ESPEJOS PARA LA BASE / OLMO ERCILLA
El árbol de la ciencia... del hockey
El jugador bañado en éxitos nacionales e internacionales se ha convertido en un modelo a seguir para la cantera del CPLV, club en el que se enroló hace 18 años / Por cada gol que marca planta y árbol... y ya acumula dos bosques
Del mismo modo que en el escudo del Atlético Madrid luce un madroño, el del CPLV debería hacer hueco para un olmo, nombre de uno de los jugadores más queridos que han pasado por el club vallisoletano. Sin embargo, la simpatía no es un fruto maduro que caiga de un árbol como la manzana de Newton, es el premio a una labor que comenzó hace casi 20 años, cuando decidió cambiar un balón naranja por un disco en el que grabar una banda sonora llena de aplausos.
«Mago o jugador de hockey». Estas fueron las dos opciones que le dio a su madre un pequeño Olmo Ercilla cuando decidió junto a sus amigos del colegio Alonso Berruguete que el baloncesto les aburría. Por suerte para el deporte, el stick cayó en su mano antes que una barita mágica, lo que no le impidió deleitar al público con sus mejores trucos. «Me enganchó muchísimo. Me pilló una obsesión total. Lo único en lo que pensaba durante 6 años y lo único que quería hacer era hockey», recuerda. Esa pasión llevaba en su maleta un don y, es que, Olmo era capitán y pichichi del CPLV que consiguió el primer campeonato de España del club. «Cuando empecé, mi generación fue la que explotó consiguiendo los primeros títulos. En ese momento parecía imposible ganar a los catalanes, pero hasta que llegamos a júnior no perdimos ninguna final», recuerda al tiempo que tiene que echar mano de sus medallas para recordar que fue 11 veces campeón de España en categorías de base.
El CPLV y Olmo Ercilla crecieron de la mano. No era de extrañar que la senda del triunfo le llevara hasta el primer equipo: «Estaba en el equipo con los que hacía dos años eran mis entrenadores y hacía tres eran mis ídolos». Su inolvidable debut en Canarias escribió el prólogo de una carrera que cuenta con líneas de muchos quilates como las cuatro Ligas, las seis Copas del Rey o las dos Copas de Europa. Quedarse con una sola es como jugar con un trilero... siempre acabas perdiendo: «El año 2003 fue bueno, porque era el primero del club, yo era pequeño, capitán... no se me olvidará nunca. La primera Copa de Europa fue en un pabellón espectacular. No jugué tanto, pero la ilusión de estar ahí... O incluso la Copa del Rey de este año. Pasas de ganar todos a llegar a las finales, de estar ahí todos los años, y perder», reconoce.
La savia de Olmo llegó también hasta la selección española, con la que ha disputado seis Mundiales (llegando a proclamarse campeón de un Mundial B) desde que Ángel Ruiz le llevara como capitán a la sub 20. En su rueca se han tejido recuerdos como cuando pusieron contra las cuerdas a Canadá, a la que llevaron hasta la 5ª prórroga, o cuando empataron a 3 en el último mundial contra Estados Unidos, con gol de Olmo incluido.
El legado del jugador se sigue escribiendo. Y, es que, Olmo Ercilla no es un jugador al uso. La esclerosis que padece no le ha logrado bajar de los patines y su magnetismo natural es capaz de conseguir, muy a su pesar, tener un club de fans propio el cual le ha servido para ayudar a su causa: conseguir que nazcan dos bosques con 2.000 árboles en Valladolid. Cada gol que mete es una vida que crece en la provincia. «Mi familia es muy verde. Mi padre es vegano y dedica su tiempo a salvar animales. Mi abuelo es agricultor y él y mi madre saben mucho sobre campo y animales. Yo lo he vivido y veo que Castilla y León está muy seco». Ahora, el paisaje es un poco menos verde entre Mojados y Matapozuelos y cerca de Tordesillas, donde se ubican los dos pequeños bosques de robles, encinas y pinos que se han dibujado gracias a los goles de Ercilla.
De la misma manera en la que ve crecer sus árboles, Olmo Ercilla ayuda a crecer al club desde sus raíces. El jugador del primer equipo no duda en ponerse los patines cada día para volver a Los Cerros, pista que le vio crecer, para ejercer de maestro con los prebenjamines y benjamines del club, o de coger la carretera hasta La Cistérniga, donde enseña a volar a sus Halcones. «Yo estoy encantado con los enanos. Se me cae la baba. Muchos patinan mucho mejor que yo a su edad y algunos hacen trucos que yo sólo sé hacer ahora. Por el momento no me planteo entrenar a los mayores. Tal vez cuando ellos lleguen a sénior... pero iré donde me diga el jefe (Ángel Ruiz). Si me manda a fregar los baños de Canterac allí iré», bromea un jugador que reconoce ser «del CPLV a muerte, como este club no hay ninguno».