Diario de Valladolid

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RAZONES tenemos para vitorear al fruto de la vid. Tantas, que posiblemente no encontremos un ejemplo igual, aunque pongamos boca abajo la estantería de la Espasa y toda la Wikipedia. ¡Que viva el vino por lo que significa, por lo que aporta, por lo que fue y por lo que nos está dando ahora mismo! Ningún otro fruto se le parece, no hay fruta fermentada de tanto alcance. El vino es parte de la vida del paisaje y de la cultura alimentaria de esta región de regiones, o de esta tierra de tierras. Sin necesidad de remontarnos a las citas recurrentes del Siglo de Oro ni al origen del castellano –allá, en el cenobio riojano-, sin apuntar de nuevo hacia las fuentes romanas, y casi sin acudir a Pintia para descifrar sus vasos vacceos, podemos asegurar que la uva y la vid nos acompañan desde que los primeros carochos y cucurrumachos saltaban entre las cenizas del amanecer.

Pero los de mi generación, en este mapa de nueve provincias con 50 comarcas y un alargado territorio rayano, tenemos muchos motivos para exclamar eso de: «¡Que viva el vino!». El vino es fuente de riqueza, paisaje cultural, arquitectura viva, alimento saludable, chispa social, signo de distinción y regalo seguro. Lo mejor de todo es que el común lo hace suyo porque es el vino de su comarca, de su pueblo y de su región. El vino dio lugar a nuevos patriotas de la mencía, el verdejo y la rufete -los últimos guerreros son los de garnacha- porque, salvo ‘farinatos’ y ‘cermeños’, pocos gentilicios toman el nombre de un alimento. En esta región, el vino y el Duero lo han logrado.

El vino fija población, crea riqueza, recupera paisaje y cuida de sus bodegas tradicionales para que no se derrumben. Como negocio va viento en popa: muy pocos han fracasado, apenas una docena de bodegas entre 600. Hemos logrado que el vino, con todos sus descensos de consumo, sea la bebida del pueblo, y que su oferta satisfaga a señoritos, esnobs y gourmets de última hora; a los de pueblo y a los de ciudad; a los de barrio y urbanización. Casi todos catan y saben de añadas, aromas, denominaciones, cepajes o castas. Y, encima, los vinos industriales llegan limpios y baratos al lineal, al mismo tiempo que los ‘vignerons’ se pegan a la tierra y venden cara su expresión, que también es bueno. Lo de exportar está bien, aunque no vendría nada mal vender en España, por si se revuelven en el extranjero. Lo dicho, ¡que viva el vino, que ya es de todos!

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