BODEGA DE LOS ARCOS
Carrilleras de cordero al atardecer
Susana y Rubén, en uno de los comedores excavados bajo tierra de Bodega Los Arcos.-
Autilla de Campos es uno de esos lugares privilegiados en la geografía regional. Emplazado en un suave cerro, se domina desde él la impresionante panorámica recta, inagotable y luminosa de la Tierra de Campos palentina. Susana, la jefa de cocina del restaurante Los Arcos, asegura que ninguno de sus platos podrá competir jamás con una puesta de sol desde el mirador de Autilla de Campos. Ni siquiera sus carrilleras de cordero, que llaman la atención por su suavidad y jugosidad. Susana García y Rubén Renedo llevan 13 años al frente del restaurante emplazado en el barrio de bodegas de esta localidad palentina, cuya arquitectura da fe de un pasado viticultor en las laderas del pueblo.
No faltan en su comanda, por lógica territorial, un buen queso de oveja, lechazo asado o chuletillas. Carnes rojas, embutidos, ensaladas y la morcilla de Autilla. Susana ha sabido mantenerse en el marco de una bodega subterránea, excavada en la tierra, sin perder el perfil del merendero de siempre donde siempre había una tortilla, un chorizo o una ensalada de tomate. Con apuestas como la del puchero, que presenta en la mesa con la sopa de ajo, aunque se atrevería con unas sopas de pan avahadas si se las encargan. Por supuesto, el plato de bacalao y recetas elaboradas con el foie de sus vecinos de Villamartín de Campos. Siempre en su carta están presentes un micuit, un magret o el hígado graso en algunos de sus platos. Algún vino palentino de la DO Arlanza y las referencias habituales de Rueda, Cigales y Ribera del Duero.
El restaurante cuenta con dos establecimientos, también horadados en el cerro de las bodegas y sigue siendo un lugar elegido para grupos y para celebrar meriendas, aspecto que no debemos olvidar en estos lugares del medio rural. Se puede comer a la carta por una media de 15 y 20 euros.
Sin duda, el restaurante de Susana y Rubén tiene mucho futuro por delante. Es una sensación placentera sentarse en su mesa cuando el sol se ha ido, dejando en el horizonte la bellísima estampa terracampina.