Diario de Valladolid

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SORPRENDIDO. EL lunes, por razones que no vienen al caso, fui a Toledo. La vuelta la hice por Ávila, y quedé maravillado por la rapidez, la eficacia, y la contundencia del mensaje. En cuanto salimos de Castilla La Mancha, y entramos en territorio comanche, o castellano y leonés, ya en el primer pueblo me topé, y justo en la rayita, con la política formateando al paisano y al paisanaje, ya en plena campaña electoral: «Carlos Martínez, un alcalde para Castilla y León». Me sorprendió, porque una foto sin la habitual kufiya del alcalde de Soria, invita a una reflexión profunda: ¿pero tan velozmente están cambiado las cosas?

Pues sí. Oiga, que ese cartel del prócer soriano envuelto en una pureza azul cerúlea marca de Murillo o de purísima concepción, es una apuesta de esas que llaman en mi pueblo –y me refiero a la parte mística que me toca de Ávila a la hora del desayuno– inconcebible y arriesgada: de tu mujer y de tu amigo experto, no creas sino lo que supieres de cierto. Servidor vio de cierto –el 19 de septiembre– un video promocional, y presuntamente desconectado de la palabra y de los hechos como si estuviera en el Tiemblo, y me dije como quien ve visiones: hoy su futura señoría no está para ganar elecciones.

¿Y qué digo hoy sábado bajo el efecto pictórico y narco adicto del cielo de Murillo? Pues que he cambiado de parecer. Pienso que tiene razón el alcalde por antonomasia de Castilla y León, y más cuando repaso la hemeroteca, y reparo en esta verdad tumbativa como la copa de un pino, y que nos soltó el miércoles 1 de octubre: hay que «escuchar y mirar a los ojos» del personal, tal y como él nos mira: con un altísimo presupuesto de crupier. Irresistible. Mañueco, piénsatelo dos veces, que estás a tiempo.

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