Diario de Valladolid

NURIA ESPERT. ACTRIZ

«Caer en la violencia es lo fácil, resistirse es heroico»

La gran dama de la escena regresa este fin de semana al Teatro Calderón de Valladolid liderando el elenco de ‘Incendios’, con Laia Marull y Ramón Barea, y a las órdenes de Mario Gas. Un drama de tintes clásicos de Wajdi Mouawad

-JOSÉ AYMA

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Publicado por
Julio Tovar
Valladolid

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Los cinéfilos vallisoletanos quizá recuerden la trágica odisea de Nawal Marwan, la ‘mujer que cantaba’, la ‘prisionera número 72’. Una madre despojada de su primogénito, una viuda prematura, una víctima que trata de escapar de la espiral de odio que le rodea, un juguete de un destino cruel, una mujer que guarda oscuros secretos y que lanzará a dos de sus tres hijos a un viaje en pos de una verdad que cambiará sus vidas. Nawal, Jeanne, Simon... Nihad, protagonistas de Incendies, película con la que el hoy aclamado Denis Villeneuve cosechó varios premios en la Semana Internacional de Cine de Valladolid, en 2010, basada en la obra de teatro homónima del escritor de origen libanés Wajdi Mouawad.

Este fin de semana, esta tragedia llega al Teatro Calderón de Valladolid con Nuria Espert (Hospitalet de Llobregat, 1935) dando vida a Nawal, liderando un reparto con Laia Marull, Ramón Barea, Álex García, Carlota Olcina y Germán Torres en los principales papeles, a las órdenes de Mario Gas. La gran actriz y directora se adentra en esta entrevista en las claves de Incendios.

Pregunta.– ¿Qué difícil cortar ese hilo de ira en el que se enredan los hombres, y más cuando se queman todos los puentes, todos los lazos?

Respuesta.– Así es. Incendios muestra los dos caminos de la ira:uno lleva a la venganza y el otro se consume en el interior de cada uno, para llegar a un estado de bondad casi inalcanzable con el perdón de los crímenes atroces que se cometen todos los días por los desvaríos del hombre.

P.– ‘Aprende, es tu única oportunidad de no parecerte a nosotros’, le dicen a una joven Nawal. Todo un canto a la razón.

R.– Es una frase genial. Es un canto a la inteligencia, a la educación, a buscar una salida a toda la ignorancia destructiva. Es vital educar el pensamiento, darle al cerebro la oportunidad de desarrollarse. ¡Es un mensaje maravilloso!

P.– Y pese a todo, ni siquiera ella puede escapar de la espiral de violencia, de odio.

R.– En efecto, pero la cultura le ayuda a no destruirse del todo, a sobrevivir a lo que la vida le tiene reservado, que es atroz. Es una víctima ‘ejemplar’: no sólo padece las aflicciones propias de la vida de cualquier persona sino que se convierte también en la gran víctima, en la representante de todas las víctimas. La vida le lleva a través de la historia de su país y, casi, de toda la humanidad, padeciendo en sus propias carnes su violencia.

P.– ¿Esa defensa de la cultura es una manera de empoderar a una mujer que vive en un mundo coercitivo, que hasta le hace responsable del honor de la familia?

R.– Es como abrir una puerta que le lleva a vivir una vida verdadera, escapando de aquello a lo que le han destinado. Pasar por esa puerta también conlleva dolor. Cuando lucha por hacer comprender que hay otro camino además de la venganza es gracias a la fuerza de un cerebro que se ha desarrollado de forma extraordinaria. Lo fácil es dejarse llevar por la primera reacción que tiene la especie humana, por la violencia. Luchar contra eso es heroico.Perdonarlo todo al final de una vida y que venza el amor sobre el horror es una victoria sobre el destino.

P.– ‘La infancia es un cuchillo clavado en la garganta, no se lo arranca uno fácilmente’, escribe Wajdi Mouawad. Difícil no pensar en el futuro de todos estos niños convertidos hoy en refugiados.

