Diario de Valladolid

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HACE UNOS días, el líder del PSOE en Castilla y León, Luis Tudanca, rechazaba con un rotundo «no» la posibilidad de un acuerdo de mínimos entre los grupos popular y socialista cara a las proposiciones no de ley en favor de la transparencia y regeneración que se iban a debatir en las Cortes. Y resulta comprensible. Pero es que, además, cualquier consenso al respecto por parte de los dos grandes partidos -como el referente a los gastos de diputados y senadores, la semana pasada- es visto con escepticismo, si no con abierto recelo por la mayoría de los ciudadanos.

Ni PP ni PSOE resultan ya creíbles en estos temas. Y veamos por qué. Pues son varias las teorías que se manejan en torno a esa pasmosa emergencia de corrupciones por todos los lados: unos dicen que porque son inevitables y se dan en cualquier país; otros que porque es España o los españoles quienes no «tendríamos remedio». Recientemente, algunos acusan de «buenismo» a los que, como los líderes de Podemos, parecían plantear un simple cambio de la casta corrupta por otros dirigentes -ellos- y otra forma de hacer política (más participativa desde las bases) como solución.

En cualquier caso, la irrupción de Podemos y el revulsivo que está constituyendo en nuestra sociedad ha servido para que nos miremos en el espejo del país de distinta manera y puedan empezar a comprenderse mejor ciertas cosas. Así, que con haberse avanzado en muchos aspectos durante los últimos 40 años hay demasiados asuntos que no han cambiado tanto como creíamos: por ejemplo, el modo en que se perpetúa en España el poder económico y político. O la necesidad de reposición de la memoria de las víctimas. Una nación desmemoriada nunca llega a conocerse y es más fácil que se vuelva a equivocar... Porque sigue invocándose a la transición como modelo de bondad cuando quizá haya que revisar todo aquello que se hizo mal o no se hizo entonces y provoca los problemas actuales. «De aquellas lluvias» viene también el lodazal de ahora.

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