Diario de Valladolid

ESPEJOS PARA LA BASE / ENRIQUE ORTEGA

El judogui del emperador

El maestro de judo ha pisado todos los rincones del tatami desde que comenzara en el colegio La Salle hace más de cuatro décadas / Ha formado a varios campeones de España y ha sido árbitro internacional

Enrique Ortega realiza una proyección sobre uno de sus alumnos en el tatami del Parque Sport.-M. Á. SANTOS

Enrique Ortega realiza una proyección sobre uno de sus alumnos en el tatami del Parque Sport.-M. Á. SANTOS

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Guillermo Sanz

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Una leyenda japonesa cuenta que existe un hilo rojo que conecta a aquellos destinados a encontrarse, sin importar el tiempo, el lugar o la circunstancias. Se trata de un hilo irrompible que en un cuento del folclore nipón es capaz de unir en matrimonio a un emperador con la hija de una campesina. Ese hilo rojo unió incluso antes de conocerse al vallisoletano Enrique Ortega con el judo, dos extremos de ese cordón carmesí que se encontraron hace más de cuatro décadas.

«Yo empecé a hacer judo en La Salle en el curso 70-71. Empezó una actividad nueva, mis padres me apuntaron y a mí me gustó», explica Enrique Ortega. Tres ingredientes para elaborar el cóctel perfecto. «Fui dejando, poco a poco, el resto de los deportes y quedándome con el judo», recuerda.

El judo cayó en Valladolid como una bomba en el desierto, generando una vistosa explosión. «En los 70 hubo un boom tremendo. El judo empezó a recalar en los colegios y creció muchísimo», de la mano de pioneros como José Luis Barbat, Juan José Segarra o Alfonso Lago. Desde que tenía diez años, Ortega ha visto cómo el tatami crecía al tiempo que lo hacía él.

Sus lazos con el judo se apretaron pronto, cuando en 1972 se proclamó campeón autonómico infantil: «Imagínate si te llama la atención ganar en la primera competición», recuerda un judoca que era «delgadito pero muy fuerte» que llegó a ser medalla de bronce en un Campeonato de España Militar.

En su recuerdo y en su armario aún guarda su primer cinturón amarillo... hoy es uno de los dos vallisoletanos que visten un cinturón negro 7º Dan. «Es una señal de que me estoy haciendo viejo -bromea. Cuando empecé, conseguirlo parecía casi ciencia ficción. Recuerdo que el amarillo lo conseguí porque el entrenador me dijo que el que ganara a un rival superior se lo daba y allí que fui. En esa época ver a un 2º o tercer Dan era el no va mas», asegura.

El camino del aprendizaje, un tren del que Enrique Ortega nunca se ha bajado, convirtió a ese luchador en un gran profesor. Primero en los colegios y después en el Parque Sport, gimnasio que el año pasado superó su ‘crisis de los 30’ y que se ha convertido en una fábrica de judocas de éxito. De su tatami han brotado perlas como Israel Iglesias (subcampeón del mundo universitario), Elsa Rebollo (Medalla de bronce de Europa en Júnior), las hermanas Sonia y Eva Domínguez (varias veces campeonas de España), Luis Alberto Sanz o los hermanos Pregonas (que consiguieron varias medallas nacionales). Con más de cien medallas en su currículum y después de ser testigo en miles de combates, el maestro recuerda con especial cariño un momento en concreto: «Recuerdo un año en un Campeonato de España cadete que teníamos a tres competidores (Luis Alberto Sanz y las hermanas Domínguez) en las finales de su peso. Ese fue el primer gran bombazo de Parque Sport», confiesa.

Después de ser luchador y entrenador, a Enrique Ortega le faltaba una pieza para completar la Trinidad del judo con el arbitraje. «En el judo todas las facetas van unidas. Al principio todos hacíamos de todo. Arbitraba muchos campeonatos de España y me liaron para sacarme el de árbitro internacional. Fui a Dinamarca y aprobé», recuerda. El vallisoletano dejó su firma de árbitro en Campeonatos de Europa, en congresos y en el prestigioso Villa de Paris, por ejemplo. «Me ha permitido ver otras formas de trabajo y aprender de ellas», reconoce el judoca, que es una esponja que intenta empaparse de todo lo que le rodea. Así exprimió, por ejemplo, hasta el último minuto que pasó en Japón con una beca de la Junta para entrenadores, donde pudo pisar una universidad del judo como Kodokan.

Enrique Ortega ha ido quemando etapas. Dejó la competición para centrarse en su faceta de maestro, un movimiento que repitió con el arbitraje. «He quemado muchas etapas y estoy muy contento de haber elegido esta profesión. He disfrutado mucho con alumnos míos competidores que han sido campeones de España o que han ganado medallas internacionales; también he disfrutado mucho como árbitro internacional. Ahora lo hago con la gente adulta, con gente de más de 50 años que practican judo. Más que un trabajo es una afición», confiesa.

El camino del guerrero es infinito y físicamente Enrique Ortega está en forma para seguir al pie del tatami varios años más. «De momento me llena. Sé que tiene que haber un final, pero no me lo planteo. Estoy bien para enseñar... y para aprender. Siempre hay que tener esa ilusión por aprender. Ésa es la filosofía del judo», concluye.

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