El censor golfo
EL novelista vallisoletano Darío Fernández Flórez murió este diciembre hace 40 años, después de golosear todos los abrevaderos del franquismo. Una desgracia adolescente le hizo perder una pierna, condicionando su etapa de formación, aliviada con frecuentes viajes por Europa. Escalonó los estudios desde los jesuitas de Burgos a la universidad de Grenoble. En Madrid, cursó Derecho y Letras. Sus primeras novelas respiran aquel ambiente de entreguerras: Inquietud y Maelström. Los destrozos de la contienda, que pasó recluido en Madrid, rebajaron su ambición al retrato pedestre del entorno.
Luego sería uno de los felones que intimidan y delatan a su paisano Julián Marías, provocando su detención y presidio. Lo recuerda Javier Marías en Tu rostro mañana. Los malsines fueron Alonso del Real y Santa Olalla, el arqueólogo de los nazis. Enrolado en el ministerio falangista de propaganda, compartió sinecuras de menor cuantía con el próspero negocio avícola de una granja de pollos y gallinas ponedoras en Torrelodones.
Lola, espejo oscuro (1950) encaja en la tendencia neopicaresca que prospera esos años y le dan paso en censura sus subalternos Panero y Yebra. Recoge la confidencia de una prostituta que desnuda la corrupción del Madrid de los cuarenta, arrancando del cliché pícaro para sumergirse en pliegues psicológicos, incluso con episodios freudianos. Pero el espejo de Lola refleja una realidad encubierta, cuyo destape provoca el éxito de lectores. El mayor, después de Nada.
Su cháchara desvela la amoralidad pudiente, que se recrea en medio de penalidades, y ofrece el autorretrato de perdición de una mujer bellísima extraviada en los paraísos artificiales de la morfina. Lola no ama el vicio por el vicio, sino por su dinero. Para ello explota las debilidades de la gente rica. El dinero todo lo puede; la hipocresía todo lo encubre. Su escándalo desnuda el fariseísmo de la época. Pérez Embid puso veto a la novela hasta la llegada de Fraga. En los setenta, rescató a Lola en tres nuevos libros, pero sin lograr ya escandalizar a nadie.