Diario de Valladolid

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Jueves Santo, Viernes Santo. Quienes venimos del campo, sabemos desde niños lo que esto significaba. Entendíamos que el Jueves Santo, día del amor fraterno, lo celebrara el Cristo en la última cena con los productos del campo: con pan, vino, cordero, y algún amarguillo de postre. Alimentos básicos, sabores de la tierra, bienestar sin hartura, licencia para vivir una cotidianidad sabrosa con la limpieza del paisaje de la Moraña y de la Tierra de Campos infinitamente.

Descubríamos también que en el Viernes Santo, tras la traición de Judas sobre la mesa –la más terrible que pueda darse tras compartir pan y vino entre familiares y amigos íntimos–, ocurriera la tragedia que pasó: que hasta las flores punzantes del campo –es decir las espinosas como las centáureas o los cardos borriqueros–, trenzaran una tupida corona de espinas para condenar por unanimidad a un inocente. ¡Qué sangrienta y cruel redención! A los niños de entonces nos sobrecogía.

Por todo esto, a los viejos de ahora nos asombra que el Gobierno social-comunista de Sánchez tenga al campo como objetivo a derribar. Hace días nos enteramos de la última faena de expropiaciones que quiere perpetrarse en Castilla la Mancha. Y sabemos también, desde hace años, lo que la UE está haciendo con la Europa agrícola. Estos nuevos judas traicioneros saben perfectamente lo que hacen: acabar con la agricultura, y con la cultura del campo como sustentos, para domeñar los cuerpos y las almas conforme a sus leyes de animalismo triunfante y de totalitarismo «renaturalizante». Contra esto ya luchó Cicerón: no hay «nada mejor que la agricultura, nada más fecundo, más dulce, y más digno en un hombre libre». Pues en este carajal andamos en esta Semana Santa.

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