Diario de Valladolid

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HACE justamente un año, la Comisión de Cultura del Congreso aprobó por unanimidad instar al gobierno el impulso de la candidatura conjunta de los archivos de Indias y Simancas al registro de la Memoria del Mundo de la Unesco, donde ya figuran el Tratado de Tordesillas, las Capitulaciones de Santa Fe, los Decreta de 1188, que recogen el testimonio documental más antiguo del sistema parlamentario, y las anotaciones de la Agrupación de Campesinos catalana que condujeron a la abolición de la servidumbre en sus diócesis. Que en ese repertorio no figuren los legados de Simancas e Indias parece una broma temeraria.

Pero como los políticos del Ministerio de Cultura llevan toda una legislatura de parranda, también pudiera ser desprecio. Lo cierto es que un año después del acuerdo parlamentario, que inmediatamente incluyó los documentos de Indias en la Memoria del mundo de la Unesco (2015), el secretario de Estado Lasalle ha vuelto con la broma a Simancas, vinculando ahora su propuesta con el legado testamentario de Ramón y Cajal (incluyendo el colgante de don Pío del Río Hortega), y con el Códice Calixtino jacobeo.

No parece necesario recordar que el viaje publicitario del desconsolado Lasalle sucede en unos días al ruido estrafalario provocado por su ministro, quien en un foro con la directora general de la Unesco propuso la vitola de universalidad para las tapas de mostrador, sin duda inducido por la presencia de tres salmonetes empalados en su blasón de baronía. Convendrá conmigo el lector que todo este frívolo trasteo con Simancas requiere un tente quieto y una cautela de por favor.

Con la invitación a reírse de sus andanzas y dejar en paz a Simancas, que bastantes menguas y asaltos ha tenido que padecer a lo largo de los siglos, perpetrados por tipejos de similar jaez. Porque el Archivo de Simancas ha cumplido ya 453 años, que doblan los 231 de Indias, cuyos fondos salieron de Simancas. No fue la única merma. Las sisas continuaron hacia el archivo de la Corona de Aragón y hacia el histórico nacional de Madrid, adonde se llevaron los fondos generados por la Inquisición. Así que menos pregones y más labor.

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