Diario de Valladolid

El genio del vino

Visionario, con alma de viticultor y trabajador incansable, este bodeguero ha creado un imperio en torno al vino, con cuatro bodegas, más de 650 hectáreas de viñedo y una marca, Tinto Pesquera, universal

Alejandro Fernández.-E. M.

Alejandro Fernández.-E. M.

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FERNANDO LÁZARO
Valladolid

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Tiene una sonrisa eterna y una fortaleza a prueba de edad. Alejandro Fernández sigue levantándose cada día a las seis de la mañana. No desayuna, coge su coche (suma más de siete millones de kilómetros recorridos) y desde Pesquera conduce hasta su bodega zamorana de Dehesa la Granja, en la que además de vino elabora aceite, un soberbio queso de oveja churra y cultiva garbanzos. A las diez, se fríe un par de huevos o un filete que acompaña con un par de copas de su vino y sigue a la faena.

Cumplirá 84 años el próximo 11 de agosto pero su vitalidad está a salvo del paso del tiempo. Como sus vinos. Alejandro Fernández es un personaje imprescindible en el mundo del vino español. Ajeno a modas, siempre se ha guiado por su intuición. Él hace los vinos que le gusta beber:con color, estructura, potencia, amables y con una capacidad de envejecer impresionante. Esta filosofía se ha mantenido desde que en 1975 elaboró la primera cosecha de Tinto Pesquera, muchos años antes de que naciese la denominación de origen Ribera del Duero (se creó en 1982) y alumbrando un vino que mostraba toda la potencialidad –estructura, carga frutal, carnosidad...– de una tierra en la que el viñedo se había ido arrancando sin miramientos.

Apegado al terruño, Alejandro vistió su vino con la imagen del arco de entrada a la plaza de su pueblo, seña de identidad desde entonces de los Pesquera en todo el mundo. El camino de su éxito se ha fraguado a base de trabajo. Este personaje es lo que los anglosajones consideran un self-made man de libro, un hombre hecho a sí mismo que comenzó a trabajar siendo un niño. Con 16 años araba con mulas y durante la mili se especializó en carpintería. A su vuelta al pueblo montó un taller para construir maquinaria para el campo y, aunque su sueño era hacer un gran vino, no tenía dinero para convertir en realidad el anhelo que perseguía desde que elaboraba vino con su padre para tomar en su casa.

Del taller salieron numerosos inventos –todavía hoy tiene tres patentes–, pero lo que le catapultó hacia el éxito fue una máquina para sacar remolacha. Esta raíz, ‘culpable’ de que la mayor parte de los viñedos se hubiesen arrancado para producir azúcar, fue a su vez la que posibilitó a Alejandro cumplir su sueño.

La máquina fue un éxito comercial –fabricaba 300 al año y a su taller lo conocían como ‘la Fasa de Pesquera’– y le dejó los rendimientos necesarios para comenzar a comprar viñedos. El primer paso sólido de la bodega lo dio en 1972, cuando adquiere un lagar que sería el germen de Tinto Pesquera. La primera cosecha, sin embargo, tendría que esperar tres años y 1975 fue la añada del nacimiento de este mito del que el bodeguero, amante de los vinos viejos, todavía conserva un buen número de botellas, incluido un lote que le compró el cantante JulioIglesias y que enseña con una sonrisa durante la visita a la instalaciones.

Desde entonces, este bodeguero campechano y cercano se ha dedicado a recorrer el mundo con una botella de su vino debajo del brazo. La bodega de Pesquera está repleta de fotos en las que aparece con personalidades de todo el mundo compartiendo vino. Y de cartas con sus vinos protagonizando menús y comidas en las que se han tomado decisiones importantes. Y hoy es tan famoso que las numerosas visitas que recibe la bodega de enamorados de sus vinos procedentes de todo el mundo le paran para hacerse selfies... y no rechaza ni uno ni escatima sonrisas ni vinos.

El éxito internacional de sus vinos fue madrugador. Su Tinto Pesquera de la añada 1982 conquistó al todopoderoso gurú del vino Robert Parker, quien aseguró que era uno de los cinco mejores vinos ¡del mundo! No sólo eso:escribió en su revista, el Wine Advocate, que se trataba del ‘Petrus español’, el gran mito del vino mundial y colocó a su Tinto Pesquera 1982 como ¡uno de los cinco mejores vinos del mundo!. Alejandro se convirtió de la noche a la mañana en un bodeguero de éxito y se le abrieron las puertas de un mercado que en la actualidad es global para sus vinos.

