Diario de Valladolid

Creado:

Actualizado:

LA SEMANA del centurión Marcelo nos colocó en el centro de la vorágine corrupta que asola el país y en ese avispero seguimos. Todavía aturdidos por la maldita secuencia de perrerías y sin resuello para abandonar el lodazal. Porque en estos asuntos, el paso de los días va mostrando la peor cara de los granujas. Menos mal que la gestión de proximidad del escándalo ha servido para amortiguar las nuevas meteduras de pata (siempre en diferido) de la inefable Cospedal. En este trance, el diputado Eduardo Fernández se ha ganado, con su impecable manejo de la crisis, el relevo en la dirección provincial popular de León, vacante desde el asesinato de Isabel Carrasco. Precisamente ese asiento fue la aspiración delirante de Marcos Martínez Barazón durante estos últimos meses.

En su proceder sin excusas y en las declaraciones que no escatimó desde el primer momento, se pudo observar la claridad de ideas de Eduardo Fernández, quien en ningún caso puso paños calientes a un asunto delictivo y pestilente. El político berciano, que fue concejal en Ponferrada, director general con Alfonso Fernández Mañueco en la Junta y más tarde delegado del gobierno autonómico en León, recibió siendo estudiante universitario un galardón del Congreso de los Diputados, que reconocía su aventajada percepción juvenil de la esencia del parlamentarismo constitucional. Ya entonces tuvo claro que quería incorporarse al Congreso como diputado y no tuvo que esperar mucho.

En esta tierra tenemos acreditada una forma de proceder ante los procesamientos, que nada tiene que ver con la engañifa catalana ni con el camelo valenciano ni con la filfa madrileña. Ese protocolo lo marcó Demetrio Madrid, quien dimitió de inmediato mientras su coetáneo Pujol retorcía influencias para salir indemne del fiasco multimillonario de Banca Catalana. Esta semana Eduardo Fernández ha marcado la senda para desalojar a los corruptos. Sin engaños ni cucamonas.

tracking