Diario de Valladolid

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ALCAZARÉN es topónimo árabe y palaciego que nombra un pueblo de Pinares adornado con joyas mudéjares. Hace 180 años, la justicia detuvo, mientras dormía en la posada de Alcazarén, haciendo un descanso en su regreso a caballo desde Gijón, al bandido madrileño Luis Candelas (1804-1837), cuyo rastro pervive en el callejero y en la memoria de los vecinos. Cualquier morito alcazareño que el curioso encuentre por la calle le indicará sin dudar el portón de la antigua posada donde fue prendido Candelas. Volvía contrariado, porque en el puerto de Gijón, Clara María, su hermosa tercera mujer, se había negado a embarcar para Inglaterra con el cuantioso botín que llevaban.

La antigua posada está cerca de la iglesia de San Pedro, cuyo arreglo ha sido noticia estos días finales del invierno. Como Candelas llegó a ser uno de los mitos populares del bandolerismo romántico, también los de Alcazarén inflaron sus hazañas, bautizando con su nombre lugares del entorno donde es seguro que nunca llegó a estar. Así una cueva de las orillas del Eresma, que la gente llama de Luis Candelas, evocando la resonancia gastronómica de sus cuevas de Madrid. Alcazarén fue uno de los cuartos históricos de la Tierra de Olmedo, junto a los pueblos del Monte, Almenara y Fuente el Sol, cuyos sexmeros dilucidaban en el atrio de Santa María los asuntos relativos a vigilancia de los montes, distribución de tierras comunales para pastos o labranza y autorización o veto a nuevas roturaciones, así como los frecuentes litigios territoriales con las Comunidades de Arévalo e Íscar.

Repoblado por Alfonso VI, Alcazarén perteneció a la jurisdicción de Olmedo hasta que en 1654 Felipe IV, necesitado de liquidez, la vendió a un caballero de Alcántara para hacer caja. Entonces el concejo ejerció su derecho de tanteo, que la corona resolvió en 1658, debiendo reponer al comprador las cantidades que había entregado por su efímero señorío. La audacia concejil acarreó una deuda que se convertiría en empeño de todos sus bienes medio siglo después. El declive, entre malas cosechas y la consiguiente sangría en su población, no se despejaría hasta mediado el diecinueve.

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