Diario de Valladolid

Javier Pérez Andrés

Mamá, quiero ser cocinero

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No es nuevo. La televisión es un anzuelo muy efectivo. Una serie, o un contenido muy reiterado en la emisión, pueden tener un eco bueno, aunque a veces aporten ciertas dosis de confusión. Y en la España de hoy, con las cadenas de hoy, todos se copian, todos se plagian y todo se repite hasta agotar un filón que, en su inicio, pudo ser entretenido. Servidor, que no es sospechoso, está perdiendo la afición a los programas de cocina con tanta cretinez.

La televisión es un cañón de artillería. Es una bendición cuando se lanza un buen mensaje desde ella, pero cuando se abusa y se deteriora frivolizándolo se puede volver en contra, y las expectativas creadas se traducen en heridas sociales de difícil curación en toda una generación. No exagero. Las series de médicos llenaron las facultades de Medicina; las de abogados -aún siguen-, las de Derecho; en la época de Mario Conde, de tanto ensalzar el modelo que representaba, se llenaban las de Económicas y Empresariales. Algunos arqueólogos y aventureros nacieron de la influencia de Spielberg. En los 80, la serie norteamericana Falcon Crest influyó en el crecimiento del sector de vino, con aquella inolvidable Ángela Channing. Lo curioso es que no se hayan multiplicado los voluntarios, con la cantidad de noticias tristes, trágicas y vergonzosas que nos llegan de los que no ríen, ni estudian ni trabajan ni comen.

Hablando de comer todos los días y de pagar mucho por comer, asistimos a otro fenómeno televisivo que ha creado recetas y dioses de barro. Muchos jóvenes caen fascinados por la parafernalia y el colorín cocineril. Ojo cuando oiga: “¡Mamá, quiero ser cocinero!”, “¡Papá, quiero se cocinera!”. Cuidadín. Ser cocinero no es saber cocinar unos cuantos platos ni dominar algunos fondos, salsas, saber asar, gratinar, freír y así… Eso, con un buen curso, una madre con la abuela al lado y un poco de interés se aprende enseguida. Pero hablar de ser cocinero profesional es otra cosa muy diferente. Ya entramos en otro escenario: el de una profesión, un oficio, un sector empresarial, un empleo y un modelo de vida muy sacrificado, mal remunerado y con poquísimas alegrías. La fama y la gloria que trasladan la televisión y la prensa, en general, solo es un espejismo que está haciendo daño al noble oficio de atender y servir a los comensales que pagan por comer.

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