Diario de Valladolid
Lucía San José, frente a la escultura realizada por Ricardo Flecha, con una botella de su vino Madremía.

Lucía San José, frente a la escultura realizada por Ricardo Flecha, con una botella de su vino Madremía.

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Javier Pérez Andrés

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La proporción y las consecuencias de este proyecto vitivinícola sobrepasan lo divino y han supuesto toda una revolución desde un punto de vista humano, empresarial y enológico. La revolución de Máximo San José y los suyos. Un tipo que ha acertado de lleno y ha cubierto todas las expectativas que hace tan solo una década planteaba. En principio, elaborar vinos ajustados a los registros sensoriales del momento, con la supremacía del tinto de tinta de Toro. En segundo lugar, definir la imagen de sus vinos. Y aquí lo bordó con una sobrecarga de originalidad, autenticidad y sentimiento. ‘Madremía’ y ‘Abracadabra’ abrieron el camino que, inmediatamente, el ‘24 Mozas’ adelantó por un protagonismo adquirido por ese canto de bodas, o de vendimia, que es el Tío Babú, cuyo texto completo aparece en los corchos de este tinto de Toro. ‘El principito’, ‘Loquillo’ y ‘Platón’ completan un muestrario que se irá enriqueciendo en breve con nuevos diseños de vino y curiosas etiquetas . Maxi tuvo siempre muy claro que la viña era la clave. Nunca presumió de vasos muy viejos o cepas centenarias, pues es corta su estancia en el mundo del vino. Pero supo apostar por plantaciones en el entorno de la propia bodega, en el paraje toresano de La Vega. Y ahí está la tinta de Toro, que es la que le da color, polifenoles, dulzura, potencia y diferenciación en los distintos tipos de vino. Pero conseguido todo esto, al mismo tiempo había otro reto que completar. Al tiempo que Máximo San José de la Rosa iniciaba el proyecto junto a su mujer, Yovana Alonso Hernández, nacía el enoturismo como fenómeno social, cultural y económico, ligado al vino de la Denominación de Origen Toro. No podría estar mejor definido. Los edificios de la bodega, nave de crianza, lagar y zonas visitables, están rodeados de las plantaciones de viñedo. El éxito rotundo de Yovana y Maxi tiene cifras y estadísticas. Casi cincuenta mil personas visitan, comen y degustan sus vinos cada año en la bodega Divina Proporción. Y todas se hacen la foto ante la escultura de nuestro recordado Ricardo Flecha, un escultor humanista que nos dejó recientemente y que firmó ese jabalí junto al que posa en la foto de este artículo Lucía San José. Y es que Lucía y su hermano Maxi también están en el proyecto, junto a más de 25 puestos de trabajo que genera esta bodega acogida a la DO Toro. Lucía estudia Periodismo, pero no desatiende la mejor noticia: un proyecto familiar llamado Divina Proporción” . Una bodega que comercializa todos los años en torno a 600.000 botellas de vino, de las que el 40% se exportan al mercado exterior. Cuenta con cerca de 30 hectáreas de viña propia y el resto de la materia prima la adquiere de viticultores adscritos al Consejo Regulador de la Denominación de Origen. Sus vinos se ajustan a los guiños enológicos que marcan los gustos del mercado. Algunos de ellos han obtenido el aplauso y el refrendo de la prensa especializada y los prescriptores. La estructura de sus tintos está marcada por la maduración de la uva, una vendimia rápida y responsable y procesos de fermentación adecuados donde intervienen malolácticas en barrica y tiempos medidos de estancia en roble para su envejecimiento. La periodista Cristina San José, hermana de Maxi y tía de Lucía, siempre cerca de la familia, destaca ese contraste entre la copla de las ‘24 Mozas’ y el vino ‘Loquillo’, que representa la cara rompedora, la del amor, el vino y el rock and roll. Pero no olvidemos que Divina Proporción, además de viña, vino y esa bella escultura del jabalí, es, ante todo, una mesa puesta donde nunca faltan arroz a la zamorana, patatas a la importancia, huevos fritos, carrilleras o rabo de ternera. Y, por supuesto, los vinos tintos y blancos de la bodega.

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