Diario de Valladolid

EDUARDO FERNÁNDEZ

Despoblación, Weltanschauung y demagogia

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YA ME DISCULPARÁN el extranjerismo; germanismo en este caso. Muchos políticos prefieren el habla de germanía, y en esto de los atajos educativos algunos no diferencian germanía y germanismo, así que ellos se pierden el guiño. La moda es el destrozo del español con vocablos ingleses para dar empaque a una pobre argumentación; el lenguaje de la política se llena de coaching, empowerment, gobernance, accountability y fruslerías por el estilo, seguramente por quienes serían incapaces de sostener en inglés una mínima conversación para orientarse sobre cómo llegar desde York hasta Surrey sin pasar previamente por Segovia.

Permítanme que yo acuda al alemán. A diferencia de esos políticos, no para encubrir con tal palabra una bochornosa falta de ideas originales sobre la cuestión a tratar, tan arrojadiza como importante en nuestra Comunidad. Después de años de dedicación política tengo por los políticos autonómicos de Castilla y León, de toda inclinación personal y adscripción partidista, una clara debilidad emocional. Por momentos, incluso me enternezco con sus propuestas. Ternura que termina abruptamente cuando veo los resúmenes periodísticos de cómo se despachan en las Cortes autonómicas, con ligereza e insufribles dosis de demagogia, lo que para la gente de estas provincias son necesidades y anhelos vitales de suma importancia. Con grandes golpes de pecho me pregunto hasta dónde hubiera yo podido hacer lo mismo y con benevolencia -para flagelarme ya están otros- me contesto que siempre he procurado no decir desde un puesto político lo que me hubiera hecho sonrojar académicamente. Vamos, que no se puede despachar en el escaño lo que te haría suspender estrepitosamente un examen. No veo por qué lo que nos avergonzaría como estudiantes, profesores, investigadores o simples aficionados a alguna disciplina tenga que disculparse cuando se dice desde una tribuna. Si acaso, merecería mayor reproche por inducir a más personas al error, supuesto que lo que dicen -decíamos- los políticos de esta tierra fuese tomado por algún incauto como fuente de autoridad.

El desahogo viene al caso por cuanto he oído estos días sobre cómo atacar la despoblación. La despoblación se ha convertido irremisiblemente en mantra político, pero no en fuente de una política pública ni en Castilla y León ni en el conjunto de España. La despoblación protagonizó el pleno postrero de este año en nuestro parlamento autonómico, dice la prensa. Y yo, en duro reciclaje hacia politólogo y geógrafo ejerciente, me lo creí (dos décadas de política activa no me han despojado enteramente de mi candor) y como un inocente anticipado al 28 de diciembre me tragué las intervenciones. La despoblación no se ventila, ni imputando a un gobierno autonómico la culpa de su irreversibilidad ni creando un grupo de trabajo, como si el problema fuese nuevo y soportable como una plaga bíblica. La despoblación, con la mortal triada de envejecimiento, dispersión y dificultades orográficas, no es un objeto político; es una realidad; no es un arma arrojadiza, es nuestro problema. Así, en singular; y debería ser en mayúscula.

Por supuesto que tenemos otros como sociedad que afronta los retos del futuro en desventaja con otros territorios: intentar incorporarnos al tren de la economía del conocimiento cambiando los condicionamientos de entorno de la oferta (sí, es posible, si una empresa de servicios informáticos se instala en Bangalore, por qué no podría hacerlo en Zamora), mejorar unos servicios públicos que por grande que sea su recorrido aún, se prestan por unos magníficos empleados públicos; cambiar nuestro modelo de crecimiento económico regional; ofrecer oportunidades educativas de calidad a nuestros jóvenes, mantener servicios sociales a los mayores en el medio rural y todo lo que ustedes quieran, que será más juicioso que lo que yo apunte. Pero la masa social crítica para ello se nos desvanece y esa evidencia debería concitar más esfuerzos comunes, más consensos políticos y necesariamente un incremento de algunas partidas decididamente encaminadas al centro del problema, esto es, a paliar las causas y no a disimular los síntomas de la despoblación. Eso se llama política pública. No programa electoral, ni discurso de investidura, ni pregunta oral en pleno, ni pnl. Ni tampoco tribuna en un periódico, lo sé. No le niego a nuestros representantes políticos empatía con los problemas de las gentes donde se sufre la despoblación, que no es en el hemiciclo, sino en un pueblo de la montaña de León, del interior soriano, de Tierra de Campos o de la sierra de Gredos (la lista podría ser interminable). En todos los partidos esa empatía existe.

