Diario de Valladolid

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Hoy se recogen los tendales de Fitur, la feria de turismo que alivia por costumbre la pendiente de enero, aunque cada año va quedando más canija, irrelevante y menos internacional. Portugal, Grecia y Andorra han sido sus estrellas europeas, para que se hagan una idea. A las deserciones consolidadas de Francia, Suiza y el Reino Unido se sumó este año la fuga de Italia, aunque no faltan banderines autonómicos para pagar la fiesta. Eso sí, ahora cada taifa regional agrupa en su expositor a diputaciones, grupos de acción local, municipios y empresas de turismo activo.

Con todo, las pérdidas de Fitur no son de extrañar, si reparamos en que hace siete años presidía el invento Gerardo Díaz Ferrán, actualmente en presidio; ahora lo hace Luis Eduardo Cortés, empresario en quiebra del lujo gastronómico madrileño y político en retirada, cuya novela Congostium (2012) muestra un crujiente desdén por los de su oficio. Lo cual no obsta para que continúe Fermín, el hermano de Juan José Lucas, como director general, cargando hasta las elecciones de mayo con el lastre del inefable Álvarez del Manzano. Aunque pudiera parecerlo, les aseguro que esta orla no es broma. Con semejante plantel, las cosas sólo pueden ir de mal en peor, pero cada enero toca volver por allí. Entre jueves y domingo, el certamen evalúa la oferta promovida por las diferentes administraciones, que luego tienen que aprovechar y a menudo reconducir nuestros robinsones del turismo rural, de la gastronomía y de los productos naturales. Fitur ya no es el expositor de vanidades de los años del dispendio, porque la tijera de la crisis apaciguó presunciones, archivando aquellos alardes. Así que la tesitura de comedimiento resulta favorable a nuestra mercancía turística, siempre que su promoción se maneje con criterios profesionales y sensatos. Porque la restricción del gasto familiar no sólo ha tocado al negocio, sino incluso a la capacidad de resistencia de los robinsones que apostaron por invertir en el medio rural. Y no podemos olvidar, antes de seguir asfixiando sus expectativas, que a menudo esos emprendedores son la última llama de esperanza para muchas de nuestras comarcas declinantes.

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