Diario de Valladolid

Eduardo Rodríguez

Mañueco, el equilibrista

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CUANDO SUS señorías despierten del largo letargo y decidan por fin gobernar –que para eso se supone que están-, Castilla y León abrirá una nueva etapa política con el marchamo de ser la primera comunidad con Vox en el poder ejecutivo. Más allá de los nombres elegidos para ocupar las consejerías y de la lucha de poder vivida estos días sin luz ni taquígrafos, lo que de verdad importa al final son las políticas que se apliquen; los “hechos” a los que apelaba el todavía presidente en funciones tras la esperada boda con el partido de Abascal. No le quepa duda a Mañueco que, desde el pitido inicial del partido, sus actos y los de sus socios se escrutarán con más exigencia y lupa que nunca. Tanta que corremos el serio riesgo –al tiempo- de que la legislatura se convierta en un circo de acentuada e impostada perversión ideológica por puro interés partidista, mientras se pasa de puntillas por los verdaderos problemas que desangran a Castilla y León. 

Llevamos más de tres meses sin acción política. Tres meses de gruesos titulares y poco fondo, insustanciales para la realidad diaria de muchas familias de Castilla y León que ven peligrar sus empleos, que no pueden asumir los disparatados costes energéticos o que necesitan una solución a la falta de médicos. Gente normal que no vive en la permanente trinchera a la que unos y otros quieren arrastrarnos y que pide soluciones como quien clama en el desierto. Gobernar es ofrecer esas respuestas. Lo demás, verborrea.

A estas alturas, tan solo cabe formularse una pregunta, que en realidad encierra dos: ¿qué va a hacer VOX para no defraudar a sus votantes en Castilla y León y en España y qué está dispuesto a aceptar el Partido Popular para no alejarse de la moderación que tan bien le funcionó en otros tiempos? VOX se topará con un problema si piensa de verdad que esto es “piso piloto” (Abascal dixit) dentro de su particular partida de ajedrez. Cuando uno asume un cargo público representa a todos los ciudadanos, no solo a los de su partido. Por eso, la política de los hechos convierte de facto a Mañueco en ese equilibrista que debe decidir a qué altura colocar el cable, consciente de que debajo no hay red posible. O el todo, o la nada. El presidente Mañueco 2.0 tiene ante sí el reto de gobernar para contentar a Madrid, de hacerlo para evitar enfados de sus socios o de centrarse en un programa político que debería ambicionar la resolución de problemas endémicos en vez de crear nuevos. Difícil papeleta. Arriesgada, sin duda, pero esta vez ya no vale aquello de colocar el cable a ras de suelo para evitar mancharse.

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