Diario de Valladolid

Creado:

Actualizado:

A MÍ me caen bien, a pesar de que se manchan las manos de sangre. Son tipos interesantes que han dado juego a guionistas y, gracias a ellos, nos hemos alimentado desde la Edad Media hasta ahora. O más. Su oficio podría ser el más viejo del mundo, con permiso de meretrices y trabajadoras del sexo. ¿Qué hubiesen hecho sin ellos los psicólogos y los psiquiatras para estudiar a los psicópatas, a los que siempre les cuelgan un delantal, un cuchillo y manchas rojas en la piel? Y es que los matarifes son profesionales por los que tengo especial predilección. Pertenecen a un gremio vital para el desarrollo de la civilización.

Lo malo es que nadie les ha quitado nunca de encima esa aureola de crueldad. Hasta el diccionario de la RAE se suma con descripciones poco compasivas. Matarife es el «oficial que mata reses u otras especies y las descuartiza». Con tanta concisión y dejando una puerta abierta a otras «especies», los cineastas aprovechan para nutrirse de terror en carne viva.

A mí me caen bien los matarifes. Ahora solo les vemos actuar –por fortuna– en las celebraciones de la estampa costumbrista de la matanza de numerosas localidades de la región para júbilo, divertimento y gula del común.

Estas matanzas tradicionales me sigue pareciendo un acierto cultural, pues trasladan a las nuevas generaciones usos y prácticas desaparecidas que formaron parte de la alimentación y la convivencia de todas las familias de nuestro país. Aquí es donde la figura del matarife –delantal y blusón en ristre– se eleva en pleno destace, en la plaza pública, ante niños que miran atónitos y con cierto temor algo que sus abuelos, a su misma edad, contemplaron sonrientes con más hambre que miedo. La sensiblería nos va a terminar fulminando. Ojalá las normativas tan abolicionistas con esta prácticas recojan el espíritu que las marcó, convirtiendo la matanza en fiesta, unión de vecinos y familias, que tenían la posibilidad de llenar la despensa durante medio año.

Cada vez que paso por Medina del Campo y contemplo el magnífico edificio rehabilitado de las Reales Carnicerías, constato que los carniceros y los matarifes son patrimonio cultural de esta civilización, que se debate entre tapar la sangre de los animales, la fuerza de la carne, y las bajas de veganos y vegetarianos. Aun así, que alguien custodie el manual del matarife, por si algún día volvemos a los pueblos y lo necesitamos.

tracking