Diario de Valladolid

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CUANDO entra el estío, algunos oímos romper las olas en la caracola de la memoria. Este periodo del año me lleva a la niñez, a los naufragios y a sentir admiración por los barqueros, siempre al son de los versos de Jesús Cancio, el poeta del mar. La barca y su remero son metáfora de vida. Te cruzan de orilla a orilla sobre un río que no cesa. En la región hubo mucha barca de soga que, inexplicablemente, hemos olvidado y ni un museo local nos lo relata. Para mí es fuente de inspiración. Desde Vasudeva, el que cruza el río de la verdad al joven Siddhartha (Hermann Hesse), a mi recordado amigo Lucio, El Catarro, cuando fui un migrante en su Pisuerga, en aquella gesta temeraria cruzando a remo un caudal enfurecido en la riada de 2001.

Hoy ya no se ama remando ni se sueña con navegantes como Magallanes y su primer viaje que, recientemente, hemos recordado en Tordesillas. Casualmente, el Magallanes fue el barco mercante de la Compañía Trasatlántica, donde navegaron los míos. Su espíritu está en el Museo del Mar, en Barcelona. Emociona ver pintar a caballete una puesta de sol sobre un plato de mar. Me gustan las marinas, que encienden la luz de los faros y atrapan estrellas fugaces sobre fondos de gaviotas voladoras.

Escribía Baroja que era muy triste la estampa de un grumete tocando el acordeón en el atardecer gris de un puerto. Ya no lo vamos a escuchar. Hundimos en la mar la flota de bajura y las quillas ya solo son blancas y para el verano. Se siente uno un náufrago, una marioneta sin hilos cuando quiere interpretar un lienzo pintado con brisa.

Ese mar al que nunca pude impedir que se llevara mis palabras, que no eran otra cosa que la necesidad de amar a todo lo tenía sentido, escritas con un palo sobre la arena. Cuando acababas la última letra, venía la censura con su espuma y se lo llevaba para adentro.

A veces pienso que, si un día buceara de nuevo en la bahía de Comillas, más allá de la piedra del Pajarito, en el fondo y mar adentro, deben estar los versos que muchos escribimos con el palo del polo en la arena mojada de la playa. Alguien debería construir un muro de gaviones para que atrape las letras y no se las lleve la enorme piscina de agua salada. Insto a los enamorados a escribirse en la arena con los palos de los polos. Y grabarlo con el móvil.

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