaba por los aires, la sensación térmica era de 45. Una locura. Hubo dos lipotimias entre la gente de producción. Esta temporada de 'El Príncipe' ha ido desde el calor extremo hasta el frío del invierno y viceversa.
--¿Cómo lo lleva eso una gallega?
--A mí me mata. Yo el frío no lo llevo bien; llevo mejor el calor. Pero yo soy lo de menos, porque a mí me cuidan, me ponen un paraguas y me llevan como a una pitiminí. Veías a gente del equipo a la que le tenías que decir que parara porque estaban bajo un sol abrasador. Ellos no se quejaban jamás.
--¿Y usted?
--He hecho lo que he podido, pero no paraba de protestar: "'Honey', que hace mucho calor…"; "'Honey', que hace mucho frío..." ¡Es que soy una blandengue!
--Álex González dice que le costó mucho rodar la famosa secuencia de sexo. ¿A usted también?
--Sí. El personaje de Álex está muy enamorado de Fátima y debe justificar emocionalmente ese arrebato, aunque la causa sea encontrar información. Y a mí me costó porque era un día raro: estaba estresada a nivel personal. Llegué a contrapié y pensé: "No estoy yo hoy para una escena de sexo...". Siempre son un poco complicadas, a no ser que conozcas mucho a la otra persona. Y con Álex fue un poco difícil por el desconocimiento, por ver cómo nos coordinábamos… Pero Álex es un amor, supertierno, y me cuidó. El problema de estas escenas es que te sientes muy expuesta físicamente ante 40 personas y debes generar algo que forma parte de la intimidad de una persona. Esto cuesta, sobre todo, cuando esos personajes nunca se han acostado.
--¿Qué le atrajo de Hidalgo?
--Todo. ¡Ojalá no se acabara nunca! Me encanta que sea una jabata en un mundo dominado por tíos, cómo se maneja, cómo transita dependiendo del tipo con el que se encuentra, cómo se enfrenta a las misiones… En la serie se ve una parte de Hidalgo que está absolutamente condicionada por Morey en todo momento, porque le admira: en él encuentra a un igual en masculino, le deslumbra su capacidad de justicia y un montón de cosas, aparte de que le pueda atraer físicamente.
--Vamos, que es un bombón como personaje.
--Sí, totalmente.
--¿Por eso aceptó la oferta?
--Sí. Y estoy más feliz que una perdiz. No me costó nada planteár-melo. Las mujeres tenemos mucho que dar a nivel de acción. Es maravilloso que haya personajes que no son 'novias de...', 'mujeres de...', 'amantes de...', ni hijas de ningún hombre, sino que lo son por ellas mismas. 'El Príncipe' me ha dado la oportunidad de disfrutar con las escenas de acción, de coreografiar peleas, algo que es muy difícil que se le ofrezca a una mujer.
--¿Qué tiene Hidalgo de Nerea?
--Yo soy un poquito macarrilla, como ella, y tengo una parte de ternura que Hidalgo saca muy poquito y que yo sí que veo, porque lo hago a propósito. Soy supertierna y supersensible, una intensa horripilante. Mis sentimientos se mueven y fluyen muy fácil y muy rápidamente, y eso es una ventaja para mí como actriz. Pero también es una desventaja que hay que trabajar en el sentido de que soy muy empática y, a veces, me tengo que controlar un poco.
--Para interpretar a Rocío, en 'La isla mínima', se fijó en los ojos de su madre. ¿Dónde ha encontrado ahora la inspiración?
--He visto mucho cine negro, muchas películas de espías, y hay algo de varias mujeres, pero esto son paranoias mías. Por ejemplo, Bette Davis tiene un punto de Hidalgo. Me ha gustado coger de cada una de ellas algo y ver de qué me podía servir. Pero a mi madre la he aparcado por completo, aunque tiene una parte de jabata de cuidado. Lo bueno de este personaje es que, aunque tiene sentimientos míos, yo no tengo nada que ver con él, porque vive en un mundo horripilante, donde debe mostrarse letal. Es superfría y tú debes enfriarte muchas veces. Es maravilloso, porque te deja transitar por sitios superinteresantes. Al ser una espía, tienes la oportunidad de ser, de repente, buena, mala, tierna, fría… Hidalgo puede ser lo que tú quieres en función de las necesidades de la secuencia. Y eso está muy bien, porque nunca sabes a qué agarrarte.
--¿Ha seguido alguna preparación física especial?
--Yo me curro mucho mi cuerpo, hago mucho ejercicio, soy un animalico loco y me gustan todas las actividades con tablas. El deporte, en general, y el yoga son una parte imprescindible. No han hecho falta extras, ja, ja, ja…
--¿Cuál cree que es la clave del éxito de 'El Príncipe'?
