TIEMPOS LÍQUIDOS (BURGOS)
Para vivir el vino en 360 grados
La primera ‘wine room’ de la ciudad ofrece una experiencia única con la que sus impulsores desean, con éxito hasta la fecha, contagiar su pasión de forma accesible
El vino como principio y fin, protagonista absoluto. El vino como motor y, sobre todo, como motivo. Así conciben su vida los sumilleres Diego González y Laura Rodríguez y así imaginaron plasmarlo en un negocio que regalaba a la capital burgalesa su primera ‘wine room’ y a él la posibilidad de compartir en su tierra natal el vasto conocimiento acumulado en una larga y exitosa trayectoria profesional que le coronaba en 2019 como el mejor de España.
«Diego tenía el sueño de traer este concepto a Burgos y cuando nuestros caminos se cruzaron decidí acompañarlo», explica ella, zamorana de idéntico reconocido prestigio en el sector.
El vino impregna, pues el día a día de esta pareja, empeñada en compartir su pasión. Daban a luz con tal propósito a Tiempos Líquidos, más que un lugar de disfrute, un punto de encuentro con la cultura del vino, un espacio acogedor que brinda una experiencia inmersiva.
«Nos permite ofrecer una visión de 360 grados, porque además de atender a aquellos que quieren tomar una copa, organizamos catas, cursos, presentaciones y ofrecemos toda la información posible», explica González, para subrayar el ambiente familiar y cercano que reina, como marca distintiva. «La idea es poder compartir y disfrutar del mundo del vino sintiéndote como en casa», añade Laura, convencida de que este planteamiento ha sido clave para fidelizar a la clientela en estos primeros meses.
«Son muchos los que repiten y hay gente que viene hasta dos veces por semana. Es verdad que en la ciudad hay cierto terreno abonado gracias al trabajo de Paco Berciano y Maribel Revilla (sumilleres y propietarios de la vinoteca El Lagar) y eso ayuda, pero también hemos conectado con personas que se adentraban en el mundo del vino casi por primera vez y es muy gratificante ver como ocurre y como van afinando su gusto y disfrutan con nuestras propuestas», relata Diego, entusiasmado, consciente de que la experiencia que ofrecen en Tiempos Líquidos es «como un parque temático» para los amantes del vino. A ello contribuye, sin duda, el amplio catálogo que manejan, con referencias llegadas de todas las partes del mundo: una carta interminable de hasta 600 posibilidades entre blancos, tintos, rosados, espumosos, dulces o generosos con una rotación muy alta. «Siempre intentamos que haya alguna novedad diaria para los clientes habituales», apunta González.
Y entre tanto no falta el producto local, de cercanía. Porque sin ser distribuidores, Diego y Laura, apuestan en firme por dar a conocer esos proyectos «pequeños, pero de gran calidad, que de otro modo pasarían desapercibidos en la ciudad».
En diciembre soplarán la primera de muchas velas y celebrarán -con un brindis, seguramente- que se encaminan hacia donde pretenden, que su bar sin barra bulle de deseosos de descubrir una etiqueta poco común, «sea de Tórtoles de Esgueva o de Australia» y, si quieren, se llevan como extra los detalles sobre el vino que les ameniza la velada. «Creemos importante reforzar la experiencia con conocimiento y cuando hay interés aportamos contexto: el origen, quién lo produce, factores geográficos o climáticos...», comenta con orgullo González.
Es ahí (y en las catas, en las formaciones, en los cursos y en las colaboraciones con bodegas o escuelas de hostelería, dentro y fuera del establecimiento, porque no hay límites) donde marca la diferencia el saber que la pareja atesora. «Para nosotros es más que un negocio, es un rincón desde el que transmitir el valor del vino y para ello hay que conocer sus particularidades y su evolución», afirman. La formación continua se revela, pues, fundamental. «Impartirla y recibirla», apunta él, con el ordenador en marcha para retomar el estudio nada más que acabe la conversación.
Preparados para el futuro
En este proceso las competiciones y los exámenes son la prueba de fuego necesaria. «Siempre buscamos mejorar, superarnos. Es un reto personal. Nos enfrentamos a otros pero sobre todo a nosotros mismos», añade Laura, para convenir ambos que, además, los reconocimientos otorgan visibilidad y prestigio, amén de la tranquilidad de «estar mejor preparado para el futuro, para afrontar lo que vengan», remata Diego, que evoca el concepto filosófico de Zygmunt Bauman que inspiró en nombre de su proyecto: «El vino cambia constantemente, se adapta, como nosotros al cliente, a su conocimiento e interés». Todo encaja.
González fue campeón de España de sumilleres en 2019 así como del Ruinart Challenge en 2022 y representó a España en el certamen a Mejor Sumiller del Mundo 2023 que se celebró en París este mismo año. Por su parte, Rodríguez, que ha trabajado durante años como directora de sala y sumillería del prestigioso restaurante vallisoletano Ambivium, se proclamaba ganadora en la Copa Jerez España 2023 y ha sido la representante de España en Copa Jerez internacional. A tales currículums se suman recientemente un par de hitos de relevancia. Ella lograba el tercer puesto en uno de los concursos más reconocidos del sector en todo el mundo, el Ruinart Challenge, y él superaba en Austria la semana pasada el examen Advanced Sommelier y pasaba a engrosar el selecto listado de 480 profesionales que lo han aprobado desde su creación en 1985. Solo once españoles pueden presumir de tal gesta y el burgalés Diego González, ya con la mira en el próximo escalón, es uno de ellos.
De vuelta a su rutina, enriquecida con este nuevo título, el reto a medio plazo es «consolidar» equipo y dinámica, alcanzar tras el exitoso despegue una velocidad de crucero que permita llegar a más gente dentro y fuera del establecimiento. «Queremos organizar más actividades externas, movernos y llevar nuestra visión del vino a distintos lugares, viajar y seguir aprendiendo para, en esencia, transmitir nuestro amor por este producto de forma accesible», resume González.
Es lo que pretende la experiencia a la que accede todo el que, consciente o no de lo que le espera, entendido o principiante, cruza el umbral de Tiempos Líquidos, en el número 5 de la calle San Gil. Agua para preparar y limpiar el paladar, una cristalería cuidada, la temperatura ideal, opción de picoteo sencillo y rico... una retahíla de pequeños detalles pensados para bajar el ritmo, para la entrega consciente al momento, para saborear sin pretensiones, sin miedo y sin prejuicios.