Diario de Valladolid

ESPEJOS PARA LA BASE / IGNACIO GARCÍA PINACHO

De la llanura a la cima de la montaña

Nacer en un terreno llano no le impidió hacer historia en el montañismo después de convertirse en el primer y único hombre vallisoletano en coronar un ochomil: el Gasherbrum II

Ignacio García Pinacho sostiene la bandera de Valladolid tras coronar el G-II.-EL MUNDO

Ignacio García Pinacho sostiene la bandera de Valladolid tras coronar el G-II.-EL MUNDO

Publicado por
Guillermo Sanz

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Un pantalón de montaña confeccionado por su madre y unas botas de cuero que se congelaban cada noche en la montaña. Con estos mimbres, Ignacio García Pinacho tejió el primer capítulo de una historia que demuestra que las excusas son el alimento de los débiles. Ser montañero en una llanura como la de Valladolid tiene una dimensión parecida a soñar con ser marinero y vivir en el centro de África. Sin embargo, la fe mueve montañas... o al menos las escala.

Cuando tenía tres años, una amiga de su madre preguntó a un joven Ignacio que qué quería ser de mayor. La respuesta apuntó a la cima de una montaña: «Yo quiero subir montañas», espetó. No sabe si lo vio en un libro o en una película, lo cierto es que el germen llegó pronto y lo hizo para quedarse. Ese sueño de niño tomó cuerpo con 19 años, cuando haciendo cicloturismo decidió subir hasta el Calvitero, en la Sierra de Béjar. «Allí encontré algo que había soñado toda la vida, esa libertad que te da el estar en contacto con la naturaleza», recuerda.

García Pinacho se sumó al Grupo Universitario de Montaña, donde empezó a descubrir Pirineos, Picos de Europa o Guadarrama. El tercer año puso rumbo a los Alpes. «Es el cambio más drástico. Ves verdaderas montañas con sus glaciares, nieves perpetuas... cosas a las que aquí no estás acostumbrado», explica el montañero. Allí subió cuatro cuatromiles (Mont Blanc incluido). El dinero que ganaba trabajando como camarero o cocinero en Londres durante el verano lo invertía en la montaña en invierno: «El resto subía en remontes y yo tenía que salir dos horas antes porque no tenía dinero para pagarlo», recuerda.

Después de descubrir los Alpes y el Kilimanjaro la oportunidad de emprender una aventura a un ochomil llegó casi por casualidad, en 1995. «Coincide que se hace la primera expedición de castellanos y leoneses a un 8.000 y contactan conmigo porque había estudiado medicina», recuerda Ignacio García Pinacho. El destino era el Dhaulagiri, en el corazón del Himalaya. La expedición llegó a los 7.600 metros, a 557 de la cima, un destino esquivo por «la climatología, con ventiscas de 100 kilómetros hora, a menos 20 grados y sin poder derretir la nieve, y la inexperiencia. Éramos muy agresivos, íbamos sin sherpa y sin ayuda», explica. Los que pocos saben es que dos meses antes de salir hacia Asia, el montañero estuvo ingresado por una violenta hepatitis que hizo que nadie apostara por su presencia en el Dhaylagiri. Una anécdota en el sendero.

García Pinacho volvió a tentar a un ochomil cuatro años después. En este caso ante todo un Everest, un templo «desvirtuado por el número de expediciones», entiende el alpinista. Sin embargo, un cúmulo de casualidades les permitió enfrentarse al gigante del Himalaya casi en soledad, con sus ventajas e inconvenientes como el tener que trabajar la montaña. A los 7.500 metros de altitud la nieve volvió a enseñar la señal de stop.

El dicho de que a la tercera va la vencida se hizo valer en el caso de García Pinacho. En esta ocasión el centro de la diana era el Gasherbrum II. 8.035 metros por delante con un equipo formado por Tente Lagunilla, Nuria García Pachón, Carlos Soria y Dani Salas. La expedición, que duró dos meses, se quedó en la primera intentona a 20 metros de la cima. Una arista con una caída de 3.000 metros a cada lado no es cosa de broma. Sin el tiempo de cara no quedó otra que dar la vuelta y volver a intentar hacer cima unos días después. «La sensación fue muy buena. Muchas veces llegar a la cima y hace mal tiempo, pero ese día hacía buen clima. La forma de hacer la montaña es hacerlo sobrado, teniendo la sensación de que puedes con la montaña, y no que la montaña te puede a ti», entiende.

Ese día se hizo historia. Por primera vez un vallisoletano (y una vallisoletana como Nuria García Pachón) coronaba un ochomil. Un hito que no ha vuelto a ser repetido por ningún montañero masculino. Una falta de relevo generacional que García Pinacho achaca a que la preparación requiere «tiempo, dinero y mucha ilusión», un camino de espinas que dificulta a las nuevas generaciones.

La montaña no tiene fecha de caducidad para Ignacio García Pinacho, un trotamundos que ha sellado su pasaporte en Alaska, Perú, Ecuador, Marruecos (Atlas), Suiza, Bolivia, Argentina, Chile, Tanzania o la cordillera del Himalaya. Muchas de esas expediciones las ha afrontado en solitario, lanzando un pulso a su querida montaña: La montaña ha sido una liberación para mí, un sitio en el que encontrarte a ti mismo. Un lugar para probarte. Es un campo de pruebas que llevas a tu vida», entiende el montañero vallisoletano que, a sus 50 años, sigue fiel a su afición, con la que tiene una cita cada vez que puede... eso sí, los ochomiles quedaron aparcados en el pasado y disfruta lo mismo, o más, de cimas más asequibles.

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