--Muchas cosas, empezando por unos grandes guiones. Cuando leo uno y digo "¡Madre mía!", muy mal se tienen que hacer después las cosas para que no sea la leche. Y, luego, juntas a un equipo maravilloso, y es un bollo que crece. Cada capítulo se convierte en un capitulón con un final, y no parece un episodio del medio. Contar con un buen casting es imprescindible, pero puedes tener un mal actor y hacer una buena película. Si tienes un mal equipo, olvídate; se acabó. Es lo que hace que todo se pierda. Los actores somos subsanables: si no coges a uno, eliges a otro. Con un mal director o equipo, es imposible hacer algo bien. Eso me emociona mucho.
--Uno de los logros es que, por primera vez, una serie de ficción española se atreve a sacar el yihadismo.
--Por supuesto. Están haciendo un trabajo muy bueno. Aquí no hay buenos ni malos y están hablando abiertamente del yihadismo en un lugar donde hay un montón de árabes que sufre la intolerancia de mucha gente, que no entiende las cosas. Los límites son muy finos.
--¿Qué opina de las quejas de algunas personas que piensan que la serie da una mala imagen de este barrio ceutí?
--Pero es que es lo que está pasando allí. Ceuta está en África y es maravillosa, pero tiene unos problemas muy grandes en un lado y otro. Y no tiene nada que ver con los árabes, sino con las personas, con los malentendidos, con la ignorancia y con la pasta que mueven el mundo y la droga. Y esto es así, y la serie lo muestra muy bien. Y quien diga que no, no es cierto. Los de El Príncipe se pueden quejar, pero es la puta realidad. Es una ficción y se ha de ver como tal. No están retratando tu pueblo exactamente, sino una problemática que existe. Y hay que ponerla encima de la mesa. En este país tenemos un problema: no nos gusta poner las cosas encima de la mesa, sino debajo de la alfombra, y nos nos damos cuenta de que así se contamina todavía más. 'El Príncipe' no muestra a buenos ni malos. Son malos los que hacen cosas malas, tanto los del CNI como cuatro personas que están en la cúpula de la yihad y reclutan a críos para que se inmolen. Además, muestra un gran amor entre una musulmana y un cristiano, rollo Romeo y Julieta.
--¿Ha cambiado mucho su vida desde que logró el Goya?
--Ha cambiado para bien. Me han dado un empujón para seguir haciendo las cosas correctamente. Es decirme: "Queremos que gracias a esto te visualice gente que no lo ha hecho en otro momento". Y eso está muy bien, pero hay que seguir currando así y con más ganas. Es lo que me llevo. Y cada vez que tengo un poco de bajón miro el Goya y me digo: "Venga, 'pa’lante' Nerea".
--¿Cómo anda su relación con el ego tras este premio?
--Muy tranquilita. Yo sé que ese Goya lo podía ganar yo o cualquier otra persona, porque hay mucha gente en este país que trabaja muy bien: en ese sentido, las cuatro actrices se lo merecían. Y estoy superagradecida, porque para mí implica muchas cosas. Si eres ingeniero químico y eres muy bueno, vas a trabajar, pero con los actores nunca se sabe. Nadie te dice dónde está el camino ni cuál es la clave. El ego está ahí y es muy bonito, pero hay que tenerlo a raya, porque si te domina, te pierdes, y entonces te pierdes la vida.
--Por cierto, ¿ya le ha dado un emplazamiento definitivo?
--Todavía no. Cuando la gente viene a casa, lo agarra, lo coge y se lo lleva. Y va pululando por ahí. Sí que es cierto que a mí me gusta tenerlo en la mesa de trabajo, porque puedo mirarle y hablarle.
--¿A qué le tiene más cariño, al cabezón o a la hormiga Trancas [Juan Ibáñez, su compañero]?
--¡Ayyyy! ¡Es que no se pueden comparar! Son dos cosas totalmente diferentes. Mi Trancas es mi Trancas: una hormiga y una persona.
--¿Le ha pedido consejo a Juan sobre el funcionamiento del mundillo de la tele?
--No, lo hemos aprendido juntos. Cuando uno está mal, el otro le levanta y si no, al revés. Él me ayuda a repasar los guiones, y yo le escucho los monólogos y los 'sketches'.
--Usted es enfermera. ¿Cómo se metió en la interpretación?
--Antes de ser enfermera ya era actriz. La enfermería vino como un colchón. Hice mi primera película, 'Nena', a los 15 años. Y tenía claro que quería ser actriz desde los 5. Pero mis padres, a los 18, me dijeron que les daba mucho miedo que no pudiera vivir de esto. Estudié una carrera que a mí no me interesaba para nada, pero a mi padre le gustaba mucho la medicina. Y después resultó que esa carrera me ha aportado mucho como persona y como actriz. No borraría ni cambiaría nada, y sigo estudiando.
--¿Qué ha aprovechado de esos conocimientos?
--Un montón de cosas. La gente va normalmente por la vida con máscaras: se tapa y no quiere que los demás vean lo que hay dentro de uno. Pero cuando llegas a un hospital, no hay máscara que valga: se rompen o salen a la luz disparadas. La enfermería me ha colocado a nivel vital en un sitio donde sé lo importante que es disfrutar de la vida y del tiempo que tenemos. Me ha ayudado a entender mucho la psicología del ser humano.