Diario de Valladolid
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ALEJANDRO N. SARMIENTO
Valladolid

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Como se recordó hace unos meses en la Sede de la ONU con motivo de la presentación de la Agenda 2020, hay una amplia región en torno a las montañas del Sistema Ibérico que va desde las provincias de Valencia y Castellón a las de Burgos y La Rioja, pasando por Cuenca, Teruel, Guadalajara, Zaragoza, Soria y Segovia, en la que en una superficie aproximadamente superior a dos veces Bélgica solo están censados 487.417 habitantes, con una densidad de población de 7,72 habitantes por kilómetro cuadrado, y que dramáticamente en amplias zonas no alcanza los dos, como en Laponia o en Siberia. Además, esta zona cuenta con el mayor índice de envejecimiento y la tasa de natalidad más baja de la Unión Europea (UE). 

Otro de los problemas es el sobre envejecimiento de las zonas rurales que está generando, además, un problema de dependencia superior al del conjunto de la ciudadanía española debido a los escasos recursos para cubrir zonas tan extensas con una población tan envejecida.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) marcan una línea para alcanzar un futuro con dignidad para todas las personas. El desafío es que se consigan de un modo que permita asegurar que nadie se quede atrás y en España nos toca volver la vista a las zonas rurales que representan el 90 por ciento del territorio pero donde solo vive el 20 por ciento de la población. Estos objetivos no son un capricho sino la fórmula para avanzar hacia un país «más decente en un mundo más justo, inclusivo y sostenible». Para ello, la agenda propone cambiar la forma de pensar y colocarse en el lugar de quienes están «descartados» y desde allí transformar la economía, las sociedades y el medio ambiente.  Y es que los habitantes del medio rural no son importantes porque aprovisionen a las ciudades de alimentos o por que vivan en un entorno llamado a jugar un papel relevante en una economía al servicio del planeta, son importantes simplemente por el hecho de que son ciudadanos, en igualdad de derechos.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible, adoptados por todos los estados miembros de Naciones Unidas en 2015, son la concreción de la nueva agenda de desarrollo mundial que estará vigente hasta el año 2030. La agenda proporciona una hoja de ruta para luchar por un mundo de prosperidad sostenible, inclusión social e igualdad para preservar el Planeta y no dejar a nadie atrás.

Salvando las distancias, que no son pocas, lo difícil es pasar de los pretextos a los proyectos. Encontrar en el territorio,en lo que nos es cercano, un ejemplo de esperanza, un milagro, sí, como si en el monte, al volver un recodo del bosque y salir al encuentro de un claro imprevisto, de repente te dieras de bruces con la imagen admirable del románico perfecto de una ermita olvidada que, sin embargo, no figurase en las guías y tampoco fuera demasiado conocida al margen del reducido coto de los especialistas y las gentes del contorno, mantenida en pie y abierta al culto merced al tesón generoso de un selecto grupo de fieles.

Pues, cambiando de tercio o salvando esas distancias que señalaba al comienzo, ahora sucede más o menos lo propio. Me refiero, para decirlo pronto, a la Asociación Paleolítico Vivo y el proyecto Mina Esperanza que impulsan de forma infatigable Eduardo Cerdá y Estefanía Muro.

La Asociación Paleolítico Vivo, pero ¿quién es esa Asociación cuyo nombre da título al invento que nos ocupa? Haciendo el cuento breve, y al margen de pormenores biográficos, la esencia de su trayectoria ofrece el rico bagaje de unos jóvenes empresarios –justamente premiados y reconocidos hace pocas fechas con el Premio La Posada- entusiastas que componen en el ecosistema Atapuerca un auténtico y desmesurado océano de aportaciones. En el román paladino de Gonzalo de Berceo, puede afirmarse, sin incurrir en ningún conato de exageración, que la ilusión que estos jóvenes derrochan, ha desvelado una proporción sustancial de la urdidumbre secreta del proyecto Atapuerca, la construcción de una estructura social y económica sobre las mimbres de un gran proyecto científico y el liderazgo de una visión social de la ciencia, encarnada en Carbonell, Arsuaga y Bermúdez de Castro, a través de la Fundación Atapuerca con el apoyo imprescindible de la sociedad civil.

A lo largo de su fructífera trayectoria, dos son los proyectos que contra vientos y mareas, Eduardo y Estefanía han desarrollado. Paleolítico Vivo  iniciativa privada dirigida por un equipo de biólogos, naturalistas y científicos cuyo objetivo principal es el fomento y la conservación de la naturaleza, las especies amenazadas y su equilibrio con el hombre, dentro de la defensa y estudio de los ecosistemas.

  Esta reserva está vinculada a un proyecto de reintroducción de bisontes europeos y caballos Przewalski, (caballos prehistóricos en peligro de extinción) en el entorno de la Sierra. Permite al visitante ver y conocer cómo eran algunos de los animales que vivieron en Europa hace 10.000 años en un entorno con una riqueza natural extraordinaria. Esta visita inolvidable y complementaria al Centro de Arqueología Experimental, llena de sorpresas, sensaciones e ilusión a los visitantes a bordo de un auténtico coche de safari en un entorno único.

¿Y qué decir de Mina Esperanza? Mina arrumbada desde 1973 cuando la falta de rentabilidad de las explotaciones derivado del elevado coste del transporte, hicieron imposible mantener abiertas las mismas. En 2007 la Junta Vecinal de Olmos de Atapuerca comenzó la rehabilitación de parte del complejo minero culminando los trabajos en 2013 con su apertura al público. Desde entonces los más de 200 metros visitables de galerías subterráneas te transportan a épocas pasadas en la que el minero apenas veía la luz del día. La visita comienza con la entrada en bocamina a oscuras solo ayudados por faroles de queroseno que nos ayudarán a vislumbrar sus laberínticos recovecos, vagonetas y raíles originales, carbureros, entibaciones o barrenos.

Con ilusión y esfuerzo, esta buena gente vienen sacando adelante en Burgos, un exigente programa de actividades y, milagro sobre milagro, ponen a disposición de los visitantes en el entorno de los Juarros, y de Atapuerca una experiencia que para sí quisieran no pocos parques naturales de campanillas, desde su inicio hasta hoy sostenida sin interrupciones.

Hoy y aquí quiero dejar constancia de que los verdaderos emprendedores siempre supieron estar donde debían, aunque soplase el huracán en contra, y eso, vaya por delante, cuando menos merece el reconocimiento. Yo, desde la sorpresa, confieso mi admiración. Siempre creí en los milagros, pero los milagros, hablando de cultura, y turismo no son frecuentes. Mucho menos en épocas de penumbra. Por eso, sencillamente, apoyar causas tan llenas de ilusión equivale y supone sostener la de todos. La vida y la población en nuestro entorno. Nada más, nada menos.

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