R.– Absolutamente. Cientos de miles de niños viviendo en esos campos, sin familia, sin nadie que les cuide. También ellos tienen ahora ese cuchillo en la garganta, como ese Nihad al que se llevan y que desaparece para siempre como si hubiera ido en una patera. Sufre el destino de los que no pueden tener voluntad.

P.– ¿Cómo percibe el público esta historia que transcurre en Líbano pero que, ante tanta tragedia diaria, no nos debería resultar extraña?

R.– Lo curioso es que cuando empezamos a ver en televisión las imágenes de los refugiados, esa migración histórica que se está produciendo ante nuestros ojos, había una especia de protesta en nuestros corazones. Pero han pasado los meses, han muerto miles y nos hemos endurecido de tal manera que ya ni produce efecto un mensaje de denuncia. Lo que es para mí un regalo, algo que me llevaré conmigo cuando deje de hacer esta función, es que el teatro tiene un poder para conmover que no tiene ningún medio, ni una película, ni un libro. El teatro habla persona a persona; el actor habla a cada uno de los espectadores. Gracias a la cercanía del teatro y a un texto desgarrador, escrito por un poeta, nos conmovemos en medio del horror. El arte nos libera de las lágrimas. El público agradece que se le haga ver el mundo con ojos nuevos, incluso lo que siendo de actualidad parece viejo.

Mi sueño sería que esta obra pasara de moda, que la gente dijera ‘esto es el pasado, una historia antigua’. Sería maravilloso, pero no parece que vaya a ser así. Es como una maldición, como si aquello de que ‘ganarás el pan con el sudor de tu frente’ se hubiese convertido en un ‘mataos los unos a los otros por los siglos de los siglos’.

P.– Hermanos contra hermanos, vecinos contra vecinos... ¿No es algo nuevo, verdad?

R.– Sí, sí, sí. Absolutamente. Nos ha pasado a nosotros, sigue pasando y seguirá pasando. Las guerras continúan, pero no salen en televisión porque no hay suficientes muertos. Transcurren en silencio, sin que consten las monstruosidades cometidas.

P.– Cuando recogió el Princesa de Asturias reconoció que este oficio suyo le obligaba a «transformaciones nunca placenteras», que «lastiman» incluso. ¿En qué pensaba a la hora de dar vida a Nawal?

R.– Pensé en si iba a ser capaz de actuar como si hubiera vivido todo lo que ha vivido ella; en cómo queda un ser humano tras pasar por esas tragedias; en cómo al final de una vida de secretos, de estar encerrada en sí misma destrozando la vida de sus hijos con esos silencios, uno logra contarlo todo. De dónde saca la fuerza. ‘Amarga es la palabra dicha’, dice. No son preguntas profesionales, son humanas.

P.– Si algo deja también en el aire este texto es el poder de la memoria, mostrando cómo una familia resurge de sus cenizas a partir de ese ejercicio doloroso, que bien puede valer para un individuo como para una sociedad entera.

R.– Así es. Y el último gran mensaje es que una persona monstruosa, a la que la vida ha hecho así, reúne la fuerza necesaria para colocarse bajo el paraguas del amor, del perdón... Es el momento más desgarrador. Hay que ser muy valiente para hacerlo, para aceptar lo que uno ha hecho.

P.– ¿Ha costado mucho levantar una obra tan compleja desde un punto de vista narrativo?

R.– Es muy compleja. Y Mario Gas la ha dirigido maravillosamente. Hay unos actores magníficos, de una excelencia sin mancha. Cada uno interpreta diferentes papeles, y todos son decisivos para el desarrollo de esos viajes.

Vengo de hacer unRey Lear y Wajdi Mouawad se hace las mismas preguntas que William Shakespeare se hacía sobre el ser humano. Mouawad tiene la categoría suficiente para estar a su lado buscando sus propias preguntas. Me parece un autor de talla universal. Para mí, está junto a los más grandes dramaturgos.

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