Y aunque muchos decepcionados de la política sean escépticos, créanme, es sincera, no se han hecho centralistas y capitalinos. Pero el problema no se solventa empoderando al paisano como si fuese diferente al que pulula por la calle Zorrilla, ni haciendo planes de gobernanza local, ni buscando un coach para cada jubilada de Castilla y León. Hace falta una visión de futuro que impida que la demografía solvente a veinte años lo que la política no ha sido capaz de remediar. Esto de la Weltanschauung, como visión de una cultura propia que se nos diluye en el saldo vegetativo negativo. ¿Cuál es la cosmovisión de nuestros políticos autonómicos al respecto? Yo quiero que me la cuenten, no como un reto, sino como una propuesta y luego otra, y otra, y así hasta que no sepamos bajo qué siglas se aportaba cada una porque las hayamos hecho nuestras, de todos. No como un arma que arrojar en el fragor de un pleno, eso lo comprendo y lo disculpo, pero pido más. Si no, es sólo demagogia. Cada vez más polarizada, además, en el escenario postelectoral tan diverso. Y ese más tiene que ver con la participación desde debajo de quienes viven la despoblación y no se limitan a hablar de ella. También de quienes la estudian, la investigan con un tesón digno de mejores recursos financieros para nuestras universidades, y aportan experiencias comparadas. No se puede decir en la oposición en un sitio lo que no se quiere oír en el gobierno en otro.

La despoblación ni la crea un gobierno, ni un gobierno la detiene, como si fuese una rareza local. Por eso la visión comparada hace tan fragmentarias las soluciones parciales de quienes creen que el mundo termina en el límite de la Comunidad, sin ver lo que pasa en otras, con gobiernos de colores políticos diferentes, y en los países de nuestro entorno -les propongo revisar el debate social y político francés sobre su despoblación y la asimetría entre ciudades grandes, zonas costeras e interior para ver que el globo es más amplio y llega más allá del eje sentimental entre El Bierzo, las Merindades, Medinaceli y Ciudad Rodrigo-. Escuchen a quienes reflexionan con pasión pero sin sesgos de corto plazo; yo pertenezco a dos colegios profesionales que pueden aportar mucho al respecto: el de Geógrafos y el de Ciencias Políticas y Sociología, pulsen su opinión para un adecuado estado de la cuestión al primero y al segundo por una completa política pública, digna de tal nombre por una vez.

La política contra la despoblación es la gran política pública de Comunidad que debiera exigirse a todos los grupos parlamentarios de nuestras Cortes. No para el gobierno autonómico, sino para todos los gobiernos, también los locales, con competencias compartidas y concurrentes en nuestro territorio, desde el nacional hasta las juntas vecinales y especialmente las Diputaciones. Una política pública ha de traspasar la frontera de una legislatura y las costuras de un partido político, porque tiene un componente social de la política irrenunciable. Oigan, pues a la sociedad, sin pulsiones ideológicas, sin la impaciencia por arrojar las opiniones a la mochila del adversario, sin esa media sonrisa de soberbia de «esto me lo sé yo mejor que nadie», sin prejuicios intelectuales ni políticos. Enfríen su ardor parlamentario para mejor duelo oratorio y luego, vuelvan a decirnos que con todos, con cada mujer y cada hombre de la Castilla y León despoblada, van a hacer de la despoblación, protagonista del pleno.

Eduardo Fernández es Doctor en Historia de las Ideas Políticas y geógrafo

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