Hoy Pesquera es un gran grupo bodeguero centrado en el Duero y con ramificaciones en La Mancha y que suma más de 270 hectáreas en los alrededores de Pesquera, otras 250 en Roa, donde dio vida en 1988 a Condado de Haza, con el que cumplía su sueño de hacer un châteaux en la Ribera;y 130 en Zamora, junto a la DOP Toro, que adquirió en 1998 sin una sola cepa y donde elabora sus Dehesa La Granja bajo la mención de la IGP Vino de la Tierra de Castilla y León. Su única incursión fuera de los dominios durienses la desarrolló en Campo de Criptana, en la DO La Mancha, la única bodega donde trabaja con tempranillos que no son propios y donde ha hecho su primer vino blanco,Alejairén –contracción de Alejandro y airén, la uva con la que vinifica–, que describe como «uno de los grandes blancos de España». En todo este camino, el apoyo de su mujer, Esperanza Rivera, ha sido una pieza clave. Como lo es ahora el de sus cuatro hijas, Lucia, Olga, Mari Cruz y Eva, quien dirige la enología de todo el grupo de bodegas.

Hombre intuitivo donde los haya, su olfato le lleva a vendimiar «cuando las uvas tienen la piel tersa, como una mujer con la cara bien estirada y sin arrugas». Lejos de axiomas científicos y de palabras grandilocuentes, su discurso se basa en la observación y en la practicidad. Así, con la máxima naturalidad cuenta que plantó viñedo en el páramo de Pesquera porque cuando uno sube a merendar por el día no hay que abrigarse mientras que en el pueblo sí, y por la noche es al revés. O que, aunque vendimia todo a mano, planta las cepas en espaldera con riego por goteo para que en años de mucho calor la planta «no chupe de la uva».

Explicaciones cabales, como las que hace cada vez que quiere promocionar su vino. Lejos del ampuloso lenguaje de la cata, su discurso habla de que el vino es bueno para hacer el amor o de que con Tinto Pesquera nunca duele la cabeza. Un mensaje tan llamativo como particular pero que se graba en la cabeza de sus interlocutores.

La bodega de Pesquera, situada junto al lagar que compró en 1972, donde vinificaba con su padre y donde ha elaborado alguno de sus grandes vinos, es una instalación funcional que conserva algunos de los primeros depósitos de acero inoxidable que el propio Alejandro construyó en los orígenes de la bodega. «Con lo que nos cobraban por uno hacíamos tres o cuatro», rememora con orgullo. Una sucesión de naves –ahora están sumando un nuevo espacio de 800 metros donde se podrán degustar y comprar sus vinos más antiguos– donde se apilan las barricas y los depósitos, aunque lo que Alejandro exhibe con verdadero orgullo son los 10.000 metros de naves subterráneas que tiene en Pesquera. «Aquí hay doce grados todo el año y una humedad constante para que los vinos envejezcan muchos años sin necesidad de climatizarlas», asegura. Y durante la visita va mostrando nichos con botellas –la mayoría en posición vertical porque asegura que se mantienen mejor– de añadas históricas, parte de su colección privada –tiene añadas especiales para las bodas de sus nietas– y parte que pondrá a la venta en la nueva tienda de Pesquera, cuyas obras están a punto de rematarse y que conforman un espacio diáfano, con una gran cocina y un enorme mirador al Duero y al castillo de Peñafiel.

Los vinos mayores –que no viejos: son como las personas, dice– son su obsesión. De ahí que a su gama de crianza y reserva –elaborados con el fruto entero, despalillado, fermentaciones a temperatura controlada de dos o tres semanas y una crianza en roble americano y francés durante 18 meses los Tintos Pesquera y un mínimo de 24 meses para los reservas– se sumen los míticos Janus –en honor al dios del vino– (1982, 1986, 1991, 1994, 1995 y 2003), elaborados con uva del pago Viña Alta, y Millenium (1996, 2002 y 2004), del pago Llano Santiago, además de sus grandes reservas, vinos que han firmado un pacto con el paso del tiempo, creciendo a medida que pasan los años. Como su autor.

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