Diario de Valladolid

JORGE MARTÍ. LÍDER DE LA HABITACIÓN ROJA.

«Necesitamos cosas reales, de verdad, sentir calor humano»

La banda valenciana presenta el próximo 16 de noviembre en el LAVA (21.30 horas) su undécimo trabajo de estudio, ‘Memoria’. Canciones intimistas que se alzan contra unos tiempos fríos, insensibles e intolerantes

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Publicado por
Julio Tovar
Valladolid

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Jorge Martí y los suyos presentan, el próximo 16 de noviembre en el Laboratorio de las Artes de Valladolid (21.30 horas), Memoria, undécimo trabajo de estudio de La Habitación Roja. Una nueva entrega de canciones intimistas, desgarradas, con el sello cuidado de la banda valenciana, cumplidos ya más de 20 años de existencia y recién estrenado el documental In the middle of Norway, sobre su carismático cantante, un héroe para muchos cuando está en el escenario y un ser anónimo cuando cuida como enfermero a enfermos de Alzheimer en su país de acogida. ¿O es al revés?

Pregunta.– ¿Abrir Memoria con una canción como Nuevos románticos, que habla de una sociedad intolerante, es casual?

Respuesta.– Ha sido algo muy premeditado. Uno, cuando hace un disco, va coleccionando canciones, guardándolas en el zurrón hasta que tiene suficiente material para dar forma al trabajo. Con las cartas en la mano teníamos claro que teníamos que abrir Memoria con este tema. Vivimos tiempos confusos y convulsos. En estos últimos años, la tecnología ha cobrado un protagonismo muy grande en nuestras vidas y no nos hemos adaptado bien a los cambios. Yo veo una involución en muchos aspectos, con críticas en las redes a la gente que se expresa diferente, por ejemplo. Eso lleva a la autocensura. Un día te levantas y escuchas que el Gobierno de Navarra censura canciones de Amaral... Es una espiral sin sentido. Nuevos románticos cuenta una historia que vivió un amigo de mi hermano en los años ochenta, de un chico al que le partieron la cara por vestir diferente. Hoy quizá ya no te la partan físicamente, que también pasa, pero sí virtualmente. Te pueden arruinar la vida.

Es importante poder decir lo que uno piensa, en todos los ámbitos. Al que no le guste que cambie de canal...

P.- ¿Cómo se percibe eso desde Noruega?

R.- Es un país muy diferente: hay pugna política y rivalidad, pero no existe un ruido de fondo continuo ni una bronca permanente. Son cosas que, aunque creamos que no, nos afectan de alguna manera, nos entristecen, nos mandan impulsos negativos. Se pierde el uso de la razón y de la palabra...

P.– En Algo de verdad lamentan esa existencia desapegada, entregada a lo virtual. Quizá sea lo más terrible, el que no reparemos en el ‘llanto que se escucha al otro lado de este muro’, ya sea real o virtual, la falta de empatía.

R.– Tenía un compañero que siempre sabía lo que ocurría en Australia o en África, pero no tenía ni puta idea de lo que pasaba cerca de él. Nunca antes, en ninguna época, había habido una mayor posibilidad de conexión, y sin embargo es cuando más solos estamos.

Esta superconexión conlleva una forma de alienación. Hay imágenes que son distópicas: hace 20 años ibas en el metro de Valencia y veías a alguno leyendo un libro;hoy va todo el mundo pendiente del móvil, cada uno a lo suyo. Lo vemos normal, pero si pudiéramos abstraernos lo veríamos como superfriki. Hasta lo veo con mis hijas: yo no paraba quieto en casa y ahora les tienes que decir que salgan a la calle.

Necesitamos cosas reales, tangibles, de verdad: tomarte algo en un café, mirar a los ojos de la gente, sentir calor humano. Eso nos hace mejores.

P.– Llevan más de 20 años sintiéndolo en escena, con unas canciones íntimas, desnudas, que llegan a miles de seguidores. Conectan con ellos sin conocerlos, sin ver quizá ni sus rostros, lo que no deja de ser paradójico.

R.– Es el poder de la música. Es como un amigo fiel, que siempre está ahí para escucharte. Cuántas veces, cuando uno siente una pérdida o cuando está alegre, pone música para refugiarse o para celebrar. La música tiene una capacidad evocadora, traspasa las fronteras y el tiempo, tiene ecos de cada una de nuestras vivencias.

Por eso me parece que la música está muy apegada a la memoria. Estamos hechos de recuerdos y experiencias que nos marcan, marcan nuestro devenir. En el disco, metafóricamente, también se habla de memoria histórica: olvidándonos de nuestro pasado repetimos los errores que ya cometimos.

P.– ¿Quién eres tú? es una canción que habla de su experiencia con enfermos de Alzheimer... ¿Cuántas cosas se removerán al cantarla?

R.– Es una canción que nace desde esa experiencia, de mi trabajo con personas que tienen una demencia severa en algunos casos... ¿Cómo les afecta la pérdida de los recuerdos? Son casi otras personas. Trabajar con ellos impresiona. Te afecta. Eso ha dejado, de alguna manera, su impronta en el disco. La canción está escrita desde el punto de vista del enfermo que sabe de su mal y recuerda que un día fue feliz, que anima al que está bien a disfrutar la vida, a vivir el momento, y que goce de las pequeñas cosas de la vida, del sol cuando te da en la cara. Es un canto a la vida.

P.– La suya ha sido una carrera complicada, con circunstancias vitales complejas y muy diferentes de las que uno espera de un grupo de su éxito. ¿Ha hecho eso que mantengan los pies en el suelo?

R.– Somos gente privilegiada. Vivimos de la música, aunque no sé cuánto durará eso. En determinado momentos las hemos pasado putas, pero como cualquiera. No nos quejamos, nunca pensamos que nos fueran a pagar por hacer lo que nos gusta. También es cierto que la vida, en ciertos momentos, te pone obstáculos, como la enfermedad de mi mujer, pero al final no hacemos otra cosa que buscarnos la vida para sobrevivir.

Sí es cierto, al menos en mi caso, que el contacto con la enfermedad y la muerte, con los dramas personales de tanta gente, dramas que pasan a menudo desapercibidos para la mayoría en esta sociedad en la que sólo parece importar la idea del éxito, es una cura de humildad, un puñetazo de realidad que te pone en su sitio. Hay una canción en el disco, Estrella herida de muerte, que habla de eso: no somos más que una anécdota, todos somos insignificantes aunque cualquiera se sienta el centro del mundo.

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