Diario de Valladolid

EDITORIAL

Galicia: la tierra para el que la trabaja

Alfonso Fernández Mañueco, presidente de la Junta de Castilla y León, y Alfonso Rueda, presidente de la Xunta de Galicia. E.M.

Alfonso Fernández Mañueco, presidente de la Junta de Castilla y León, y Alfonso Rueda, presidente de la Xunta de Galicia. E.M.

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SIENDO UN TERRITORIO completamente singular y distinto, Galicia no es una comunidad tan distante ni geográfica ni socialmente a Castilla y León. Por eso lo que ocurrió en las urnas debe ofrecer una enseñanza que no es ajena a la política de Castilla y León. Más allá del peso que tiene una formación de corte nacionalista, aunque no independentista, que además ha atenuado notablemente el acento del nacionalismo en su acción electoral, fijando con más precisión el interés por las políticas prácticas que por las ideologías territoriales. Eso es posible porque la identidad uniforme de Galicia, como otros lugares, permite la existencia y la fuerza de un partido como el Bloque Nacionalista Gallego, repleto de altibajos en su trayectoria, pero ahora en un momento álgido. Eso no se produce en Castilla y León por la falta de esa identidad unitaria, que sigue sucumbiendo a los intereses provinciales, fundamentalmente espoleados por los desequilibrios que sigue habiendo entre latitudes, comarcas y provincias. Aquí están en el parlamento, con más fuerza que nunca, marcas como la ya veterana UPL o las novedosas Soria Ya o Por Ávila, defendiendo ese modelo provincial por encima del conjunto de la comunidad. Y aquí el PP, tras la infructuosa victoria del PSOE en 2019, sigue siendo una máquina implacable en las urnas. En eso también se parecen Galicia y Castilla y León, además de ambos PP, el de los dos Alfonsos, Mañueco y Rueda. Dos perfiles políticos similares. Prudentes, discretos y poco amigos de la estridencia o la altisonancia. Más bien políticos de carácter soso, a la vista de todo lo que cotiza en política actualmente.

Razona bien el eterno jefe de la oposición en Castilla y León al asegurar que lo ocurrido en Galicia, la debacle de su partido, merece un reflexión. Pero una reflexión profunda. Además de ser hay que estar. Hay que ser constante en las preocupaciones del territorio. Y hay que dedicarse más a lo práctico y menos a lo retórico. La constancia es una virtud. Pero la constancia tampoco puede ser eterna o interminable. El PSOE de Castilla y León lleva perdido en un mar de dudas, incertidumbres e inmerso en el laberinto de su propia identidad desde que Ciudadanos lo apeara del gobierno que Tudanca rozó con las manos tras los comicios de mayo. También reflexiona con acierto Tudanca cuando reconoce que a su juicio metafórico sobre la política y lo ocurrido en Galicia la tierra es para el que la trabaja, es decir, para el que se gana la confianza del pueblo soberano. Y esa es, inconscientemente, la mayor autocrítica que jamás se le ha escuchado a Tudanca sobre el PSOE de Castilla y León. Porque sólo hay un responsable de los resultados electorales. No es otro que el pueblo soberano. A partir de ahí hay que entender qué es lo que quieren los ciudadanos para dar su confianza de gobierno, como se la dieron al PSOE en 2019 y se la arrebataron de un mazazo sólo tres años después. Ejercer la oposición fundamentalmente es actuar con la vocación de quien quiere dejar de serlo. Lo contrario es la ruina política.

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