García Gallardo, otra víctima

Resulta de insoportable levedad existencial el tránsito del cielo de la Junta a la indiferncia de la intemperie en poco más de un abrir y cerrar de ojos, lo que va de un San Benigno de Todi a un San Blas, con tres años de por medio. Es la transustanciación del ser político al ser humano. El milagro del aparato y sus indigestiones. Aparato es libertad. Cuando lo pruebas, te cautiva. Cuando lo alejas, te desintegra. Y eso en una mente joven e inexperta, aunque sobramente engolada, como la de Juan García Gallardo, hace mella. Todo estigma deja señal. Seguramente en esas horas de hastío y desazón que van de la bronca telefónica del viernes con Ignacio Garriga, el Amazon de Bambú, al lunes al sol, nuestro protagonista se vio un par de veces la primera temporada de Narcos. Empapado de plata y plomo se dijo: “A estos los voy a sapear. Y les voy a montar una epístola bien verraca”. A los hombres de siempre, esos oligarcas que no piensan en el pueblo llano ni en Gallardo enriscado. Pólvora mojada, mas pólvora enamorada. Ahora tendrá tiempo para contar en X (antiguoTwitter) los placeres y los días. La serie podría titularse Mi vida al raso. No sería mala idea que soltara alguna verdad de vez en cuando. Este no es país para arengas. Todo este vértigo no se digiere en tres días. Recomponer un juguete roto lleva su tiempo. Y tiempo es lo que debería darse Gallardo. La otra opción es emprender una gira suicida como hizo Tudanca, y a ese ya le cogió con añitos, aunque encaprichado de sí mismo. Más cornadas da la política. Hoy todo es vértigo. La estrella rutilante de la política se enciende un 8 de febrero en un arrebato de oligarcas y se apaga un 3 de febrero repentinamente. Gallardo hace tiempo que se había convertido en el olvido que seremos. Pero no era consciente. Ensimismarse trae las consecuencias. La peor es que te aleja de la realidad que te rodea. El tiempo lo madura todo. Con los años Gallardo se dará cuenta que sólo fue otra víctima. De sí mismo.