Diario de Valladolid

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ACABAS de llegar al mundo y ya la has preparado en redes. En sintonía con tu época. En cuanto te tuve delante te dije en tu orejita… «en buen momento vienes, chiguito» y añadí «esto está pelín complicado, los que mandan aquí y allí son todos unos fuligañosos». Pero en fin, aquí estamos para estar a tu linde de por vida. Ya te traduciré la palabra «fuligaña», siempre que decidas ser del oficio.

Lo seas o no, tenía que recibirte con letra impresa. Como lo hubiesen hecho tus bisabuelos, que habrían alucinado con tu primer vídeo. Tan chiquitín y tan despierto. Quiero que sepas que tu padre también apareció en una columna de este periódico. Fue en tiempos de Félix Lázaro, que sonrió al ver el titular. Ahora el director es Pablo Lago, con un poco de suerte trabajarás con él. Debes saber que tu padre, a quien fue dirigida aquella de los años 90 que se titulaba «Carta para Argi», resulta que también se decidió por el periodismo. Y ya me pasa por las dos manos. No quiero ni pensar a qué velocidad me vas a adelantar tú si decides dedicarte a esto.

No te puedes imaginar cómo está el patio, los sueldos, el nivel de los colegas, la temperatura vocacional, la independencia, el lío entre lo digital, lo virtual, lo psicodélico y lo sideral y la publicidad… Fíjate, ahora un periodista de raza, con un móvil en la mano puede abrir cabeceras, informativos y telediarios. ¡Con un móvil, pero con raza y contenido, insisto! Ya te contaré la que lió tu padre en un avión que llegó a ser portada de este diario. El gremio anda revuelto, no te lo voy negar. En tu caso, juegas con un pelín de ventaja: te llamas como tu padre, Argimiro, y con ese nombre firmaba los artículos tu abuelo en recuerdo de un amigo de esos que no se olvidan nunca.

Creo que muchos te asociarán a la familia, al menos en Castilla y León, que es la redacción a la intemperie de tu abuelo, el que suscribe. Ya sé que me miras como si fuese Santa Claus, pues no, majete, tú sí que eres su regalo. Mira chaval, no sé si algún día te dedicarás a esto de escribir y contar historias. Si lo haces me harás feliz y si no, también. Por cierto, te tapé la carita al salir del Hospital Río Hortega en Pucela –chapeau por lo bien que te trataron– porque me temía que me preguntaras quién se sienta en esa sillería gigante y alocada de la entrada. Otra «fuligaña» de las grandes. Ya hablaremos cuando seas redactor jefe. Mientras que se cumpla la norma: estoy tonto y chocho y me derrito cuando te miro, mi pequeño Argimiro.

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