Diario de Valladolid

ESPEJOS PARA LA BASE / ROLDÁN RODRÍGUEZ

El rugido del motor

El piloto vallisoletano Roldán Rodríguez dejó huella en el mundo del automovilismo, un terreno que empezó a cultivar con 12 años en el circuito de karts y que le llevó hasta las puertas de la Fórmula 1

Roldán Rodríguez posa con su casco de competición.-CARLOS SUÁREZ

Roldán Rodríguez posa con su casco de competición.-CARLOS SUÁREZ

Publicado por
Guillermo Sanz

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En la jungla de asfalto el rugido del motor es el que ayuda a orientarse al que no sabe dónde está la corona. En Valladolid, el rey del automovilismo ha tenido nombre de leyenda francesa y apellido de raíz española: Roldán Rodríguez, un piloto que nació con gasolina en la sangre y que acarició el Olimpo de la Fórmula 1.

«Nací con la enfermedad de la gasolina». Así empieza a escribirse el prólogo de un romance que fue muchos años sobre ruedas. «Era un niño muy pesado y estaba todo el día pidiendo que me llevaran a unos karts», recuerda. La insistencia de un pequeño Roldán capaz de memorizar los atributos de los motores de todos los coches que pisaban las carreteras encontró su recompensa en el circuito de Mijas un verano de los muchos que su familia pasó en Torremolinos. «Con 12 años me llevaron al circuito y ya no me bajé del coche. Me dejaban a las 8 de la mañana y me recogían a las 8 de la tarde. Recuerdo que el primer día cogí el kart más pequeño y que adelantaba a todo el mundo». Parecía que Roldán había nacido para conducir. Un mes después ya ganaba al mejor talento del circuito andaluz.

De un vergel a un desierto. En aquellos años 90 Valladolid era un terreno yermo en cuanto al automovilismo, así que encontró en León una vía de escape para focalizar su don con el volante. «Chuchi, un amigo de la familia, me iba a buscar al colegio y me llevaba en furgoneta hasta Vidanes (León). Dormíamos en la furgoneta. Yo era el primero que entraba a rodar y el último que me iba» de un circuito que tiene una curva con el nombre de Roldán Rodríguez. Ni la lluvia ni la nieve, como si de un cartero de la vieja guardia se tratara, impedían al vallisoletano apagar el motor del kart que le regaló su padre.

Los resultados fueron llegando. Primero en los karts (donde pisó los podios en España y parte del extranjero) y después en la Fórmula Júnior, paso previo a la F3 y primer contacto con los monoplazas. Así pasó aquellos maravillosos años Roldán, entre volantes y mecánicos, una infancia que no cambiaría por la de ningún niño del mundo: «Era una experiencia única, aunque era duro, porque me he recorrido Europa en furgoneta para competir», reconoce.

El juego de niños se convirtió en un sueño adulto cuando el Minardi Team le da la oportunidad de llegar a la F3 en 2005. Un año después consiguió en el circuito portugués de Estoril su primer triunfo en una carrera. Al mismo tiempo competía con Minardi en la fórmula 3000. «Pasé de estar peleando por estar en el podio de España a hacerlo en Europa».

El salto a GP2 fue un nuevo acelerón en su carrera. «Pensé... En qué lío me he metido. Si ves la parrilla de salida... No era nada comparable con lo que había corrido hasta el momento. Eso era la jungla, todos los pilotos parecían marcianos, conducían increíblemente», recuerda. Roldán no desentonó. En su segunda carrera se quedó a un paso del podio. Su proyección le llevó a ser probador de Fórmula 1 con Force India.

Probó la sensación de conducir en templos como SilverStorm, Montmeló o Jerez y a compartir vueltas con iconos como Fernando Alonso o Schumacher. «Era el tío más afortunado del mundo. En ese momento empiezo a pensar que voy a correr F1, pero no ocurre y me veo en febrero sin F1 y con todos los equipos completos. Fue una zancadilla muy fuerte», confiesa.

Volvió a su casa (aunque con otro nombre, Piquet) para entonar un último canto de cisne en la GP2. «Vuelvo al equipo del que nunca debí haber salido», confiesa. Hizo tres podios, incluyendo uno (con pole incluida) en Shangai, el único español que lo ha conseguido hasta la fecha.

espués la crisis enterró a los patrocinadores y Roldán Rodríguez optó por el camino de la despedida: «Yo siempre tuve claro que quería ser bueno. No el mejor del mundo, pero sí el mejor del circuito. Cuando veo que no tengo la posibilidad de correr en un gran equipo de GP2 ya no me apetecía correr», confiesa.

Apagar el motor (aunque en 2015 volvió a recaer en la droga del motor participando con BMW en el Campeonato de Europa, donde consiguió dos victorias en tres carreras) fue duro para el piloto vallisoletano, que ha tardado tiempo en construir en su vida laboral (como trabajador en Recoletas y comentarista deportivo) un entorno en el que ser feliz: «Fue muy complicado porque para mí no era un hobbie. Nunca he sido Fernando Alonso, pero vivía como si lo fuera. Vivía por y para los coches. Pasar de eso al mundo real fue un aterrizaje muy duro. Me tocó adaptarme a un mundo al que no estaba acostumbrado», confiesa Roldán Rodríguez, que aún espera que algún joven vallisoletano siga las huellas de las ruedas que ha dejado en la parrilla de salida.

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