Diario de Valladolid

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INSOPORTABLE. Somos rehenes de la reincidencia y de la vara de los políticos que, una detrás de otra, nos cuelan con la destreza que señala Gracián en El criticón: «donde hay más doctores, hay más dolores». Desde las elecciones del 23-J, aquí todos parecen doctores en investiduras. Consecuencia: que los dolores se los reparten por igual los españoles y el votante. Creíamos que con una votación, o azadonada, saldría un buen chorro de agua.

Pues ya ven que no. Ahí están los candidatos al Gobierno, desde hace más de un mes, disparando con pólvora del rey, y dale que dale, y una detrás de otra, y enfrentándose a la realidad como… como si nos estuvieran preparando unas natillas con suspiros. Su redundancia y chinchorrería –propia de unos ejercicios espirituales en los que uno entra con sus propias ideas y sale de ellos con un empacho de zarzamoras– resulta cansina de entrada, improcedente en los intermedios, y catastrófica en los finales.

Digo debilitante a la hora del desayuno porque es un coñazo escuchar la misma melopea, cargar con las mismas simplezas, y engañar al respetable con las mismas candongadas que sabemos de memoria. Improcedente también en la comida porque se cocina con aceite reciclado y todo sabe a fritanga con un olor a piscifactoría Bill Gates, que hasta la alfalfa se rebela. Y calamitoso en la cena porque su fecha de caducidad es sospechosa: un producto tan revenido como los huevos con lactosa que, a la postre, tiras todo el pack a la basura por si las moscas.

A ver, ¿qué es la supuesta investidura de Feijóo versus Sánchez, sino un poco de todo esto, y en donde el orden de factores no altera el producto? Como filólogo de bajos vuelos que soy, para este servidor la única diferencia estriba en poner una tilde sobre la á o sobre la ó de los presuntos investidos como se la pones en el costado de un almeja. Lo que crea una gran con-fusión, claro. Algo que no tiene importancia porque no pocos periodistas televisivos, o radiofónicos, ya no saben distinguir qué es tilde ortográfica, o acento que se escribe, y qué acento prosódico o fónico.

Y de esta confusión surgen estas barbaridades ensartadas que escuchamos a diario, y que yo me tragué el otro día como si fuera una piedra, pues ni sé lo que significan dichas tal y como las oí: «la póli…cía ha dé…tenído a un pré… súnto ví…oladór que dís…paró a bóca-járro pré..súnta...ménte a su pá…réja». ¿Pero en qué Facultad de Ciencias de la Información habrán aprendido semejante horror gramatical que no saben ni acentuar que es lo básico de cualquier buen tuntún desde el hombre de las cavernas?

Si esto ocurre con el lenguaje periodístico sin ningún tipo de corrección –aunque nada más sea para entenderse en medio de una babel progresiva–, lo que pasa con los políticos de la investidura es de una con-fusión que ya no aguanta ni la manzanilla de la merienda que compramos en las marcas blancas de cualquier supermercado o tienda de cercanía.

Oí a Feijóo el miércoles, tras el plantón de Sánchez –la ó y la á en su acento de corriente alterna y prodigiosa–, y no me pareció escuchar a un político sino a Macías el Enamorado –siglo XIV– recitando transido esta coplilla dolorosa: «Cativo de miña tristura/ xa todos prenden espanto/ e preguntan qué ventura/ foi que me tormenta tanto». ¿En qué ventura o barquiña se ha embarcado usted, don Alberto? ¿En la de un masoquista que tiene el complejo de ser rechazado y que, políticamente al menos, busca la ayuda de un sádico como patrón salvífico?

Un agarradero muy frecuente en la praxis política española que, además, es contagioso. Al día siguiente, escuché por la radio una entrevista del señor Juan Bravo, mano derecha de Feijóo como alternativa de Gobierno. Decepcionante, pues sólo percibí la encarnación más corajuda de un proceso autodevaluativo que «lleva incluido –como escribía Freud– el mirarse en el propio cuerpo» de su amo, y repitiendo las mismas incongruencias: «Quizá este proceso de esta investidura no me lleve a la Presidencia, pero sí va a llevar a la política nacional y al Congreso de los Diputados la igualdad de los ciudadanos, la dignidad de nuestras instituciones y las prioridades de las familias». Sí, en directo, y echando leches.

Imagino al sádico de Sánchez oyendo estas palabras, y tocando como un descosido la flauta de Hamelín. Él, perdiendo las elecciones como las perdió, tiene todas las cartas de una investidura chulángana, de tesis, y frankensteiniana en el bolsillo. Su raciocinio no puede ser más alucinante: más rentable es un separatista, un golpista y un filoterrorista que un feijóonero que se recrea en su propio error. Si él lo dice… Le basta rematar su artilugio con la cita de otro gran colaborar de Feijóo –Borja Sémper– para blanquear a toda su pandilla con todos sus asaltos a la Constitución. Miren qué testimonio de autoridad tan esperanzadora la del creador de Verano Azul: «Yo estoy dispuesto a hacer un esfuerzo y pasa por entender que en ese futuro estará Bildu; por fin vamos a tener la oportunidad de discutir de política con Bildu, y eso es lo que yo quiero». Pues, adelante con el circo, y a hozar en los muladares, chico.

Con estas apuestas –que esconden una alergia atópica hacia los propios y hacia los cercanos–, se pierden, primero, unas elecciones que parecían ganadas, y segundo se regala cualquier investidura, porque ya no parecen políticos de realidades firmes, sino predicadores erráticos que, una detrás de otra, nos hacen comulgar con sus ruedas de molino. El agradecimiento de Sánchez tiene que ser infinito: nunca una tozudez tan «bisoña», que diría Ayuso, ha cosechado pepinos tan augustos.

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